Epílogo

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A Lonni, por
acompañarnos
en este viaje.

Aunque era una ciudad tranquila siempre había algo que hacer en la comisaria, esa noche estaba llena de cargos menores. Entre ellos una pelea entre dos ebrios y un accidente vial. Miró al chico castaño de cabello largo y sonrisa deslumbrante con la nariz rota. Otro idiota que probaba su hombría. Nada de extrañar.
—No vi la señal de alto, quizá iba algo distraído —confesó el sujeto con esa sonrisa boba—. Bebí un poco, no llevaba el cinturón. Tengo derecho a una llamada, déjeme hablar con mi chica.
Renata suspiró. Le entregó el teléfono y se alejó un poco para que el chico hiciera su llamada. Lo miraba hablar y manotear mientras sus compañeros se encargaban de un par de ebrios que acababan de llegar. Finalmente el chico volvió con el teléfono y se lo entregó.
—Bien, ella vendrá a pagar mi fianza.
La oficial no parecía sorprendida
—Tengo que ponerte las esposas, no será nada.
El chico asintió. Mientras Renata lo colocaba junto a su silla, sujeto con las esposas a la misma.
Era una comisaría de pocos recursos y pocas celdas, la mayoría ocupadas por vagos. Pensó que no tenía sentido encerrarlo si su novia iría por él.
Mientras escribía unos expedientes en su computadora, la voz de una chica pidiendo informes en recepción le pareció familiar.
—Es castaño, alto...sí, chocó ¿puedo verlo?
Renata salió de su oficina, miró por el pasillo y pudo verla. Era ella, estaba segura. A pesar de que usaba ropa un poco más femenina y llevaba el cabello más largo. Su ronca voz era inconfundible y hacía que su corazón latiera con prisa.
—Está en la oficina de la oficial Mancera.
Renata se pegó a la pared, regresó deprisa a su oficina y descubrió al sujeto de pie, con la silla en la espalda, inspeccionado el lugar. Al verla, el chico volvió a sentarse con dificultad.
—Lo siento, es solo que... ¡Amor!
Renata volvió sus ojos hacia la chica. Valeria Lizano estaba justo frente a ella como en sus peores y mejores sueños. Sus ojos se cruzaron y fue como aquella vez junto al lago. Esa sonrisa, pensó la chica. Mientras la veía hacer ese gesto usual. Recordó el recorrido de esos gruesos labios rosas por su cuerpo, no podía creerlo. Estaba ahí, estaba viva y era todo lo que importaba una vez más.
—Gracias por venir, nena. Oficial, ¿puede quitarme las esposas?
Renata volvió en si. Tomó la llave y soltó al joven que de inmediato fue a los labios de Valeria para besarla.
—Eres la mejor ¿lo sabías?
El chico sostenía el rostro de Valeria y besaba sus labios sin control.
—¿Es todo oficial? —preguntó de pronto, entregando la papeleta con el pago de la fianza.
Renata tomó el papel y fingió inspeccionarlo. Pero ni siquiera estaba segura de poder leer en ese momento.
—Claro, es todo.
El chico estrechó la mano de Renata y tomó de la cintura a Valeria. Pero la chica no podía quitar sus ojos de ella.
—Disculpe las molestias, oficial... —Estiró su mano para despedirse.
Por un instante, el oxígeno de aquella habitación parecía reducirse.
—Mancera, Renata Mancera y no es molestia, es mi trabajo, señorita...
—Mila Yaneé.
Era su nombre, recordó Renata. La abuela se lo había dicho en una de sus visitas a aquel apartado lugar Kheshia. Significaba milagro y amor por los suyos. Sin duda, esa chica era eso y más. Quiso abrazarla, sostenerla en sus brazos una vez más. Pero los confundidos ojos del chico estaban sobre ellas, así que soltó la mano de la nueva Mila.
Los vio dar la vuelta, sus destinos se separarían una vez más. Renata cerró los ojos suspirando un:
Dhora hai...
Mila se detuvo ligeramente, no volvió sus ojos, pero esas palabras habían entrado con fuerza en su interior. Ella también la amaba, continuaba amándola desde lo más profundo de su corazón.

***

Llevaba un tiempo en esa nueva ciudad y ese nuevo departamento. Su vida al fin tenía un rumbo lejos de aquella pesadilla Lizano y de Ulises Santos. Las pesadillas habían disminuido. Había encontrado el cuerpo de su madre en el río, junto a otros más ya que Lizano utilizaba aquel sitio de fosa común. Ahora podía descansar en paz junto a su madre y su recuerdo, y así mismo se reconfortaba con la idea de que Camilo y ella al fin estaban juntos.
El sonido de la ventana retumbando era recurrente, desde hacía dos meses su vecino nuevo no dejaba de poner la música a todo volumen hasta altas horas de la noche. Era demasiado, estaba cansada de la situación. Así que esa noche estaba decidida, había salido de una larga jornada y no estaba dispuesta a soportar otra noche de mal sueño a causa del escándalo. Se dirigió hasta el departamento para tocar con fuerza.
Estaba lista, iba a ponerle las esposas al maldito en cuanto comenzara a ser un intransigente.
Nadie parecía abrir, tocó una vez más con mucha fuerza y la música paró.
La puerta se abrió y ahí estaba de nuevo. Su destino.
Mila se apoyó sobre el marco de la puerta, sonriendo como si llevara tiempo esperando aquella visita.
—¿La desperté, señorita Mancera?
Renata estaba impresionada, por un instante sintió que las lágrimas corrían por sus ojos. Ahora eran diferentes, nada había en el mundo que pudiera impedir que estuvieran juntas. No había secretos y dolores pasados.
—¿No crees que es un poco tarde para una fiesta?
Mila sonrió. Haló a la chica hasta su boca, para inmolarse en un beso que duraría, quizá, esta vez, toda la vida.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora