Un gusano gris

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Temprano, Helena decidió ir a visitarla nuevamente. Ya habían pasado un par de días, así que estaba segura de que ya estaba mucho mejor. Tocó la enorme puerta de cristal de la entrada y una de las sirvientas fue quien la recibió. La hizo pasar a la estancia, y escuchó un par de pasos acercándose a ella. Era Valeria, llevaba jeans de mezclilla, y una camisa negra. Ahora era ella quien parecía que iría a montar. Al verla, Helena le sonrió, pero no obtuvo la misma respuesta. La chica se detuvo a mirarla tranquilamente, observando el trasto que llevaba en las manos.
—Te hice galletas de nuez, el árbol que está al lado de la casa tiene tantas que no pude evitar tomar unas cuantas.
—¿Me horneó galletas con nueces robadas de la hacienda de mi padre?
Helena asintió, no sabía que tan grave podía ser aquello, así que no dijo nada más. Para su sorpresa Valeria rio. Al parecer la chica había recobrado su salud y así mismo su humor.
—¿Está lista para continuar con su recorrido?
La joven asintió. Lo cierto es que llevaban poco más de una semana en ese lugar, conocía a detalle los alrededores por sus caminatas diarias, sus viajes al Bajío en compañía de su padre y Lisandro hijo. Había recorrido la hacienda por su cuenta un par de veces. Ese recorrido solo tenía de novedad la compañía de la chica.
—¿A dónde vas, Valeria?
Tanto Helena como la joven Lizano voltearon a las escaleras de mármol, en donde estaba de pie Azucena. Tenía una copa de vino en la mano, y la bata de dormir aun puesta.
—Dijo el médico que debes de tomar reposo.
Suspiró. Llevaba cinco días en esa maldita casa, apenas si podía resistir un par de horas más. Azucena no iba a detenerla.
—Solo iré a tomar aire fresco —contestó.
—¡Eso dijiste la vez pasada y regresaste casi muerta a esta casa!
La voz de Azucena hizo eco en la habitación. Helena la miró, sus ojos eran como dos pozos oscuros y profundos, pero al mismo tiempo hermosos, dignos de apreciar. La mujer bajó uno a uno los escalones. Pero antes de que llegara a ellas, Valeria ya había tomado a Helena del antebrazo para sacarla de la casa.
—Camine, ni siquiera la mire.
Helena obedeció. Siguieron su camino hasta llegar a uno de los cobertizos de la hacienda, esta vez Valeria descubrió una motocicleta que claramente era suya por las iniciales que llevaba grabadas en el tanque.
—Apuesto a que no se había subido a una antes.
Helena negó, mintiendo una vez más, que era lo que mejor hacía desde su llegada a la hacienda Lizano.
Se subió a la motocicleta, aferrándose a la cintura de Valeria con fuerza. Sabía que los caminos ahí eran peligrosos aun con un par de piernas, no imaginaba las turbulencias sobre una moto.
—¿Iremos a la cascada? —preguntó, mientras Valeria giraba medio cuerpo y le colocaba un casco sobre la cabeza.
Sus rostros estaban a centímetros, Helena podía oler el perfume del shampoo de la chica, miró sus labios rosas, sus largas pestañas aun sin una gota de maquillaje eran rizadas y tupidas. Valeria era muy hermosa de forma natural, y no muchas mujeres tenían la fortuna de serlo.
—No esta vez.
Tomaron parte de la carretera para ir rumbo al Bajío, siguiendo la desviación que daba directo a la cascada. Pero Valeria dio vuelta en otra dirección, provocando que el sonido de la cascada se convirtiera en un eco lejano. Llegaron a una misteriosa cabaña. Se veía grande, pintoresca y conservada a pesar de que la madera parecía un tanto vieja.
—¿Este lugar es tuyo?
—No hay nada en mil kilómetros a la redonda que no sea mío.
Aquello sonaba más arrogante de lo que debía, pero aun así, su pecho se ensanchaba. No había lugar que no fuera directa o indirectamente de los Lizano.
Conforme avanzaban, Helena se dio cuenta de que iban hacia un lugar que jamás había visto. No estaba lejos de la cascada, podía escuchar el sonido del agua caer sobre las rocas, pero estaba segura de que difícilmente podría regresar a la hacienda desde ahí.
Cuando entraron en la pintoresca casita, Helena se dio cuenta de que sin duda el interior era mucho más atractivo que el exterior, todo tenía una mezcla de rústico y moderno; sillones de piel, una cocineta gris grafito con isleta, una chimenea de ladrillos en la pared, pisos de madera y techos de viga pulida y elegantemente colocada. Inclusive tenía un comedor para cuatro personas, y escaleras que daban a la segunda planta, que si bien desde fuera daban el aspecto de un ático viejo y polvoriento, por dentro era una enorme recámara con una cama y un ventanal que daba vista al lago y las montañas que le custodiaban. Sin duda la vieja fachada era solo un mecanismo para mantener lejos a los curiosos, aquel lugar era perfecto.
En la habitación había un pequeño mini bar, un closet, un baño, un sofá y un plasma así como un librero del tamaño de una pared y una solitaria guitarra en el rincón.
—La vista es increíble, Valeria —dijo la voz atónita de Helena.
La chica lo afirmó, fue hasta el bar para servirles un par de tragos.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó curiosa, mientras Valeria le extendía una copa de vino.
—Porque quiero acostarme contigo, ¿no es obvio?
La chica aferró la copa entre sus manos, mirándola fijamente. Era la primera vez que Valeria le hablaba de una manera no formal.
—Ya te dije que yo no...
—¡Estoy bromeando! —intervino de pronto—. Solo pensé que te gustaría la vista. Además tenía que recoger unas cosas.
Valeria dejó su copa sobre una mesita, caminó hasta un pequeño escritorio junto al librero para sacar un par de documentos y los guardó en su mochila, debían ser cosas de la escuela. Helena solo podía observar a detalle aquel lugar, la cama se veía tan grande y cómoda que invitaba a echarse a dormir junto al suave sonido del agua.
Decidió dar un paseo por la habitación hasta llegar al librero, leyendo los miles de títulos que cubrían aquella pared, se preguntó si Valeria ya los había leído todos, no parecía ser una chica que leyera mucho. Sin embargo, recordó que estaba estudiando medicina, y muchos de esos libros eran de hecho sobre anatomía.
Mientras recorría los títulos una fotografía llamó su atención, en ella estaba una hermosa mujer de no más de treinta años, sonreía y parecía tan feliz que su sonrisa era contagiosa, se dio cuenta del parecido que tenía con Valeria así que no pudo evitar preguntarle quién era.
Valeria le arrebató la fotografía guardándola en uno de los cajones de su escritorio.
—Es hora de irnos —dijo sin más, abriendo la puerta de la habitación para ordenarle que saliera primero.
Bajaron las escaleras y finalmente llegaron hasta el pórtico en donde Valeria colocó una complicada contraseña en un espacio escondido entre el marco de la puerta y la misma, y luego cerró la puerta con llave.
—¿Quieres ir a comer? —preguntó, con un semblante mucho más sereno que hacía rato, cuando Helena había mirado aquella foto. La chica estaba confundida, Valeria tenía un temperamento inestable que era imposible.
—No piensas contestar mi pregunta ¿Quién era la mujer de la fotografía?
Valeria suspiró, se acercó lentamente hasta donde estaba Helena, esperando a que ésta se alejara al sentir su cercana presencia, pero no fue así. Helena se mantuvo firme hasta que Valeria estuvo lo suficientemente cerca como para acariciar su mejilla y tomarla de la barbilla sin oposición alguna.
Ahora era ella quien estaba un poco confundida, hacía algunas semanas había hecho el mismo movimiento y la había rechazado, pero ahora Helena estaba de pie, respirando casi su mismo aire a centímetros de que sus labios se tocaran.
—¿Estás celosa? —sonrió Valeria, como si aquello le divirtiera más que nada.
—Un poco... —confesó, alejándose lentamente de la incómoda situación—. Tienes una cabaña en medio del bosque, manejas una moto, tu padre es un empresario exitoso, ¿quién no lo estaría? ¿No crees?
Valeria sonrió, suspiró acomodando su mochila sobre su motocicleta.
—Daría mi fortuna y la de mi padre por tener una vida simple como la tuya, Helena.
Sabía que no podía estar hablando en serio, solo alguien lo suficientemente podrido por su propia basura diría algo así. Lo peor era que no podía distinguir cierto sarcasmo en aquellas palabras, era como si verdaderamente salieran de su corazón.
Se acercó a ella, le colocó el casco sobre la cabeza y le dijo que subiera a la motocicleta. Helena obedeció, pero no podía dejar de pensar en aquellas palabras, ahora que lo pensaba Valeria tenía un aspecto bastante entristecido si se le despojaba de todas las excentricidades de su vida. Era como un gusano gris, como una sombra que deambulaba de un bar a otro, de un problema a otro, ¿qué tan difícil debía ser su vida para ir buscando la muerte como último aliento de esperanza?

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora