Sanar heridas

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Después de tres días de no saber de Valeria, Camilo, uno de los hombres más allegados de la chica la llevaba en brazos hasta el interior de la finca. Lisandro fue hasta donde estaba su hija, la tomó del rostro para cerciorarse si aún seguía respirando, por fortuna así era. Mandó por el médico del pueblo y él mismo la subió en brazos hasta su habitación seguido aun por Camilo y Azucena.
—Reacciona, mi reina. No me hagas esto.
Fuera como fuera, Valeria era sangre del propio Lisandro, en el fondo, cargar con la muerte de su hija era algo por lo cual no quería pasar.
Azucena llegó con alcohol para despertarla, después de un instante la chica reaccionó. Su respiración era dificultosa, y por la resequedad en su boca era evidente que estaba deshidratada.
—¡Tráiganle agua carajo!
Don Lisandro Lizano no se alejó de su hija, aun y cuando el doctor llegó. Después de la inspección, era claro que Valeria tenía una terrible intoxicación por alcohol. Habían sido tres días muy duros para ella. Apenas si podía recordar lo que había pasado en realidad. Solo recordaba el sabor de distintas bocas, distintos cuerpos, el licor, el sudor, el dinero resbalando por sus dedos. Miró a Camilo, que estaba justo enseguida de su padre y le sonrió. Era el único rostro que estaba feliz de ver.
—Gusano, ¿dónde estamos? —le preguntó, y Camilo se sonrojó recordando que ese era el sobrenombre que la chica usaba para él cuando eran niños.
—En tu casa, Salamandra —contestó el chico arrodillándose junto a ella.
Valeria sonrió y después de eso cayó en un sueño profundo, Camilo se dio cuenta de que las miradas estaban sobre él, se disculpó y salió de la habitación a paso apresurado hasta salir de la finca. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, no podía evitar recordar. Recordar aquella noche hacía unos años atrás.

....

—¿Te gusto? ¿Y qué quieres? ¿Que me case con un peón y tengamos hijitos? No, Gusano. Soy la hija de tu patrón, y esto no es una telenovela.
Camilo sentía que el corazón se le hacía chiquito. Ni siquiera imaginó tener el valor para confesarle aquello a Valeria. Pero ya lo hecho, hecho estaba. La chica había dicho justo lo que él más temía. No había esperanza siquiera.
—Pero hay algo que puedo darte. Porque no creo que haya hombre que lo merezca más que tú.
El chico sabía bien que no era el hombre más agraciado, Valeria le había puesto el Gusano porque cuando eran más niños era lento, excesivamente delgado y un poco más bajo que ella. Pero la amaba, lo supo casi desde el momento que la vio entrar de la mano de su padre cuando recién llegaron a la finca. Se hicieron grandes amigos al instante, pero ahora Camilo era un hombre y Valeria una mujer, y él sabía que aunque fuera imposible, en los sentimientos no se mandaba.
Valeria lo citó en su escondite, un lugar secreto que solo ella conocía. Una pequeña choza cerca de la cascada en donde pasaba la mayor parte del tiempo. Había sido anteriormente el resguardo de guardabosques, pero con el poder en ascenso de Lizano, no volvió a pararse por ahí ni uno solo de ellos ya que la cacería era uno de los deportes que más practicaba.
Ahí fue donde Valeria le dio lo único que podía darle desde el alma, su virginidad. No había sido nada especial, de hecho, Camilo logró correrse con tan solo entrar un par de veces en ella. Esperaba que la joven se burlara de él hasta el cansancio. Pero Valeria no hizo burla ni dijo nada.
—Volveremos a intentarlo ¿va? Vente mañana en la tarde, aquí te espero y le seguimos.
Camilo practicó durante toda la noche, debía estar preparado para no quedar como un idiota frente a ella de nuevo. Y así fue, se preparó. Volvió por la tarde a la vieja choza y encontró a Valeria tan dispuesta como antes. Lo besó en la boca, dejó que sus manos la tocaran un poco más, y finalmente tuvieron su primera vez juntos.
Al terminar, se dio cuenta de que había sangre por todos lados. Pensó que quizá había sido parte de todo. Pero Valeria le confesó que estaba en sus días. El chico de inmediato recordó sus clases de catecismo. Sabía que tener sexo con una mujer en sus días era pecado, así como todo lo que había hecho con Valeria. Ese domingo había ido a la iglesia a confesárselo todo al padre de la parroquia. Por la noche, un grupo de hombres fue a su casa, lo sacaron en calzones a la calle y lo golpearon por órdenes de Lisandro Lizano.

....

En cuanto supieron sobre lo sucedido con Valeria, tanto Ulises como Helena fueron a visitarla. Helena subió hasta la habitación dirigida por Azucena. La mujer llevaba unos jeans sumamente ajustados que marcaban sus caderas, no podía creer que tuviera cuatro hijos y aun luciera ese espectacular cuerpo, aunque suponía que quizá no todo se mantenía en su lugar por voluntad natural.
—Si está durmiendo es mejor no despertarle, el doctor dijo que necesita mucho descanso.
Helena asintió. En realidad no tenía ni ánimos de verla en esa situación, no se sentía cómoda respirando el mismo aire que los Lizano. Estaba ahí por mero compromiso. Entró a la habitación, era espaciosa, con largas ventanas. Había una pequeña galería de instrumentos en la entrada, un par de cuadros de arte muy extraño, dos puertas que conducían a un lujoso clóset y otra más que daba a un exótico baño. Valeria estaba recostada en su cama, estaba dormida, así que Azucena dio media vuelta para alejarse cuando de repente escucharon la voz de la chica.
—Déjala, mamá. Deja que Helena se quede.
La chica volvió su mirada a ella, estaba solamente fingiendo estar dormida para que nadie la molestara. Azucena salió de la habitación sin decir nada. Mientras Helena caminaba hacia donde estaba Valeria.
—Vaya forma de llevar la fiesta —le dijo con atrevimiento.
Pero a Valeria no parecía molestarle, al contrario, ese comportamiento desfachatado hacía de Helena algo mucho más interesante. Estaba cansada de que nadie tuviera el valor de decirle las cosas a la cara. Odiaba eso más que nada. Y Helena, ella había sido firme y sincera desde un comienzo. Jamás se había detenido porque ella fuera la hija del jefe.
—No ha visto nada —contestó la chica esbozando una sonrisa—. ¿A qué debo el honor de su visita, señorita Santos?
Helena hizo un mohín, negando con la cabeza.
—No tienes remedio. Pero seré honesta contigo, mi padre me obligó a venir.
Valeria sonrió.
—Bueno, nadie la está obligando a quedarse.
Helena hizo un gesto pensativo, después de un instante sonrió.
—Tienes razón, ¿qué hago aquí?
Ambas compartieron una risa. Era la primera vez que eso pasaba, así que después de darse cuenta hubo un impenetrable silencio en el que se observaron.
—La verdad me alegra que estés bien. Jamás pensé ver a Lisandro de esa forma, tu hermano estaba muy preocupado.
Valeria no dijo nada, volteó su mirada dándole la espalda a la chica.
—Cuando salga cierre la puerta, se lo agradecería.
Aquello había sido muy obvio, pensó Helena. Pero no era la primera vez que se comportaba como una chiquilla grosera, disfrutaba de serlo sin medida.
Helena dio la media vuelta y se dirigió a la salida.
—Por cierto —continuó, mientras se apoyaba en el marco de la puerta—, dejamos un recorrido pendiente.
Valeria continuó dándole la espalda, suspiró y finalmente se dirigió a ella.
—Apuesto a que estará feliz de que mi hermano lo concluya. Gracias por su visita, señorita Santos.
Helena suspiró con frustración, no había forma de complacerla. Ni de un modo ni de otro, jamás había conocido a alguien tan complicado como ella. Helena salió, azotando ligeramente la puerta mientras apretaba sus nudillos con rabia.
—¿Qué modales son esos, señorita?
Se dio cuenta de la presencia de Azucena que estaba a centímetros de ella, quizá escuchando aquella conversación. Llevaba una copa de vino en la mano y un cigarrillo en la otra.
—Discúlpeme, señora. Me retiro en este momento.
—No busques a mi hija, Helena. Ella no tiene intenciones de fraternizar contigo.
La chica se quedó de pie a la orilla de las escaleras de mármol, no dijo nada. Después de que Azucena terminara continuó su camino hasta salir de la casa. Sentía como una bola de fuego atrapada en su garganta. Las cosas no iban a quedarse así, Valeria Lizano volvería a ella, a como diera lugar. Tenía las herramientas necesarias, solo necesitaba curar heridas para lograrlo nuevamente.

AUFHEBEN O EL RECORDIS DE HELENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora