Sin decir una sola palabra

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Llegó a casa después de haber presenciado el encuentro de Valeria con Camilo. Algo dentro de ella se aferraba a esa imagen, su cuerpo semidesnudo tocado por las manos de Camilo. Su boca inmersa en la de él y sus manos acariciando su entrepierna.
—¿Dónde estabas? —preguntó Ulises desde el umbral de la puerta.
Helena entró sin siquiera mirarlo.
—En ningún lado, solo necesitaba despejarme.
—¡No quiero a ese animal cerca de ti! ¡¿Me entendiste?!
Ulises rodeaba con su mano el antebrazo de la chica, que logró zafarse del apretón y empujar al viejo Roble para que dejara de hostigarla.
—No te ciegues, sabes que tenemos trabajo que hacer.
Helena iba a dar la retirada, pero Ulises era insistente y sus celos estaban por cegarlo completamente.
—¡Eres policía, no la puta del mocoso ese! No necesitas estar junto a él para hacer tu trabajo.
La mano de Helena chocó contra el rostro del hombre, que incrédulo volvió sus ojos a la rubia que parecía agitada.
—No empieces con tus celos estúpidos. Es una oportunidad para los dos. Mientras esté junto a Lisandro nadie podrá sospechar, y si eso pasa, él se encargará de que su papi no crea tal difamación.
Pero Ulises era viejo, terco y estaba tan obsesionado con su hija que pensar en que el infeliz de Lisandro pudiera hacerle algo hacía que el corazón se le saliera del pecho.
—Tú misma viste como se comportó. Poco le importaba matar a golpes a su hermana.
Helena sonrió, Valeria tenía un gusto extraño por la mala vida en realidad. No justificaba a Lisandro. Pero estaba consciente del nivel de provocación de Valeria.
—Tomaré mis precauciones, relájate, tú lo has dicho: tenemos trabajo que hacer.
Escucharon el sonido de la puerta, alguien llamaba. Se miraron entre si preocupados, esperando a que nadie hubiera escuchado ni una sola palabra de lo que habían dicho. Ulises fue a abrir, y para sorpresa encontró a Lisandro hijo en el umbral de la puerta, con el rostro agravado y cansado.
—Licenciado, quiero hablar con su hija —pidió.
—Lo siento mucho, Lisandro. Pero me temo que en este momento...
—¿Qué quieres? —intervino Helena, abriendo la puerta para mirarlo a los ojos.
—Me gustaría hablar contigo... —continuó con timidez, era como si las palabras se le arrastraran en la boca. Estaba apenado. Y por alguna razón pensó que necesitaba disculparse con Helena—. Quiero pedirte perdón por lo que pasó en la carrera.
La joven rio con cinismo. Ulises estaba preocupado, Lisandro era tan temperamental que estaba preparado por si Helena decía algo que no le gustase.
—En ese caso te equivocaste de puerta. No fue a mí a quien casi matas a golpes. Estoy segura de que tu hermana apreciará mucho más tu disculpa de lo que yo puedo hacerlo.
El chico suspiró, sus ojos se pusieron vidriosos y se llevó las manos al rostro como si quisiera limpiar su culpa.
—Helena por favor... —Intentó cruzar la puerta pero Ulises hizo a un lado a Helena y se puso frente a él.
—Si eso era todo puedes irte, no tengo nada más que hablar contigo en este momento.
La joven entró a la casa, Ulises se quedó de pie frente a la puerta hasta que lo vio marcharse en una Silverado color rojo. El chico estaba loco, y todo era culpa de su padre por quererlo hacer algo que no era. Un hombre.
—Lizano tiene razón, Valeria es mejor que su hermano. Tiene mucho más carácter, Lisandro en cambio no es más que un pobre diablo con un montón de testosterona que explota a la más mínima provocación.
Helena se detuvo al escuchar las palabras de Ulises, ya que iba camino a su habitación.
—¿Lizano dijo eso?
—Así es —contestó el Roble sirviéndose un trago de coñac—. Hace rato cuando lo acompañaba a casa, nos cruzamos con la chica, caminaba tan despreocupada. Ni siquiera se inmutó cuando su padre tocó sus heridas. No creo que busque solo probarle a su padre que es mejor que su hermano, sino al mundo, incluso a ti, Helena.
La chica sintió un poco de calor en su pecho. Era una estupidez, pero pensar en el hecho de que Valeria quisiera demostrarle que era mejor que su hermano le molestaba y al mismo tiempo la hacía sentir emociones que no correspondían.
—No importa lo que digas, todos en esa familia están locos. Si tenemos suerte terminarán matándose entre ellos.
—Puede ser —continuó Ulises recostándose en el sillón—, pero hay algo en esa chica que no cuadra con el resto de los Lizano.
Helena fue hasta él, pasó sus manos por los hombros de su padre y acarició su cuello con un ligero masaje.
—¿Planeas seducirla? —le susurró al oído—. He escuchado que no le van los de tu especie.
El viejo Roble rio, tomando la mano de Helena para llevársela a los labios.
—¿En serio? Yo he escuchado que en realidad eso no le importa mucho. En el pueblo dicen que la cama de Valeria Lizano no discrimina a nadie, ni siquiera a los peones de la hacienda.
Helena alejó su mano de los labios de Ulises, no pudo evitar quedarse helada y seguir reproduciendo esa escena en su mente. Era estúpido sentir cosas como esas, pero era imposible no hacerlo.
—¿Pasa algo? —preguntó el hombre, al ver que estaba pensativa y su semblante había cambiado de un momento a otro.
—Solo estoy cansada, me iré a dormir.
Subió a su habitación, se dio una ducha y no pudo dejar de pensar en Valeria. La chica tenía una facilidad increíble para hacerle la vida complicada. Recordó sus manos recorriendo su cuerpo, aferrándose a su espalda mientras le hacía el amor aquella noche en la cabaña. Había sido tierna, no recordaba a una Valeria desquiciada ni altanera. Quizá así era ella, cuando se quitaba el armazón que la protegía de su mundo.
Cuando se fue a dormir, un millar de pesadillas continuas se empeñaban en hacerle pasar otra noche de insomnio, obligándola a ponerse de pie y salir de la casa como siempre que pasaba eso. Caminó con dirección a la hacienda Lizano, no sabía porque su inconsciente se empeñaba en llevarla al matadero. Pero se quedó ahí de pie, observando la gran mansión y a los perros que custodiaban el lugar. Dio media vuelta y comenzó a avanzar hacia al lago, no había nada, solo la luna que se extendía preciosa como si quisiera sumergirse en él. No había rastros de Valeria por ningún lado, tal vez, debía estar en su cabaña. Por un momento pensó en tomar el automóvil que le prestaba Lizano a su padre, pero aquello era una locura. No había justificación que pudiera tener para buscar a Valeria de esa forma.
Lo mejor era regresar a la casa, estaba por amanecer. Suspiró decepcionada mirando aquel paisaje y cuando comenzaba a seguir su camino la detuvo una voz.
—¿Se le perdió algo, señorita Santos?
Helena dio un sobre salto. El corazón se le salía por la boca, cuando se dio cuenta de que se trataba de Valeria.
—¡Tú y esa maldita costumbre de aparecer de la nada!
La chica intentó seguir con su camino, pero Valeria se plantó frente a ella impidiéndole el paso.
—Pero si he estado aquí todo este tiempo, fuiste tú la que apareció de la nada.
Con la proximidad y la luz tenue de la luna, Helena se dio cuenta de las heridas en el rostro de la chica.
—Deberías estar descansando —dijo con voz suave, casi maternal.
—Me siento mucho mejor, pero gracias por preocuparte —sonrió, cruzando los brazos a la altura de su pecho. Evitando que Helena siguiera su camino.
—Imagino que Camilo curó muy bien tus heridas.
Lizano la observó extrañada, había sonado tan real aquella reacción de celos que por un momento sintió que el pecho se le expandía. Pero decidió no hacer alarde y hacer lo que mejor sabía; provocar.
—Hizo un buen trabajo, aunque casi desiste de su labor debido a tu repentina aparición.
Helena suspiró, no quería volver a pensar en ese encuentro. Un sentimiento desconocido la abordaba al hacerlo.
—¿Por qué juegas así con él? Es más que obvio que siente algo por ti.
Valeria se encogió de hombros, indiferente como siempre.
—Camilo sabe muy bien cómo son las cosas.
—Terminarás lastimándolo.
—Me temo que eso ya lo hice hace tiempo. Desafortunadamente hay heridas que no se curan y lo único que podemos hacer es tirar más y más de ellas, para que no se nos olvide cómo fue que llegaron ahí.
Aquellas palabras eran tan poderosas como ciertas, ella misma podía identificar esa sensación. Se había aferrado tanto a sus heridas del pasado para no olvidarlas que ahora su presente solo se concentraba en la venganza.
—Buenas noches, señorita Santos. —Dio la media vuelta, con dirección a la casa Lizano, pero antes de que avanzara Helena logró sujetarla del brazo con suavidad.
—Valeria, espera... —Toda la atención de la chica estaba sobre ella. La miraba fijamente, como esperando aquello que estaba por pedirle—. ¿Te quedarías un rato más conmigo?
Valeria sonrió. Acarició la mano de Helena que estaba sobre su antebrazo para aferrar un poco más ese contacto.
—Pídemelo otra vez —dijo, buscando la mirada de Helena que ahora estaba sobre el suelo con una risita incrédula. La escuchó suspirar.
—Quédate conmigo, por favor.
Valeria estaba satisfecha. Asintió, tomándola de la mano para dirigirla hacia el muelle.
Apenas comenzaba a clarear y el frío se intensificaba. Helena tiritaba, cuando Valeria sacó un cigarrillo. Lo encendió y le dijo que lo aspirara. La rubia sabía que aquello no era tabaco. Pero no le importó.
—Esto está bueno, ¿dónde la consigues?
Valeria rio a carcajadas, le sorprendió saber que Helena era una catadora de mariguana.
—Papá la cosecha.
No se sorprendió. Estaba segura de que la mariguana era apenas el aperitivo de Lizano. Así que continuó fumando el cigarrillo un par de veces más.
—¿Y no te molesta que se dedique a eso?
Valeria se encogió de hombros.
—No es el medio más legal para hacer una fortuna. Pero sé que detrás de todo esto, hay una buena acción.
Helena imaginaba que se refería al "altruismo" con el que disfrazaba su padre el lavado de dinero.
—Supongo que solo me queda pensar como tú. Después de todo mi papá aceptó el trabajo.
Valeria miró fijamente a Helena. No quería que su padre cometiera el mismo error que Márquez, el contador anterior. Su padre era buen aliado, pero como enemigo era el peor. Sabía que si Ulises lo traicionaba, Helena sería la primera en caer.
—Supongo... Vamos a la cabaña. Ahí podré darte más calor.
Helena la miró molesta. Las cosas no iban a ser tan fáciles después de lo que había presenciado con Camilo.
—Me refiero a que podemos encender la chimenea. Vamos.
Helena le siguió. Había adoptado esa horrible costumbre de seguir a Valeria a donde fuera sin pensar en los peligros que eso conllevaba.
Llegaron a la cabaña. Estaba tal cual la recordaba, y su último recuerdo en ese lugar era el de ella y Valeria haciendo el amor en la habitación de arriba.
—¿Vino?
La chica negó. Dejó caer su cuerpo sobre el sofá, como si el sueño cayera repentinamente en ella.
—Solo quisiera dormir un poco.
Valeria dejó las copas. Fue hasta donde estaba Helena y la tomó en brazos con ligereza. La chica se aferró a su cuello y le miró sorprendida.
—Te llevaré arriba. La cama es más cómoda.
El rostro de Valeria estaba tan cerca que no podía dejar de mirar sus labios.
—Olvídalo —dijo Helena, bajando de aquellos brazos—, no volveré a acostarme contigo porque...
—Porque no eres como yo.
Helena se mordió el labio. Hubiera querido tener el valor para afirmarlo. Pero había algo más fuerte dentro de ella.
—Porque te acostaste con Camilo.
En Valeria se dibujó una sonrisa llena de satisfacción. Mientras que el rostro de Helena se sonrojaba y ella misma se maldecía por dentro. Suspiró, negando una y mil veces en su cabeza la decisión que la había llevado a estar en esa cabaña. Dio la media vuelta, dispuesta a marcharse y volver por su cuenta a pesar de lo lejos que estaba aquel lugar. Pero Valeria abrazó su cuerpo, besando sus labios con ternura y recorriendo su espalda con las manos. Helena cerró los ojos, se dio cuenta de que estaba disfrutando aquel momento como nunca. Así que aferró el cuello de la chica con una mano para intensificar el beso. Valeria podía sentir el cuerpo de Helena aferrarse al suyo con fuerza. Esta Helena que tenía en sus brazos estaba llena de fuego, no de curiosidad ni miedo como aquella primera vez.
Un sabor a hierro le recorrió la boca al separarse de los labios de la chica.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño? —preguntó Helena, mirando el labio de Valeria sangrar.
—Descuida, estoy bien.
Helena se dirigió hasta el sanitario, en donde recordó haber visto un botiquín. Sacó una gasa, algo de agua oxigenada y limpió la herida de Valeria que estaba ahora al rojo vivo. Mientras repasaba aquellos labios, para disminuir el sangrado no podía dejar de observarlos. Carnosos, rojos y heridos.
Al subir la mirada y ver a Valeria, se dio cuenta de que por la cabeza de la chica debía estar pasando lo mismo.
—No quiero acostarme contigo, Helena —dijo de pronto, desconcertándola tanto que dejó caer la gasa entre sus dedos—. No quiero hacer nada que tú no quieras hacer conmigo. Y si solo quieres dormir entonces eso haremos. Me quedaré en el sofá, ¿eso está bien para ti?
Helena estaba confundida, aceptó aquel trato sin más remedio y fue a la recámara en donde había dormido con Valeria la primera noche que había estado ahí. Aquello la hacía sentir extraña, como si perdiera la voluntad. El olor de la chica estaba por todos lados, y a su mente volvían las imágenes de aquella ocasión.
Miró hacia el librero, en donde ya no estaba más la fotografía de esa misteriosa mujer tan parecida a Valeria. Había quitado el portarretrato, «¿quién era?» se preguntaba aun.
Pudo conciliar el sueño mejor que antes, abrió los ojos pasado el mediodía y bajó para despertar a Valeria. La encontró recostada en el sofá, las gotas de sudor le resbalaban por el cuerpo como si hubiese llovido dentro. Se movía, inquieta, como si algo en verdad fuerte le atormentara. Helena escuchó que murmuraba
—Am...amn...
Pero antes de que pudiera descifrar lo que intentaba decir la chica terminara despertó sobresaltada.
—¿Estás bien? —preguntó Helena, inclinándose a ella.
El pecho de Valeria se hundía, estaba tan agitada que por un momento hubo horror en sus ojos. Helena era víctima de pesadillas terribles, y era la primera vez que veía que alguien más tuviera esa expresión de horror en su rostro después de un mal sueño.
—No —contestó con seriedad, poniéndose de pie y caminando al baño sin decir más. 
Después de un par de minutos salió recién bañada. Su semblante parecía mejor, era como si nada hubiera pasado en realidad.
—Es hora de irnos, no quiero que tu papá se preocupe.
Esbozó una hermosa sonrisa que hizo que el corazón de Helena se acelerara. ¿Qué era ese repentino cambio de humor? No podía simplemente cambiar con tanta rapidez. No era algo normal. Sin embargo, no dijo nada. Obedeció y subió a la camioneta de la chica sin decir una sola palabra.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora