La última vez...

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Descubrió a Helena dormida en su sofá. Acarició su cabello rubio y espeso mientras colocaba una gruesa manta en su cuerpo, no pudo evitar besar su frente como cuando era pequeña. Las cosas se habían salido de control ahora, pero aun sentía que podía hacer más por ella.
Por la mañana, Ulises bajó a preparar el desayuno pero ya estaba hecho y sobre la mesa. Helena estaba en la cocina, sirviendo un poco de café en la cafetera cuando el roble la vio.
—Gracias por...
Ulises negó. Le ordenó que se sentara en la mesa y ésta obedeció como en los viejos tiempos. Sus ojos observaron atentos las manos de Ulises llegar hasta el café y beber un sorbo.
—Delicioso —dijo el hombre—. ¿Por qué estás aquí?
Helena ni siquiera quería recordarlo, pero no podía borrarlo de su memoria y solamente podía sentir rabia cada vez que lo recordaba.
Titubeó, no por temor de decir algo como aquello, sino porque era algo que no se podía decir tan a la ligera.
—Descubrí una relación extraña entre Valeria y Azucena. Las vi, besándose y... —Suspiró. Mirando sus manos entrelazadas a la taza de café humeante.
Ulises la observaba, era la primera vez que veía a Helena titubear.
—¿Besándose? ¿Cómo si fueran pareja?
—Amantes... —intervino Helena—. Que vuelven a encontrarse después de un tiempo...esa mujer...
—No es la madre de Valeria.
Helena subió su mirada turquesa hasta donde estaba el Roble, aquellas palabras sonaban con tanta firmeza que era claro que Ulises sabía algo que ella no. El hombre se puso de pie, le señaló a Helena que lo acompañara hasta su habitación en donde tenía una compleja investigación sobre los Kheshia y sobre el Bajío en general. Sacó algunas fotografías, era la mujer del portarretratos que le había robado a Valeria. En todas ellas salía posando con vestimenta típica, sonreía, y era como si esa sonrisa ya hubiera estado en alguien más.
—Quizá no estés preparada para esto, yo mismo me sorprendí cuando descubrí la verdad...
Ulises sacó una fotografía entre sus archivos, parecía vieja y quemada, un poco amarillenta pero en ella podía verse claramente de quién se trataba. Helena aferró esa vieja foto entre sus manos sin poder creerlo.
—Es Lizano y...
—Es Valeria, con apenas un año de edad; y ella es Kailem, su madre, Helena. La verdadera madre de Valeria Lizano era una Kheshia.
Helena se sentó en el borde de la cama. Necesitaba ordenar sus pensamientos. Eso explicaba una y mil cosas. Miró sus manos, estaba temblando. Ulises le quitó la fotografía y la guardó en sus expedientes.
—¿Cómo conseguiste esa información?
El hombre rio, guardó bien todo en un cofre subterráneo y agregó:
—No todos vinimos a encontrar al amor de nuestra vida... —vio a Helena ponerse de pie un tanto alterada pero pudo detenerla—. Los padres de Kailem viven, lejos de este maldito lugar. Apartados y esclavizados por órdenes de Lisandro. He ido a visitarlos en varias ocasiones, son personas buenas, pero su situación es deplorable.
En su mente, Helena estaba ideando la forma perfecta para poder proteger a Valeria y aquella información llegaba hacia ella como una nueva alternativa.
Miró al hombre que sacaba un cigarrillo despreocupado. Cuál había sido su intención al decirle la verdad sobre Valeria.
—Tengo que irme. Necesito hablar con Valeria y arreglar las cosas antes de que...
—No debes decirle nada —intervino Ulises poniéndose de pie y caminando hacia la puerta—. Valeria no debe saber que sus abuelos existen, porque conociendo lo estúpida e impulsiva que es querrá ir a verlos. Y Lisandro los tiene bien vigilados.
Helena sabía que aquello era cierto. Por la seguridad de aquellas personas era mejor que continuaran ocultos para ella. Sin embargo, Helena quería saber su ubicación exacta, poder dar con ellos era vital para su última misión.
—Lleva a Camilo contigo cuando vuelvas a verlos.
Ulises la miró confundido, un perro de alto rango haciendo una misión de rutina. Sin duda llamaría la atención de Lisandro.
—Hazlo por mí. Para que tu alma pueda vivir tranquila después de toda la mierda que me has hecho.
Helena se dio la media vuelta, pasó de largo la habitación dejando a Ulises de pie con el cigarrillo entre los dedos hecho añicos.
Lo haría, pero no como una disculpa. Si no porque aun dentro de un duro e impenetrable roble, habita una semilla germinada por una flor.

***

Helena fue a la cabaña, era claro que ahí debía estar Valeria después de lo sucedido. Después de todo ese era el plan, vio la camioneta estacionada afuera así que supo que estaba ahí. Tocó a la puerta un par de veces y la chica abrió. Llevaba una blusa blanca que dejaba transparentar su sujetador negro, y unos jeans rotos que mostraban parte de sus piernas. No llevaba zapatos, y por el estado de su cabello debía haber tomado un baño recientemente.
Sonrió, indudablemente socarrona cuando vio a Helena en el umbral de su puerta.
—Iba a buscarte a casa de Santos. Pero tuve algunos pendientes con mi pad...
—Sé la verdad sobre Azucena.
La mirada de Valeria parecía sorprendida. Miró hacia ambos lados del bosque como si sintiera una presencia cercana.
—Entra —le ordenó.
Helena entró, dejó su bolso en la mesa del comedor para ir a la sala y sentarse junto al fuego.
—¿Quién te lo dijo?
—Eso no importa, lo sé y es todo. La pregunta aquí es, ¿por qué tú no me lo dijiste?
Valeria suspiró. Cerró los ojos durante un instante mientras se llevaba una mano al cabello. Estaba nerviosa y al mismo tiempo preocupada de lo que su boca pudiera decirle de pronto a Helena. La miró, con ese semblante dulce y temeroso con el que solía mirarla cuando algo en verdad le preocupaba.
—Es mucho más complicado de lo que imaginas...
—Puedes empezar... —Helena caminó hasta el mini bar. Sirviéndose un trago que bebió a pecho y ofreciéndole otro a Valeria. La chica lo tomó, pero lo dejó de lado—. Tengo todo el tiempo del mundo para saber la razón por la cual estabas besando a tu madrastra.
Valeria miró fijamente a Helena. La chica no solamente estaba confundida, sino también herida. Al final de cuenta sus labios habían tocado otros y el sentimiento de traición era latente.
—Ella era mi amante.
Helena no daba crédito a aquellas palabras. Por un instante imaginó que todo podía ser parte de una broma, pero Valeria parecía sincera.
—Al inicio pensé que era su manera de amarme, pero conforme crecí ella comenzó a tratarme de forma diferente. Empezó a enredarme con sus caricias, con su amor falso de madre. Luego descubrí su veneno, me di cuenta de que solamente me utilizaba para vengarse de mi padre por haberla traicionado con la mujer que me dio la vida. Mi nacimiento había manchado el orgullo de la señora Lizano. 
»Toda la vida me hizo sentir que debía estar agradecida por la misericordia que mi padre me mostraba. Pero él me odiaba, siempre sintió repulsión por lo que era y lo que sentía. Estoy segura de que esa maldita serpiente le susurraba cosas al oído mientras dormía y su odio hacia mí fue creciendo...
»Luego, encontré en esa aventura una venganza hacia él. Acostarme con su mujer era una forma de burlarme de su desprecio, de su arrogancia. Y al mismo tiempo era una manera de controlar a Azucena. Sin embargo, las cosas se me fueron de las manos.
Los ojos de Valeria estaban llenos de lágrimas, se aferraba como un pequeño herido a ella misma y Helena la observaba al borde del llanto. No podía creer que Azucena hubiera sido capaz de algo como eso. Jugar y abusar de esa forma de una niña.
—Sé muy bien que para ella no debió haber sido fácil. Mi padre llegó con una pequeña mestiza en sus brazos y le ordenó que la criara como a una hija, ¿qué se supone que hiciera? ¿Amarme como si fuera suya? Por supuesto que no. Azucena lanzó su odio directo hacía mí. Lisandro Lizano se enamoró de una Kheshia, una mujer que me abandonó y desapareció de la misma forma que Amne... A veces me pregunto si tú harás lo mismo, Helena, ¿desaparecerás de pronto?
La chica negó, aferrándose fuertemente al cuerpo de Valeria, acurrucando su cabeza en su pecho. Lloró con fuerza, y era la primera vez que ambas se veían llorar de esa forma.
Se quedaron así, hasta que el sol comenzó a ocultarse. Helena pensó de pronto en una forma de sellar el amor que ahora sentían la una por la otra. Llevó a Valeria hasta afuera, y la dirigió hacia la cascada. Subieron hasta lo más alto, a pesar de que el frío espeso les quemaba hasta los huesos. Llegaron después de veinte minutos y solamente el grisáceo del cielo podía mirarse desde ahí. El rocío del agua les mojaba la ropa y sus cuerpos tiritaban sin parar.
—¿Qué hacemos aquí? ¿Quieres pescar un resfriado?
Helena miró la profundidad de aquella caída. Sonrió al escuchar esas preguntas en boca de Valeria y tomó sus manos entrelazándolas a las suyas.
—Bésame —le ordenó, con una sonrisa fría en los labios que poco a poco calentó el pecho de Valeria—. Bésame para sellar el pacto. Para que pase lo que pase, nuestros caminos vuelvan a cruzarse.
Valeria se acercó hasta ella. Besó sus labios con intensidad a pesar de que sus cuerpos tiritaban. La nieve volvía a caer en todo el bosque con pequeños plumones de hielo. Aquella cascada, y aquel frío habían sido testigos de su promesa.
Cuando sus labios se separaron, Helena sintió un dolor profundo en el pecho. Como un presentimiento de que aquella sería la última vez que vería la hermosa y sincera sonrisa de Valeria Lizano en su vida.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora