No me interesa lo que pueda pasarle

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Helena despertó de golpe a causa de una de sus pesadillas. Por lo menos el insomnio no la había atacado esa noche, aun se sentía tan agotada que apenas pudo girar de la cama y mirar el reloj sobre el taburete. Faltaban cinco para las diez de la mañana. Suspiró. Ulises estaría furioso. Se puso de pie, miró sobre el espejo que estaba cerca de la puerta una nota con una letra elegante y manuscrita: "Baja, tengo una sorpresa para ti". Sonrió, con la voluntad de una chiquilla enamorada que espera a su noviecito. Bajó despacio las escaleras para encontrar la mesa puesta, con un desayuno exquisito de huevos rancheros, café de olla y pan dulce recién horneado. Por un momento había olvidado que estaba en la hacienda, en un pueblo lejano de la ciudad. Tomó un pan con mantequilla dándole un par de mordidas cuando escuchó que alguien entraba. Era Valeria, llevaba unos jeans y una sencilla blusa blanca que dejaba a la luz sus hermosos pezones castaños. Llevaba una chaqueta en la mano y un par de botas en la otra.
—Está empezando a hacer frío. Te traje ropa más cálida.
Helena sonrió, por su mente pasó todo lo que había sucedido la noche anterior como una secuencia de película. Lo había hecho, había llegado al límite con esa chica.
—¿Qué pasa? ¿Tienes remordimiento? ¿No quieres verme?
Negó, no había momento ahora en el que no quisiera verla, y ¿remordimiento? No, eso tampoco sentía. Era más como una sensación de pesadez. De lo único que podría sentirse arrepentida es de lo que estaba por venir.
—Supongo que soy una más en tu lista de... ¿cómo dijiste aquella vez en el lago? —continuó la chica, mientras Valeria la veía divertida—. Oh si, era algo como: todas dicen eso.
La joven Lizano negó, se acercó hasta ella para poner su dos manos tibias sobre su rostro y besar sus labios suavemente.
—Quizás seas la fue a la última que le dije eso. —Le guiñó un ojo.
Helena sintió como si algo bajara a su estómago y se quedara ahí, haciéndole nudo entre las tripas. Esas sensaciones eran tontas, sumamente infantiles, pero no podía evitarlas.
—No puedo darte lo que buscas, Valeria. Yo tengo mi destino marcado.
Se arrepintió después de haber dicho aquellas palabras.
—¿Y según usted qué es lo que busco, señorita Santos?
Se acercó lentamente, sus ojos negros estaban a centímetros de ella. Helena conocía el deseo, lo había sentido toda su vida a lado de Ulises, pero con Valeria aquella emoción era diferente, sobre todo, cuando le mostraba esa parte sensible que contrastaba con su fiereza.
—No...yo...no lo sé. Espero que nada, en realidad.
Valeria sonrió, apartándose ligeramente de ella mientras la observaba. Conocía esa etapa, Helena negaría todos sus sentimientos, reafirmaría su sexualidad en algún momento y desearía olvidarlo todo, aunque dentro, muy dentro eso en realidad no pasaría.
—Será mejor que regresemos, tu papá debe estarte buscando.
La chica tomó su bolso y la chaqueta que Valeria le había prestado. Subieron a la camioneta y fueron de regreso a la hacienda. Durante el trayecto, ninguna dijo palabra. Valeria parecía concentrada en el camino, mientras Helena la admiraba discretamente. Su boca era roja, de un rojo tenue que se marcaba también en sus mejillas a causa del frío, quizá. Su ceja tupida y oscura le daba un marco perfecto a su rostro, resaltando sus ojos cafés que por la luz de la mañana brillaban con esplendor.
Se detuvo, era la primera vez que pensamientos como esos pasaban por su mente con relación a la belleza de una mujer. No estaba segura de qué había sido, pero Valeria había despertado en ella una serie de emociones distintas, y eso le aterraba.
Cuando menos pensó ya estaban en la hacienda, Valeria había encendido un cigarrillo mientras ella bajaba de la camioneta, marcando su distancia.
—Bueno, gracias por todo —dijo Helena, tratando de disimular la situación.
Valeria esbozó una sonrisa de satisfacción, era la misma expresión que había tenido la noche anterior mientras le hacía el amor y dejaba que se corriera en sus manos. Helena sintió que se sonrojaba.
—Cuándo quieras.
Helena caminó en dirección a su casa, sin siquiera voltear atrás. Estaba nerviosa, avergonzada y al mismo tiempo deseaba que aquello se repitiera una vez más. Se detuvo, caminó en dirección a donde estaba Valeria plantándosele enfrente con mucha seguridad.
—Esto se queda entre nosotras, ¿verdad?
La joven Lizano volvió a sonreír, parecía que disfrutaba de esa parte de la sicosis de la despedida diurna después de una noche de pasión.
—Tranquila —le contestó con voz baja— no tengo intención de tentar a la vida para que me golpee de nuevo. Que pase un buen día, señorita Santos.
Helena la vio marcharse, repasó cada una de sus palabras en la mente, en verdad deseaba que las cosas solo quedaran entre ellas, tanto como deseaba que aquel encuentro volviera a suceder.

***

Entró a la casa, sin siquiera aligerar el paso porque sabía que Ulises ya debía estar ahí esperándola.
—¡Dónde carajos estabas! ¡Pensé que te había pasado algo!
Continuó maldiciendo, pidiendo explicaciones como siempre. Helena le dijo que estaba bien, que no hiciera escándalo pero Ulises no iba a dejar las cosas así. Por su cabeza, solo podía pasar Lisandro hijo recorriendo las piernas de su Helena. Sentía que el pecho iba a explotarle como un volcán y la lava saldría por su boca.
—¡Deja de gritarme! —intervino finalmente Helena colmada—. No tienes ningún derecho a hablarme así.
—Claro que lo tengo... —se apresuró a contestar el hombre, tomándola del antebrazo para llevarla hasta donde estaba él—. Estamos juntos en esto, ¿lo olvidas?
—Eso lo sé, pero no tengo porque informarte de cada paso que doy. Necesito tiempo para mí, sin tener que estar soportando que me respires encima.
—Tenemos un objetivo.
Ulises tenía el semblante de un loco, Helena sabía que tan obsesionado estaba con ella, pero no iba a permitir que su imprudencia mandara todo al carajo.
—Créeme, es difícil olvidarlo.
Dio la media vuelta. Pero antes de que subiera a su habitación Ulises la detuvo.
—¿Estuviste con la hija de Lizano?
Helena se detuvo en seco. Que Ulises dijera eso repentinamente la ponía nerviosa. Había estado de muchas formas con Valeria Lizano. La última que recordaba hacía que las piernas le temblaran y que le fuera imposible mirar a Ulises a los ojos 
—Deberías alejarte de esa niña, lo único que vas a provocar es que el salvaje de su padre la mate a golpes.
Jamás imaginó qué tanto podía importarle aquello, la guerra era contra Lizano. Y ella a diferencia de los hombres como él, no metía a terceros en el juego. No podía explicarlo, pero aquellas palabras le produjeron temor. Quizá alguien ya las había visto entrar a la cabaña, quizá el pueblo entero ya sabía que la noche anterior había hecho el amor con ella.
—No me interesa lo que pueda pasarle —mintió. Y continuó con su camino.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora