Esas Fotografías de la Antigua Felicidad

26 5 3
                                    

Mi cuarto está, aparentemente, tal y como lo dejé; no obstante sé que ha habido personas que han estado entrando y saliendo de él.

Las ventanas están cerradas pero las persianas, subidas y no hay ni rastro del olor a cerrado que habrá llenado estás paredes todo este tiempo. No hay polvo sobre los muebles ni sobre los lomos de mis libros y he revisado la ropa que dejé aquí y despide un agradable aroma todavía fresco, supongo que hace poco que han lavado, planchado y vuelto a colocar aquí para cuando llegara. Y como yo no avise a nadie hasta esta mañana, supongo que habrán estado cuidando de este lugar de forma regular durante todo este tiempo.

No parece algo que papá se preocuparía por ordenar, ni mucho menos su diabólica mujer... me pregunto si esto habrá sido idea de Airi. Tal vez lo pidió (ella siempre pedía las cosas, nunca las ordenaba) pensando que yo volvería pronto.

Tras ducharme y cambiarme de ropa, no me queda más que hacer que observar este lugar. He vivido aquí desde que nací y saber que conozco cada rincón de él me arranca la nostalgia que había querido ignorar. Es verdad que salí huyendo para no regresar, pero en este cuarto me pasaron muchas cosas; casi todos los recuerdos de mi difunta madre están dibujados entre estas paredes. Mañana debería ir al cementerio para presentar mis disculpas por mi ausencia de estos años. No dudo en que papá habrá ido; su amor por ella nunca se consumió del todo, a pesar de la nefasta influencia de su segunda mujer.

Todavía no entiendo que pudo ver en alguien como ella después de haber amado a alguien como mi madre. Le engañó, Ritsuko apareció en la vida de mi padre con ese comportamiento seductor tan agresivo y no desistió hasta que le robó la voluntad y tuvo un anillo en el dedo. Invadió mi casa, mi mundo, se llevó a mi padre... lo único bueno que le reconocía, la única razón por la que yo agradecía que esa mujer y mi padre se hubiesen casado era Airi, porque gracias a eso yo había conocido a mi hermanita y por ella no me importaba tanto que mi padre no me prestara atención.

Que estúpido... durante nuestra infancia ni una sola vez se me pasó por la cabeza que esa niña dulce y encantadora acabaría convirtiéndose en su madre algún día. Aunque era lo más esperable; al observar lo bien que le había salido la jugada de pescar a un marido rico, Airi no había dudado en hacer lo mismo.

Camino hasta el escritorio y me quedo mirando el último cajón. La noche de la fiesta, después de que todos los invitados se fueran, yo subí furioso a este cuarto y cogí todas las fotografías y todos los objetos que me recordaban a Airi y los metí en ese cajón, no quería ver nada que me hiciera pensar en ella. Por supuesto no me lleve ninguna a América, así que no he visto su rostro (salvo en mis recuerdos o en sueños) desde hace cinco años.

Ahora tendré que verlo.

Incluso enfrentarme a su fotografía me lleva unos minutos. Alargo la mano con lentitud para tomar el asa del cajón y al abrirlo chirría, como es lógico, en sus bordes sí que hay polvo y me alegro; eso significa que nadie lo ha abierto y no han visto las fotografías desterradas en él.

Trago saliva y saco una foto cualquiera.

Estamos los dos, en la puerta de la academia donde estudiamos los años de instituto, llevamos puestos esos horribles uniformes azul marino. Es del año anterior a mi marcha... más o menos cuando todo empezó a ir de mal en peor. Sí... por eso yo estoy a su lado, incapaz de sonreír, tieso como un palo, con un rictus tan contenido como si aguantara la respiración mientras que ella sonríe alegremente colgada de mi brazo.

Ya entonces era muy guapa. Su cuerpo era todavía algo redondeado, con esa forma desigual típica de la adolescencia inacabada. Su pelo castaño caoba ondulado le llegaba a la altura del mentón, los ojos castaños claro relucientes por el sol que nos daba en la cara... y como sonreía, era una sonrisa auténtica, sin medias tintas, sin tener que fingir. Creo que nos íbamos de excursión o algo así o puede que no hubiera ninguna razón para esa desbordante alegría. Airi solía sonreír incluso cuando no quería hacerlo, pero no para mentir o actuar, sino porque ella siempre quería estar bien y no preocupar a nadie. Al menos eso pensaba yo y me parecía admirable.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora