La apertura de un alma rota

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Por la mañana Helena miró su reloj, pasaba de medio día. Era como si el tiempo en esa cabaña transcurriera con más velocidad. Las manos de Valeria estaban alrededor de su cuerpo, la miró fijamente durante unos segundos. Nadie podía verse tan hermosa en la mañana como ella. Acarició su mejilla, y besó suavemente sus labios.
—Buenos días... —susurró, abriendo pausadamente sus ojos.
Aquella vista era hermosa, Helena desnuda sobre sus sábanas, sonriendo mientras la veía despertar.
—Buenos días —contestó la chica intentando ponerse de pie lentamente.
—¿Te pasa algo? —preguntó Valeria, mirándola levantarse con esfuerzo de la cama.
—Me duele el cuerpo, siento como si un tren hubiera pasado sobre mí.
Valeria rio. Era la segunda vez que Helena descubría esa risa contagiosa en ella.
—Acaba de pasar sobre ti el huracán Valeria. En unos días estarás como nueva.
Helena sonrió, se puso de pie finalmente pero las manos de la chica que la acompañaba la rodearon haciéndola caer de nuevo en la cama.
—No quiero que te vayas, quédate aquí conmigo.
Helena volvió sin opción, aferró en un abrazo el cuerpo tibio de Valeria y besó sus labios intensamente. La deseaba tanto, ella misma quería que el tiempo se detuviera en ese lugar y que de pronto, todo su plan terminara mágicamente.
—Pensé que te gustaría dar un paseo, ir más allá de la cascada, conocer los otros pueblos y seguir hasta la otra ciudad, ¿qué dices?
Helena parecía convencida, pero estaba segura de que Ulises no estaría muy cómodo con la idea de dos mujeres viajando solas.
—¿No sería peligroso?
Valeria negó. Se puso de pie y tomó un vaso con agua ofreciéndole otro a la chica.
—Podemos llevar a Camilo si te hace sentir más segura. Los dos se llevan bien.
—No creo que sea buena idea. De verdad le gustas, y sería incómodo para él vernos juntas.
Valeria se recostó junto a Helena, besando su pecho y finalmente su nariz.
—Camilo trabaja para mí. Él hará lo que yo le diga.
—Él te quiere, ¿no te importa lo que sienta?
Los ojos de Helena parecían inquietos. No podía creer que Valeria fuera tan insensible con el pobre de Camilo. Ella misma había sido testigo de cómo se desvivía por ella.
—Yo he sido muy clara con él. Sexo es todo lo que puedo ofrecerle.
—¿Y conmigo también será así?
Valeria miró a Helena, parecía muy seria ahora. No podía contestar aquella pregunta porque hacía tiempo que su corazón no hacía más que bombear sangre. No era sencillo volverse a abrir a alguien después de lo vivido. Después de Amne.
—Es muy apresurado hablar de eso, Helena. La situación entre nosotras es diferente, si alguien se entera terminaríamos muertas. Tendríamos que irnos de aquí, pero...
—No lo harás. Sé que no soy la primera persona en pedírtelo...
Valeria la miró sorprendida. De dónde había podido sacar esas palabras Helena. Una parte de ella se horrorizó de solo pensar que Helena supiera algo de su pasado.
—¿Qué fue lo que te dijo Camilo?
Helena suspiró. Tomó su ropa y comenzó a vestirse rápidamente.
—No me dijo nada, me aclaró las cosas. Ahora entiendo mucho de ti. Ese afán por querer auto sabotearte. La indiferencia con la que vas por el mundo solo para hacer más profundas tus heridas. Qué más da que me haya dicho Camilo. Quiero que seas tú quien me diga qué es lo que buscas en este lugar, ¿por qué no buscaste a Amne cuando desapareció?
Valeria sintió como si un fuego le quemara las entrañas. Arrojó el vaso de agua sobre el librero y fue directo a Helena para tomarla de la quijada y pegarla a la pared.
—¡No te atrevas siquiera a mencionarla! Amne no desapareció. ¡Se fue! Yo misma le dije que lo hiciera, mi padre conocía perfectamente el lazo que nos unía, que se quedara en el Bajío era peligroso... —Valeria decía aquello con dolor, era la primera vez que Helena veía que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Algún día volveremos a estar juntas, lo sé.
Helena sintió como si un fuerte golpe en el vientre la sofocara, ¿qué significaba entonces ella para Valeria? ¿Lo mismo que Camilo? ¿Un pasatiempo?
—Y mientras tanto vas por ahí acostándote con todo el mundo, ¿no?
Valeria soltó lentamente a la chica, no podía creer que Helena ahora supiera sobre la existencia de Amne. Aquello la hacía sentir expuesta y vulnerable. No podía permitir que cualquiera entrara en su intimidad de esa manera, sin embargo, Helena no era cualquiera... Fue hasta una mesita para alcanzar su teléfono:
—Necesito que vengas en este momento, la señorita Santos tiene que regresar a su casa... dije en este momento, Camilo.
Valeria se vistió apresuradamente, salió de la habitación y posteriormente de la cabaña. Helena estaba en la habitación, temblaba de rabia aguantando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Era una tontería llorar por ella, no lo merecía, y era tan antiprofesional que eso la hacía sentir más vulnerable. Había fallado. Enamorarse de un Lizano no era el deber de una policía, como ella o como su madre.
Terminó de vestirse, miró sobre el librero esperando encontrar la fotografía de la mujer que había visto antes. Ella debía ser Amne. Buscó por todos lados, antes de que Valeria volviera, hasta que finalmente hurgó en uno de los cajones de un taburete junto a la cama. Ahí estaba, tomó la fotografía sin pensarlo demasiado y la guardó en su bolso para luego salir de la habitación.
Cuando salió de la cabaña se dio cuenta de que la camioneta de Camilo estaba ahí estacionada. El chico se bajó en cuanto la vio caminar hasta él. No había rastros ya de Valeria por ninguna parte, seguramente había huido como siempre.
Camilo le abrió la puerta a Helena. En el transcurso de regreso a la hacienda el chico no dijo nada, sabía en realidad lo que debía haber pasado en esa cabaña, podía imaginarlo aunque no lo quisiera, pero solamente podía mirar de reojo a Helena que parecía inmersa en si misma. Herida quizá por la indiferencia con la que la debía haber tratado Valeria. Se dio cuenta de que tenía los ojos vidriosos como si estuviera a punto de llorar.
Le ofreció su pañuelo, y la chica sonrió un poco avergonzada al tomarlo.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Helena a Camilo una vez que estuvieron frente a la casa de los Santos—. ¿Cómo puedes seguir junto a ella después de tantos años?
Camilo suspiró. Le regaló una pequeña sonrisa y agregó:
—Yo mismo me hago esa pregunta todo el tiempo.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora