Poderosas Turbulencias de Odio y Miedo

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Me odio a mí mismo.

Kei... Kei...

Ahora mismo oigo dos voces distintas en mi cabeza, aunque no siempre fue así. La primera es mi propia voz diciéndome que odio la persona en que me he convertido; porque no siempre me odié. La segunda voz es la suya, tan cantarina y clara, como el sonido que hace una varilla de metal al chocar contra el triángulo.

Me pregunto si su voz habrá cambiado en este tiempo.

Aprieto los párpados. Hay turbulencias, todo se mueve arriba y abajo y no lo soporto, sobretodo porque el resto de pasajeros se han puesto histéricos y yo no lo entiendo. Por encima del jaleo de voces y el zumbido del avión todavía puedo oír el trastabillar de las ruedas del carrito contra el suelo, así que las azafatas siguen cumpliendo con su labor. ¿Es que la gente no sabe que mientras la azafata siga en pie y sonriendo no hay razón para tener miedo?

Abro los ojos, molesto y miro por la ventanilla. Una visión del amplio cielo azul me habría relajado pero todo lo que veo es una masa blanca perfecta, sin fisuras, solo un blanco sólido y compacto que se ha tragado el cielo o tal vez solo este avión, quien sabe.

Kei... Kei, ¿por qué nunca me respondes?

Gruño y bajo la vista. Dentro de este espacio no hay mucho donde posar mis ojos sin toparme con la cara, el perfil o la nuca de algún desconocido, así que me quedo mirando la bandeja plegable del asiento de delante. No quiero volver a verla, pero... me gustaría oír su voz. Oír su voz de verdad, frente a mí y no grabada en un mensaje en el teléfono.

No puedo verla. Pero... la veré.

Otra turbulencia, alguien ha soltado un gemido detrás de mí. ¿En serio? ¿Esto te da miedo? No saben lo que es el auténtico miedo... Yo siento verdadero pavor agarrotando mis músculos; no puedo levantar los brazos de los asideros, no puedo dejar de apretar los dedos contra la tela del asiento, hundiéndolos más y más. La garganta me duele al tragar porque está tan dura y rígida como si fuera de plomo.

Kei... ¿Cuándo vas a volver, Kei?

No puedo verla. Sobre todo si se ha casado... ¿Lo habrá hecho? No creo que papá lo haya permitido, pero...

¿Por qué no te despediste de mí?

Oigo su voz en mi cabeza y me imagino la carita que pondría al decir eso; bajaría sus ojos enormes para no mirarme directamente, apretando los labios de forma que el inferior sobresaldría del superior, parpadeando sin parar, inclinando la cabeza con sus mechones castaños resbalando hasta acariciar su rostro levemente ovalado. Se pondría roja, solo un poco, en el centro de su rostro, sobre la nariz...

No quiero verla, pero en realidad nunca he dejado de hacerlo, ¿verdad? Todas sus caras, sus expresiones, sus muecas están en mi mente, como una inmensa galería de fotografías a mi disposición. Siempre que escuchaba los mensajes que dejaba en mi contestador escogía una de esas fotografías y yo sabía cuál era la correcta por el tono de su voz.

Por fin las turbulencias se están quedando atrás y el avión comienza a estabilizarse, la gente empieza a calmarse a mí alrededor. Alguien ha hecho reír a un niño, eso hace que el ambiente sea más relajado, aunque siga haciendo calor, haya demasiado ruido y sigamos atrapados en una masa de hierro cientos o miles de kilómetros por encima del suelo.

Es curioso las cosas que nos hacen sentir seguros. Cada uno tenemos la nuestra, incluso yo. La llevo en mi bolsillo, aunque no había querido cogerla hasta ahora por orgullo. Se trata de una pulsera de cuero que tengo desde niño. No recuerdo cuándo me la regalaron, aunque está hecha polvo pues nunca fui muy cuidadoso con las cosas, es lo que pasa cuando tienes de todo en tu infancia: que no te preocupas por nada. Seguramente me duchaba con ella, la llevaba cuando corría y el sudor y la mugre la han estropeado por todas partes. No estoy seguro de quién me la regaló, pero hace tiempo que decidí que lo hizo mi madre antes de morir, por eso la llevo encima siempre que debo enfrentarme a algo complicado. De mi madre recuerdo que tenía una paz natural que se desprendía de sus gestos, de su voz y sus palabras y nos contagiaba a todos de ella. Paz es lo que busco cuando aprieto la pulsera en mi mano y pienso en mi madre; paz y seguridad.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora