Su culpa más grande

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Una gota de sudor corría por su pecho, mientras sentía aquella lengua recorrerla hasta bebérsela. Sonreía, perversa y preciosa entre sus pechos mientras jugueteaba con ellos, mordiéndolos y succionándolos con fuerza. Podía sentir que estaba cerca de correrse, pero decidió guardarle el placer entre los dedos un poco más.
Llevaban dos meses en casa de los Lizano, y aquello era su secreto. Nadie sospechaba nada, ni siquiera Azucena. En el día Valeria se iba al Bajío para ayudarle a su hermano, mientras que ella se quedaba en casa de los Lizano. Volviéndose loca, pensando una y otra vez en lo que haría para sacarlas de ese infierno. Nada le importaba ya, salvo asegurar su vida y la de Valeria.
La joven Lizano aferraba una mano a la boca de Helena conforme aumentaba el ritmo, introduciendo un par de dedos dentro de ella.
—Me vuelves loca, Helena. Adoro cómo reacciona tu cuerpo. Intenta mantenerlo.
Pero la chica no pudo, sintió que la sola voz de Valeria rozando su oído era suficiente como para terminar. Su cuerpo vibró con fuerza mientras se aferraba a las sábanas de la cama y su respiración se agitaba.
Los ojos perversos de Valeria la miraban satisfecha, saberse responsable de esa forma tan vulnerable de Helena era satisfacción suficiente.
—Te dije que lo mantuvieras.
Helena la miró agotada. Antes le habría molestado que dijera esas palabras con aquel tono frío e indiferente, pero ahora sabía que tenía un humor muy peculiar.
—Es difícil mantenerlo, si me lo pides en el momento en el que sabes que no podré hacerlo.
Valeria sonrió. Besó los labios de Helena con suavidad. Mientras un nudo en la garganta comenzaba a asfixiarla. Quería decirlo, en ese instante era preciso e idóneo decir lo que sentía. Pero simplemente las palabras se le resbalaban de los labios.
Miró como Helena volvía a colocarse su pijama, y se despedía con un fugaz beso, como desde hacía unas semanas, para volver a su habitación a hurtadillas.
—Descanse, señorita Lizano.
Valeria la tomó del brazo, no quería dejarla ir de la misma forma que lo hacía cada noche. Helena la miró extrañada, sin comprender aquel repentino movimiento.
—Descansa, mi amor.
Valeria bajó el rostro, estaba sonrojada y se sentía hasta cierto punto inmadura. Helena estaba satisfecha. No dejó de observarla hasta que finalmente tomó su barbilla dándole un tierno beso.
Salió de la habitación con una innegable sonrisa en los labios, podía sentir como el corazón estaba listo para salir volando de su cuerpo. Aquellas palabras hacían tanto eco en su mente que por un instante se encontró absurda y estúpida por su infantil reacción.
Abrió la puerta de su habitación despacio. Se recostó sobre la cama cuando sintió la presencia de alguien con ella.
—Pareces muy contenta, pero no preguntaré por qué.
La voz de Ulises atravesó la habitación, provocando que Helena se estremeciera y tomara la pistola que escondía bajo su cama.
—Me asustaste, maldita sea.
La chica guardó el arma prendiendo una lámpara para ver al hombre que yacía en su habitación.
—Lárgate, si alguno de los Lizano te ve aquí será extraño.
—No tanto como si te vieran salir a hurtadillas de la habitación de Valeria.
Ulises caminó hasta Helena, mirándola con desprecio mientras pasaba su nariz con proximidad hacia ella.
—¿Qué haría contigo Lisandro hijo, si supiera que el olor a sexo que sale de tu boca es el de su hermana?
Helena le dio una bofetada, no lo pensó ni un instante para hacerlo. Pero Ulises no titubeó en responderle de la misma forma y hacerla caer en la cama. El golpe había sido casi seco, la chica pudo sentir que perdía el conocimiento por un instante, cuando Ulises fue hasta ella para levantarla del brazo y pegarla a la pared. Su aliento tenía un ligero olor a alcohol.
—Perdiste, Helena. Perdiste como lo hizo tu madre. Un Lizano acabará contigo de la misma forma ¡Dile adiós a tu puta venganza!
Ulises dejó caer su puño en el bello rostro de la chica, haciéndola caer en el piso de madera. Helena no hizo más que un leve sonido mientras sus ojos se levantaban turbios mirando a Ulises con rabia, aquellos ojos regresaban a él como una pesadilla.
Su respiración se agitaba, mientras corría hasta la calle para detenerla.

...

—¿Vas a volver? ¿Para qué? ¡Tu caso ahí ha terminado!
Había guardado sus pertenencias en la cajuela del vehículo. Volver al Bajío era una decisión difícil inclusive para ella, pero no hacerlo era aún peor.
—No puedo quedarme aquí, Ulises. Tengo que volver con él y decirle...
—Que lo amas...
Un Ulises más joven observaba a aquella mujer fijamente. Nunca había amado a nadie con la fuerza con la que la amaba a ella. Sus ojos claros lo miraban con compasión, pero no iban a quedarse a su lado esta vez. Helena estaba enamorada y no había forma de que pudiera hacer algo.
—Volveré por la niña...Y también por ti. Solo dame tiempo para arreglar las cosas.
Los labios de Helena buscaron la boca de Ulises pero el joven los esquivó. No quería volver a probar esos labios que ya no le pertenecían. Helena había ido demasiado lejos, enamorándose de un criminal.
—¡No podrás arreglar nada! ¡Porque nada tiene solución ahora! —La sonora voz de Ulises fue hasta ella, llevado por un impulso de sostenerla del brazo y doblegarla con fuerza.
Helena intentaba resistirse, pero la fuerza de aquel joven roble era doble a la de ella.
—Si te vas, no volverás a verme ni a mí ni a tu hija ¿me escuchaste?
La mujer caminó con dirección a la casa pero Ulises la sostuvo arrojándola al piso. Sus ojos lo miraron fijamente, había desprecio en ellos y mucha incertidumbre
Su pequeña hija estaba sobre el umbral de la puerta, y su llanto interrumpió aquella escena. No pasaba quizá de los cuatro años, y sus pequeñas mejillas rosadas estaban bañadas en lágrimas.
Helena intentó llegar hasta ella pero Ulises la arrebató de sus brazos.
—Lárgate antes de que le hagas las cosas más difíciles.
Los ojos de la mujer se habían llenado de lágrimas mientras su hija se aferraba al hombro de su padre sin poder contener su inexplicable llanto. Intentó buscar su mirada hasta que finalmente encontró aquellos pequeños ojos iguales a los suyos. Para hacerle su última promesa.
—Volveré por ti. Lo prometo, cielo. Seremos felices los tres.
Condujo hasta aquel pueblo, en donde la hacienda Lizano podía verse desde la entrada al pueblo. Volver a ese lugar era una pesadilla, pero debía pelear contra sus propios demonios. Miró el cielo plumear. Estaba por nevar. Era la primera vez que sus ojos veían la nieve, y nada era más triste y frío como ese momento.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora