Palabras Guisadas con Desprecio y Malicia

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Airi no se atreve a mirarme.

Está sentada justo frente a mí, al otro lado de la larga mesa rectangular en el centro de nuestro comedor privado y no para de remover los palillos en el plato, aplastando los restos de comida contra los bordes, dividiéndola, haciendo montoncitos y mezclándolo todo de nuevo. Apenas ha comido nada, aunque yo tampoco.

Pero yo no puedo dejar de mirarla.

Las cosas no fueron mejor después de que papá volviera a casa. El médico le ha dicho que debe seguir de baja por el amago de infarto que sufrió hace unas semanas y eso le pone de muy mal humor. Así que el reencuentro con él ha sido tosco y frío a causa de su enfado, de ningún modo era el momento adecuado para hablarle de Airi y la necesidad de sacarla de esta casa. Pensándolo bien eso solo serviría para disgustarle más y a fin de cuentas, ¿qué me importa si se va o se queda? Yo soy el que pronto se largará de vuelta a América y no tendré que pensar en ella nunca más.

Pero mientras tanto, aquí estoy, atrapado en una cena incómoda y silenciosa; con un padre enfurruñado al que no parece importarle demasiado si voy o vengo y con estas dos crueles mujeres a las que odio.

No me extraña notar el corazón tan agitado, no ha tenido un instante de paz desde que bajé del avión. Incluso ahora que el ambiente es tranquilo y pausado lo notó encogido, como en guardia ante un posible ataque, resentido al mismo tiempo porque Airi me ignora como si frente a ella no hubiese más que un asiento vacío. Me pregunto si estará pensando en mi beso... supongo que sí, por eso no me mira. Quizás sigue enfadada o está aterrorizada por la magnitud de mi maldad.

Después de semejante arranque de ira hasta a mí me inquieta de lo que soy capaz de hacer.

—Bueno Keisuke, aún no nos han contado nada de tu estancia en Nueva York —comenta Ritsuko, mi madrastra, desde una de las cabeceras de la mesa. Nada más oír esa aguda vocecilla hipócrita se me eriza la piel.

—¿Qué hay que contar? He estado trabajando como se esperaba de mí —respondo, feroz—. No sé si sabes lo que es eso.

Ritsuko sonríe a pesar de mi comentario. Esa mujer ya no finge, no oculta que carece de vergüenza ni moral, así que no niega ser una mantenida y que eso le encanta. Incluso se siente orgullosa de poder restregármelo, por eso se mira disimuladamente sus uñas de perfecta manicura y me guiña un ojo.

—¿Y qué? Aparte del trabajo... ¿alguna novia? ¿Tenemos alguna candidata para ocupar el lugar de gran dama de este imperio nuestro?

¡¿Nuestro?! La cólera me inunda.

Miro brevemente a mi padre en la otra cabecera; aún no ha dicho nada, está muy tranquilo partiéndose las verduras sin levantar la vista, haciendo oídos sordos a nuestra discusión. A él siempre le costó tomar partido, solo intervenía en nuestras peleas cuando se volvían realmente violentas.

—Eso no es asunto tuyo —le respondo a esa mujer—. Aunque si lo que te preocupa es que pronto haya alguien que te quite tu posición privilegiada...

Ritsuko se echa a reír, lo hace de un modo estridente que va subiendo de volumen a medida que echa la cabeza más y más hacia atrás. Se agita en su silla haciendo tal alboroto que Airi por fin levanta la cabeza de su plato y la mira, confusa.

—Ay Keisuke, que gracioso... —comenta cuando se le acaban las carcajadas. Se pasa un dedo por los ojos llorosos y arrebaña los restos de maquillaje que han sido humedecidos, tiene tanta práctica que sin necesidad de un espejo sus ojos quedan impecables—. ¡Qué alivio saber que aún te queda algo de sentido del humor!

>>. Has vuelto tan serio que me tenías preocupada. Y de hecho he pensado que un poco de compañía femenina serviría para mejorarte el ánimo. Ya estaba repasando nombres entre mis amistades, buscando el de alguna jovencita que pudiera complacer a alguien tan exigente como tú.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora