Un Deseo Dulce y Somnoliento

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Hace cinco años, puede que un poco más, hubo una ocasión en la que también perdí el control, pero entonces... nadie lo supo.

Una noche al volver a casa de la empresa donde empezaba poco a poco a involucrarme en los asuntos de papá, Kobayashi vino a recibirme a toda velocidad. Llovía mucho, el cielo estaba totalmente plagado de nubes grandes, de un color metálico, como si fueran planchas de acero oxidadas. Ese color lo cubría todo y yo lo había estado mirando desde que salí del edificio de la compañía, a través de la ventanilla contra la que golpeaban miles de gotas de lluvia, rumiando un mal sentimiento.

Supe que pasaba algo grave en el mismo instante en que vi la expresión de Kobayashi. Corrió hasta mi puerta y la abrió casi antes de que el coche se hubiese detenido del todo; recuerdo que traía un paraguas negro abierto en la mano pero él tenía la cabeza y la ropa totalmente empapadas.

—¡Señor Keisuke! ¡Venga rápido! ¡La señorita Airi está muy enferma y no contactamos ni con sus padres ni con el médico!

En un primer momento, esas palabras y su expresión de pánico me golpearon con tal fuerza que perdí el control de mi cuerpo y no logré salir del coche. Kobayashi gritaba más cosas, pero yo seguía oyendo el sonido de las gotas. De pronto sentí una descarga y salté fuera, golpeando al pobre Kobayashi que soltó el paraguas, este rodó y se quedó en medio del pavimento, bocabajo y olvidado.

—¿¡Qué le ha pasado?! Si solo era una gripe...

—Esta mañana la señorita salió fuera y...

—¡¿Fuera?! ¡Pero si lleva lloviendo todo el día!

—Exacto, señor. Tratamos de impedírselo, intentamos que entrara enseguida pero insistió en permanecer un buen rato bajo la lluvia en el jardín.

—¡¿Por qué haría algo así?!

—Parecía estar buscando algo... Los jardineros encontraron esto después.

Me detuve en medio de un tramo de escalera, no recuerdo cuánto me faltaba para llegar a su habitación, al ver lo que Kobayashi me mostraba. Era un collar que le había regalado a Airi por su cumpleaños del año anterior; siempre lo llevaba puesto pero desde unos días atrás no se lo había visto y yo me había estado preguntando si es que ya se habría cansado de él.

—Por esto... —Murmuré incrédulo. Entonces no tenía dinero para comprarle cosas realmente valiosas, aquel era un collar sencillo, de plata, con un adorno hecho a base de cuarzo rosa. Apenas tenía valor—. ¡Serás tonta! Podría haberte comprado diez más como este...

Airi tenía mucha fiebre, escalofríos y la tormenta dificultaba las comunicaciones con el exterior, en esos casos vivir en una mansión apartada del resto de la civilización era un serio problema.

Para evitar que el pánico me dominara por completo me puse a hacer cosas como un auténtico loco. Organicé a los sirvientes para que cuidaran de Airi; a un grupo les mandé en coche a buscar a nuestros padres que seguían en la ciudad de compras y yo me puse con otro grupo a hacer llamadas y enviar correos hasta que dimos con el paradero del doctor de la familia. Después envié a un coche a buscarlo y al final conseguí que viniera a atender a mi hermana.

Fue un día caótico pero para cuando se hizo de noche y nuestros padres llegaron, la fiebre de Airi había bajado bastante y estábamos, al menos, provistos de todos los medicamentos necesarios para atenderla en caso de que la cosa siguiera empeorando. Me sentí realmente orgulloso por no haberme dejado llevar por el pánico y para cuando me arrastre a mi cuarto y me dejé caer en la cama, creí que dormiría de un tirón hasta la mañana siguiente, pero fui incapaz de cerrar los ojos. Mi cuerpo estaba agotado por los nervios pero mi mente seguía sobreexcitada por lo ocurrido, así que de madrugada me colé en el cuarto de Airi para comprobar su estado.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora