Ulises llegó puntual al Bajío, como hacía ya un mes desde su primer día con los Lizano. Como siempre, el trabajo era sencillo, presupuestos y pago para los trabajadores. No había nada más que pudiera hacer en ese lugar, gracias a su jefe. Le extrañó verlo desde temprano, iba y venía como el Dios de todo aquello saludando a cuantos se le pasaban por enfrente.
—Buenos días, Santos. Qué puntualidad la suya.
El hombre apenas sonrió. Le dio un apretón de manos a Lisandro y éste le pidió que lo acompañara y detuviera el movimiento de pagos a los empleados.
—Vayan a la cantina y pidan a nombre mío —dijo Lisandro y los trabajadores no lo pensaron ni un instante. Tomarían todo el licor del bar antes de que Lisandro terminara de hablar con el contador.
Lo llevó hasta su despacho, era la tercera vez que estaba ahí desde su llegada. Era un lugar grande, sillones de piel, ventanal alto. Y una cabeza de venado justo bajo Lisandro, que era como su trofeo.
—Pásale hombre, ¿te sirvo un coñac? ¿Whisky? ¿Tequila?
Santos pidió un coñac, lo tomó con tranquilidad esperando que no estuviera envenenado sin dejar de contemplar cada detalle de la habitación.
—Vamos siendo claros, Santos. Mi hijo y tu hija se quieren, eso se nota a distancia.
Ulises dejó el trago sobre el escritorio. Nada de lo que dijera referente a los dos iba a hacer que cambiara de opinión. No iba a dejar a Helena en manos de un gañán como su hijo. Sin embargo, lo dejó que continuara:
—Necesito que hables con ella. Hubo malentendidos entre ellos recientemente, pero créeme, mi hijo tiene las mejores intenciones. En una de esas y hasta emparentamos.
Una horrible sonrisa se dibujó en el rostro de Lizano, que relamía sus labios con insistencia, mientras acomodaba su cinturón.
—Discúlpeme, don Lisandro. Pero no es algo en lo que yo pueda mandar. El corazón de Helena ya tiene dueño.
Los ojos de Lizano se abrieron expectantes. ¿Quién podía ser el dueño del corazón de Helena? no debía ser tan querido si se le veía a la chica ir y venir con su hijo. Le sonaba a puras habladurías de un padre sobre protector. Y lo entendía, de haber sido Valeria una chica "normal" como decía él, habría sido el peor de los perros guardianes.
—Solo quiero que le hagas ver que mi muchacho es un buen hombre. Porque lo es. No soy ni la mitad de noble que él, Santos. Soy yo quien lo ha hecho duro. Mi hija, sin embargo... —El hombre hizo un silencio prolongado, siempre hacía lo mismo cuando hablaba sobre Valeria. Como si quisiera acomodar bien cada una de sus palabras—. Es digna hija de su padre. No dejes que Helenita se vea enredada por las perversiones de mi hija.
Ulises asintió. No haría ni media palabra de lo que el hombre le acababa de decir. Pero si hablaría con Helena, le preguntaría qué era lo que Lisandro hijo había hecho para ofenderla.
—Ya se lo dije, el corazón de mi hija está ocupado.
Lisandro encendió uno de sus puros.
—¿Y quién es ese príncipe azul que tiene atrapado el corazón de tu Helena?
—Yo —dijo finalmente el hombre.
Lizano dio una carcajada ensordecedora con su voz de megáfono, Ulises lo acompañó con risas un poco más bajas. Todo había quedado en una broma de camaradas.
—¿Puedo retirarme, señor?
Lisandro apagó su risa y miró detenidamente al hombre que estaba frente a él. Le hizo una señal con la mano, no quería verlo más. Pero antes de que se fuera, volvió su voz a él.
—Santos, ándate con cuidado. En este lugar esas cosas no se ven bien, ¿me explico? No todos tienen humor para eso.
Santos apenas detuvo su andar frente a la puerta. No le interesaba lo que él o el pueblo pensaran. Helena era suya, nadie más era digno de tenerla. Nadie, salvo él.***
Santos abrió la puerta de la casa con violencia, encontró a Helena frente a su computadora.
—¿Qué fue lo que pasó entre tú y el hijo de Lizano?
Helena no detuvo su tecleo, continuó inmersa en lo suyo mientras le contestaba:
—Nada.
Santos cerró la computadora casi atrapando los dedos de la chica. Los ojos de Helena lo miraron sin mucho ánimo de hacer de aquello una gran discusión.
—Estoy esperando una explicación. Dijo que tuvieron malentendidos, pero que el mocoso es un buen muchacho y que está muy interesado en ti. Respóndeme Helena, ¿qué pasó?
La chica suspiró, cerró los ojos esperando poder escapar durante un instante. Tomó la computadora y la colocó en la mesita de centro.
—Nada, ya te lo dije, el chico es un idiota. Y yo no tengo interés en él —dijo, poniéndose de pie, para caminar hasta la cocina y servir un par de tazas de té.
Pero Ulises estaba hecho un demonio, caminó hacia ella, alejando la tetera de sus manos y tirando al suelo las tazas de té que se hicieron añicos al impactar con el mismo.
—Pues vas a tener que fingir porque ese idiota es pieza fundamental de nuestros planes.
Helena parecía serena, Ulises no podía imaginar el plan que estaba maquinándose en su mente en ese instante. Caminó de vuelta hasta la sala, para tomar el abrigo que estaba sobre el sofá. Era una tarde fría a pesar de que había sol.
—Me tomé la libertad de cambiar un poco el enfoque. Pero no te preocupes, padre, quizá obtengamos resultados mucho más interesantes si apuntamos en otra dirección.
Ulises se quedó de pie, recibiendo un tierno beso en la mejilla por parte de Helena que cruzó de nuevo la habitación y se dirigió a la puerta. Tenía un plan que seguir, algo que sin duda no tendría fallo si volvía a concentrar sus energías en curar heridas.
Tomó el camino que llevaba hacia la cascada, lo conocía de principio a fin, pero le era imposible dar con la cabaña a la que la había llevado Valeria. No podía reconocer ninguno de los senderos y entre más se desviaba se sentía más perdida y vulnerable. Así que decidió regresar a la caída de la cascada.
—¿Estás perdida?
Reconoció esa voz. Sus ojos la encontraron de pronto junto a ella. Totalmente desnuda y empapada.
—¿Quieres nadar un rato?
Helena negó. Pero no pudo evitar admirar la desnudez de Valeria. Era delgada, y aunque las ropas algo varoniles no destacaban mucho su figura, tenía un físico envidiable. Las piernas largas, las caderas anchas y los senos perfectamente colocados por la gravedad.
—Atraparás un resfriado, comienza a hacer frío por aquí.
Valeria rio. Se tiró de un chapuzón en el agua sin ninguna especie de titubeo.
—El agua de la cascada viene desde el río. Son aguas tibias, nunca está fría. Deberías probar.
Helena sonrió. Miró a ambos lados, esperando que nadie pudiera observarlas, y comenzó a quitarse la ropa.
Valeria la observó nerviosa. No podía entender cómo es que se sentía así. El corazón le palpitaba con fuerza. No era la primera vez que veía a una mujer desnuda, así que no podía entender la sensación.
Cuando Helena terminó de quitarse la ropa, comenzó a tiritar
—Entra o te congelarás ese hermoso trasero.
La chica no lo pensó, se lanzó con seguridad pero el impacto del agua fría hizo que se aceleraran sus sentidos.
Escuchó la risa de Valeria haciendo eco por todo el lugar, el agua estaba tan fría que apenas podía sentir las piernas.
Intentó salir, pero la chica la tomó por la cintura llevándola hacia el fondo una vez más. En la profundidad, Helena luchó para que Valeria la dejara subir a la superficie, el agua era tan gélida que oprimía sus pulmones y el aire se comprimía en su pecho. Tenía que salir a respirar pero Valeria la aferraba a su cuerpo.
Finalmente la dejó ir. Helena aspiró con desesperación el aire, y al sentir a Valeria nadar cerca de ella la tomó por el cuello con violencia apuntando un puño directo a su rostro. La chica la miró, sonreía, como una chiquilla gustosa de haber hecho una travesura y Helena pudo ver que su labio llevaba una severa herida.
—¿Quién te golpeó?
Valeria continuaba sonriendo. Esperando a que Helena se diera cuenta del daño que le producía tener su mano alrededor de su cuello. La soltó lentamente, su cuerpo estaba tan entumido que no podía sentir sus extremidades.
—Vayamos a la cabaña, podrás darte un baño con agua caliente y recobrar energías.
Helena se fijó detenidamente en cada uno de los giros durante el trayecto, había una desviación pequeña, como un camino apenas trazado que podía pasar desapercibido si no se le ponía atención. Siguiendo ese sendero se llegaba hasta la cabaña del guardabosque.
El cuerpo de Helena no podía dejar de tiritar, estaba tan fría que al momento de entrar a la cabaña y sentir el calor pudo respirar profundamente.
—Citadinos —susurró Valeria mientras caminaba hasta la chimenea y echaba un poco más de leña para mantener el calor.
—¿Vas a decirme quién te hizo eso?
Los ojos de la chica se tornaron hacia Helena, que miraba fijamente al fuego, inmersa en sus formas y colores.
—Acabo de engañarte para que dieras un brinco al agua helada, intenté ahogarte ¿y sigues preocupada por saber quién me dio el golpe? Me haces sentir especial, señorita Santos.
La chica sonrió. Se acercó lentamente hasta quedar a centímetros de ella, esa distancia resultaba peligrosa para Valeria. Cada vez que Helena estaba cerca perdía totalmente la concentración.
—Quizá lo eres, de forma muy insignificante, pero lo eres.
Aquello fue como un golpe directo al pecho. Valeria suspiró nerviosa.
—Eres terrible, Helena —continuó, dándole la espalda para volver al fuego—. El baño está arriba. Date una buena ducha con agua caliente o te enfermarás.
Helena no lo pensó ni dos veces, entró al baño y al sentir el agua caliente sobre su cuerpo fue como si volviera a la vida. Repasó poco a poco su plan, si todo salía bien, muy pronto las cosas caerían por su propio peso y el suplicio habría terminado.
—¿Tienes una tolla?
Helena volvió en sí. Buscó por el baño, no había ninguna toalla a su alcance.
—No.
Valeria entró sin siquiera anunciar su intromisión, y ella apenas pudo cubrirse el pubis pero la chica sonrió limpiando el espejo cubierto de vaho.
—Es hermoso, no tienes por qué esconderlo, Helena.
La chica sonrió, arrebatándole la toalla para pasarla por su cuerpo una y otra vez, para finalmente amarrarla en su cabello.
Sobre la cama encontró una pijama y una bata de descanso, miró a ambos lados de la habitación hasta que sintió la presencia de Valeria respirando sobre su nuca.
—Tu ropa está en la lavadora. Estaba cubierta de lodo, espero que no te moleste.
Helena negó. Tomó las prendas y se las colocó en el cuerpo. Tenían el olor de Valeria impregnado por cada uno de sus hilos. Era el mismo perfume que había presenciado aquella vez del paseo en motocicleta.
—Vamos, cenemos algo.
Helena obedeció. Caminó detrás de Valeria sin decir nada. Vio sobre la mesa la pasta y una botella de vino tinto. Era como si la chica lo tuviera todo perfectamente planeado, quizá así era. Era imposible no pensar que quién estaba armando la trampa era ella. Se sentó con cautela sobre una de las sillas, mirando el plato con la comida.
Valeria la observaba curiosa, Helena a veces parecía un animalito herido y en ocasiones podía ser tan mordaz como un áspid. Era una dualidad fascinante.
—Supongo que todo esto del baño y la cena es porque vas a contarme una impresionante historia sobre quién te golpeó.
Valeria volvió a echarse a reír, se sentó frente a Helena. Y tomó el cuchillo que había al lado de su tenedor para jugar con él.
Helena solo podía observarla nerviosa, era un cuchillo de mantequilla, pero Valeria era tan impredecible como su padre. Decían que había nacido con la misma sangre fría y el temple de acero.
—La vida me golpeó —contestó, observando su reflejo sobre el metal—. Pero estoy acostumbrada, señorita Santos. A mí la vida siempre me ha golpeado, directo en la cara.
—La vida puede ser cruel. Pero no deja marcas...
—No estaría tan segura —intervino Valeria.
—Físicas... La vida deja marcas en el corazón y en la mente. Pero siempre se puede recordar y olvidar al mismo tiempo.
Los ojos de Valeria ahora estaban inmersos en cada una de las palabras que salían de boca de Helena. Sus rojos labios, su cara al natural dejaba entrever una variedad de pecas que se extendían por todo su rostro hasta llegar casi a su pecho.
—¿Usted tiene mucho que olvidar, señorita Santos?
Helena suspiró. Vaya que tenía mucho que olvidar. Si pudiera hacerlo, y alguien pudiera limpiar su mente de pronto, borraría a su madre. Así jamás hubiera coincidido con Ulises, y definitivamente no compartiría ese momento con Valeria. Su historia habría sido distinta.
—Lo tengo, pero es el recuerdo el que me mantiene firme en mi objetivo.
Aquello había sonado tan determinante que Valeria se quedó meditando la frase. Curiosa por saber el objetivo de una mujer como Helena.
—¿Cuál es tu objetivo?
—Mantenerme viva.
Helena se dio cuenta de que estaba siendo descuidada, no podía dejarse llevar por aquel juego de preguntas o quien iba a caer en la trampa sería ella. Así que caminó hacia donde estaba Valeria. Se sentó a su lado, arrastrando la silla que estaba enseguida y la miró fijamente, observando su labio roto.
—Fue culpa mía, de eso estoy segura. Y quiero que sepas que agradezco lo que hiciste por mí en las caballerizas. No porque me salvaste, sino porque hiciste lo correcto.
Valeria tragó saliva. Helena sonreía a pocos centímetros de su rostro, se dio cuenta de que ella misma había aprobado esa cercanía así que no lo dejó pasar. Se acercó temerosa hasta sus labios. Sintió el tacto de esa boca carnosa y caliente sobre la suya, y la tomó del rostro para aferrarla a ella un poco más. La respiraba y podía sentir cómo las cosas se adecuaban.
El aliento de Helena se aceleraba conforme el beso aumentaba de intensidad. Ella misma estaba sorprendida, sentía su sexo un poco humedecido y apenas si podía mantener el ritmo de su respiración. Besar a Valeria no era ni un poco parecido a besar a Ulises o a Lisandro. Valeria era suave, su boca gruesa se amoldaba a la suya con facilidad, y cuando sus manos acariciaron sus piernas fue apenas un tacto. Se alejó de aquella boca, estaba asustada de que le gustara más de lo que jamás hubiera imaginado. Valeria debía tener brujería entre los labios. Porque por primera vez sentía que podía besar a alguien por el simple placer de hacerlo.
—Vamos a la habitación —propuso Valeria, mordiéndose los labios y mirando los de Helena como si fueran un manjar exquisito.
La chica asintió. Llegaría hasta el fin de eso como diera lugar.
Subieron hasta la recámara, dejó que Valeria se encargara de desnudar su cuerpo, y Helena hizo lo mismo. Se colocó frente a ella, tomando sus manos, entrelazándolas, mientras sus cuerpos se unían hasta el roce de sus pechos. Valeria comenzaba a hacerlo a un ritmo que iba en aumento y después descendía. Aquello, hacía sentir a Helena avergonzada. Jamás había estado más húmeda, y jamás había dejado que la tocaran tanto. Ulises prefería no hacerlo, para no sentir esa terrible culpa sobre él. Pero Valeria, tenía más interés en recorrerla que en llevarla al clímax rápidamente, ¿acaso así era el amor entre chicas? Los labios de Valeria se deslizaron sobre su cuello, rozando sus pechos, hasta perderse entre su pubis.
—Es hermoso —susurró una vez más, provocando que Helena aferrara sus dedos a las sábanas.
Estaba perdiendo el control, aquello no era una buena señal. Se dio cuenta de que quería que acabara, pero se moría de curiosidad por ver cómo llegaba ese final.
—No sé qué hacer —confesó tímida. Con la mirada baja. No es algo que fingiera esta vez, en realidad estaba nerviosa.
—No te preocupes —dijo Valeria, tomándola del rostro para besar su nariz con ternura—. Yo voy a hacerlo todo, ¿de acuerdo?
No podía creerlo, Valeria sonaba mucho más comprensiva, tanto que casi no podía reconocerla. Era imposible creer que ella y la chica que había intentado ahogarla en esa gélida agua fueran la misma.
La arrojó sobre la cama, su lengua feroz la recorrió por completo, introduciéndose lentamente entre sus piernas. Un delicioso escalofrío invadió a Helena, seguido de un gemido que le escapó de la garganta.
Valeria comenzó a succionarla, a jugar con ella, una y otra vez. Aquello provocó que Helena cerrase los ojos, pero no podía escapar de la sensación que la dominaba. Al contrario, estaba cada vez más atrapada por sus caricias.
—Estás muy húmeda —dijo Valeria, subiendo hasta sus labios para besarla, pero Helena giró el rostro—. No puedo creer que esto te avergüence, no es tu culpa jamás haber tenido un buen amante.
Helena sonrió, en realidad eso no le molestaba, lo que le asustaba era sentirse extrañamente cómoda en ese lugar, con ella entre sus piernas. Todo eso llevaba su plan directamente a la mierda.
Los labios de Valeria se aferraron nuevamente a ella, y comenzó a frotarla con sus manos. El placer poco a poco inundó su mente, la respiración de ambas iba en aumento. Aferró sus manos a esa pequeña espalda mientras se reincorporaba ligeramente para llevarse a la boca los senos de Valeria. La sensación era diferente, era como tener un poco de algodón entre los labios, y esa sensación de que se deshace en la boca.
No podía resistirlo más, sintió como el placer le llegaba hasta la cabeza, como si aquello fuera un virus letal que comenzaba a inundar todos sus sentidos. Aferró la cabeza de Valeria a su vientre mientras se corría, y de su boca un impasible gemido se escapaba.
Cuando terminó, se dio cuenta de que continuaba aferrando a Valeria con sus diez dedos, la tenía sujeta del cabello y la chica reía divertida.
—Lo siento —se disculpó con un hilo de voz.
Pero Valeria solo sonrió, se inclinó a ella para besarla y Helena pudo saborearse a sí misma en aquel beso. No podía creer lo que había pasado. Sintió como Valeria la acurrucaba en su pecho, abrazando su cuerpo y besando su mejilla mientras sus ojos se cerraban lentamente. Estaba agotada. Ella también se sentía de aquella forma, cerró los ojos, y escuchó el aullido de los coyotes que debían bajar del monte en busca de comida. El sonido era espantoso, como si las bestias estuvieran alrededor de la cama acorralándolas, miró con disimulo por sobre la cama y después puso sus ojos en Valeria que dormía profundamente sin dejar de abrazarla, «¿siempre había sido así de hermosa?», se preguntó.
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AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENA
Storie d'amoreUna historia que demuestra cómo la venganza permanece en la memoria y la guarda en lo más profundo del corazón... como una promesa que jamás se olvida. Helena y su padre, el contador Ulises Santos, emprenden un viaje a la comunidad del Bajío donde U...