Cadenas Irrompibles de Orgullo y Confianza

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—Así que, os pido disculpas por mis desafortunadas palabras y acciones de ayer —digo bien alto. Lanzo una mirada circular que repasa todos y cada uno de los rostros sorprendidos y suspicaces que me observan y guardo silencio. Apretando los puños, me inclino para hacer una pequeña reverencia—. Y os pido que volváis a confiar en mí, una vez más. Prometo dar lo mejor de mí para salvar esta fábrica y proteger la Corporación Sonobe.

Estoy algo tembloroso, pero espero que nadie se haya dado cuenta. Ahora solo puedo guardar la calma hasta ver cuál es su respuesta. El silencio es abrumador hasta que, de pronto, oigo una apocada palmada lejana. Arqueó las cejas, aún doblado sobre mi estómago, con la cara apuntando al suelo. Oigo otra, y después unas pocas más. Las manos empiezan a moverse y el sonido asciende hasta que el aplauso es unísono y llena aquella sala.

Eso no me lo esperaba.

Lentamente me incorporo, alisándome el traje contra el cuerpo y me atrevo a mirar los rostros de los trabajadores de la fábrica que han tenido a bien a detener un momento su trabajo para escucharme. La mayoría sonríe mirándome, aunque hay otros tantos que permanecen serios a pesar de que aplauden. En cualquier caso, esto me alivia y hace que recupere algo de seguridad.

Cuando he llegado a la fábrica estaba bastante nervioso. Durante todo el trayecto en coche no he dejado de apretar la pulsera de cuero de mi madre en mi puño, amasándola casi como si fuera una pelotita anti estrés; en mi mente aparecían los rostros de esos hombres, sus expresiones cabizbajas con las que me despidieron ayer, oía de nuevo sus ruegos y el sonido terrible que hicieron las puertas del edificio al cerrarse una vez que salí.

Ni siquiera sabía todavía qué les diría cuando le he pedido al capataz que reuniera a todo el mundo en la sala de máquinas, la frialdad con que el susodicho me ha recibido no ha hecho sino aumentar mi angustia por lo que pudiera pasar después. Pero ya no había opción de huir. Sabía que había cometido un error (y una injusticia) con esa gente, había antepuesto mis sentimientos a sus empleos en un acto de sumo egoísmo y desde luego, no tenía ningún derecho a ponerme ante ellos y pedirles de nuevo su confianza.

Pero tampoco podía hacer otra cosa.

Seguí apretando la pulsera mientras caminaba por el pasillo hacía la sala, y cuando me puse frente a ellos y poco a poco, los susurros y murmullos se fueron apagando para que yo empezara a hablar.

Seguía en blanco pero... entonces, el rostro de Airi apareció en mi mente. Su sonrisa confiada y recordé sus palabras; me forcé a creer en ellas y también en mi hermana. Si ella me había dado otra oportunidad después de lo mal que la había tratado, a lo mejor esos hombres también. Y siguiendo su consejo, les hablé con toda la sinceridad que pude: me disculpé, traté de explicarme, y expuse todos los planes que tenía para ayudarles a salvar esa empresa. Y pedí que confiaran en mí.

Creí que me abuchearían y me invitarían a irme, pero aquí están, aplaudiendo mis palabras. Es realmente increíble.

Sonrio con gratitud y busco con la mirada al capataz. Él no aplaude, su semblante sigue siendo iracundo y me vigila con los ojos entrecerrados. Cuando el aplauso se silencia por sí mismo, es él quien se aparta del muro en el que había estado apoyado con los brazos cruzados y camina hasta mí, con lentitud.

—Bien, ya es suficiente —anuncia, alzando el tono. Se vuelve hacia los demás y levanta las manos para llamar su atención—. ¡Que todo el mundo vuelva al trabajo! Ya hemos perdido bastante tiempo —Sus peticiones son atendidas casi instantáneamente y los congregados comienzan a dispersarse. Entonces se vuelve hacia mí—. Acompáñeme, señor Sonobe.

Dejamos atrás las máquinas y a los trabajadores; enfilamos un pasillo estrecho que ya conozco, rumbo a su despacho. Camina rígido y sin volverse para dirigirme la palabra, sin duda está molesto. Mientras le sigo, espero que sea un hombre razonable que sepa entender las circunstancias que me han llevado a actuar así. Yo comprendo los desajustes que le habrán causado mis cambios de opinión y no me importa volver a pedir perdón, pero no iré más allá. Una cosa es admitir la culpa y asumirla, y otra muy distinta rebajarse más aún ante alguien que, a fin de cuentas, es un trabajador.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora