Un lugar mágico

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El camino hacia el Bajío era hermoso, amplias praderas que estaban forradas de un follaje verdoso y fresco. Aquel lugar era como un pequeño edén; los animales, las personas y las casas parecían salidos de un cuadro costumbrista.
—¿Ahora va a contarme la verdadera razón de por qué decidió venir a un lugar como este?
Helena suspiró, aquella chica comenzaba a fastidiarle en realidad. De su boca casi no salían palabras, pero cuando lo hacía era muy directa y desafortunadamente curiosa.
—Ya te lo dije, vine para acompañar a mi padre.
Valeria soltó una carcajada, se dio cuenta de que Helena la miraba un poco desconcertada y desaprobaba su desplante, pero no le importó.
—Lo siento, es solo que me cuesta trabajo creerle.
—No tengo porqué darte explicaciones, es tu problema que me creas o no.
Los ojos de Valeria se abrieron sorprendidos, era claro que Helena tenía la mecha corta como decían por el pueblo.
—¿No le interesa lo que piense de usted? —le preguntó Valeria algo intrigada.
—No me interesa lo que pienses y punto.
Valeria frenó la camioneta de forma repentina, parecía irritada pero divertida al mismo tiempo. El chillido de las llantas y el movimiento del vehículo hicieron que Helena se aferrara con fuerza al asiento.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Quieres matarnos?!
—Antes de ir al pueblo, me gustaría mostrarle un lugar.
Helena negó. Pero a Valeria no parecía importarle. La chica tomó una desviación, en la cual la carretera era únicamente tierra y piedras. Se adentraron por el camino y después de media hora Helena comenzó a escuchar el sonido de una gran cantidad de agua corriendo hacerse más fuerte conforme se acercaban.
—¿Es el río? —preguntó inquieta por aquel ensordecedor sonido que parecía sacado de un video de relajación.
Valeria sonrió.
—Es mucho mejor —respondió, esquivando con destreza piedras, agujeros y árboles para abrirse camino por su cuenta en un lugar aparentemente virgen y que quizá seguía siendo parte de la hacienda Lizano.
Finalmente llegaron, Helena pudo ver la hermosa caída de una cascada, era enorme, quizá unos cincuenta metros de alto, el sonido hacía casi imposible escuchar otra cosa que no fuera el del agua cortando su propia caída. Aquello era hermoso, no se dio cuenta de la expresión de su rostro hasta que Valeria se lo advirtió.
—Si abre un poco más la boca un enjambre entero de abejas podría entrar en ella.
Helena la miró furiosa, mientras la chica reía y caminaba con dirección al agua, para tomar un par de piedras y lanzarlas a la cascada.
—¿Ya va a decirme por qué está aquí?
Suspiró. En realidad su historia era bastante trágica, no tenía ánimos de hablar de eso. Así que se limitó.
—Está bien, quería alejarme de todo, ¿contenta?
Valeria la miró fijamente, caminó hacia ella cruzando sus brazos a la altura de su pecho.
—Es un buen motivo —dijo conforme. Volviendo a la orilla del río.
Helena sabía que se estaba saliendo un poco del plan, decir que había perdido a su madre habría sido suficiente, pero no para Valeria. Por un momento pensó que buscaría los escabrosos detalles de una infancia sin madre y un padre obsesionado con ella.
—Está huyendo. Déjeme adivinar; una historia de amor fallida, su novio la engañó así que decidió huir de la ciudad para encontrar paz en un lugar recóndito.
Helena soltó una carcajada.
—Creo que lees demasiadas novelas, niña.
Valeria volvió su mirada a la chica, le había llamado niña. Hacía años que nadie se refería a ella con tal palabra. Solamente su padre y cuando lo hacía era solo para señalarle su inferioridad. Odiaba esa palabra.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó Helena.
—No lo sé, a las chicas les gusta. La gente del pueblo dice que es un lugar mágico, existe una antigua leyenda, cuentan que si dos personas se besan en el punto más alto de la cascada, sus vidas estarán unidas para la eternidad. Su amor será tan fuerte que solo el día en el que la cascada se seque podrán separar sus caminos.
Helena la contemplaba sosegada, había entrado en una profunda concentración mientras contaba la historia, por un instante le pareció que no era ella misma. Incluso su voz enronquecida se había endulzado sutilmente.
—¿Has besado a muchas personas en ese lugar? —preguntó, mirando la cúspide de aquella cascada.
—Solo a una... —contestó taciturna, volviendo a la piedra angular que llevaba en sus manos.
El relincho de un caballo llegó hasta sus oídos, seguido del grito de Lisandro que se acercaba a galope. Valeria no podía disimular el desagrado que le producía la presencia de su hermano en ese lugar. Lisandro tenía talento para quitarle la diversión a todo.
—Pensé que irían a recorrer la hacienda.
—Preferimos tomar algo de aire —intervino Valeria, sin siquiera mirarlo—. ¿Tú qué haces aquí?
—Decidí seguir e irme hasta el Bajío, por si papá necesita algo.
Helena se dio cuenta de que Lisandro hijo era su pretexto perfecto. Había visto cómo la miraba en el almuerzo, solo él podía liberarla de las garras de su hermana.
—¿Podría irme con usted? Me gustaría ver el lugar donde trabaja mi padre
El rostro de Valeria cambió abruptamente ante tal petición. Ni siquiera volvió sus ojos a la chica, tomó un par de rocas más y las lanzó con mucha fuerza hacia la cascada.
—Claro, señorita. Le ayudaré a subir.
Lisandro colocó sus manos alrededor de la cintura de Helena y la subió en el caballo. La chica miró a Valeria, cuando durante un instante sus ojos se cruzaron, pero fue indiferente. Valeria limpió sus manos sobre su pantalón, y caminó hasta su camioneta.
—Dejaremos pendiente lo que resta del recorrido, señorita Santos —agregó, antes de derrapar las llantas levantando nubes de polvo.
De no haber sido porque la sola idea era descabellada, Helena hubiera jurado que Valeria estaba molesta. Actuaba como un chico celoso. No era algo que le importara siquiera, aquella niña irritante podía sentir y pensar lo que quisiera. Se ciñó fuerte a la cintura del joven Lisandro, más por temor a la bestia equina que por otra cosa, y se fueron rumbo al Bajío.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora