18. Ella

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Al final, después de pensarlo mucho por varias semanas, decidí que quería mudarme con Villa a su departamento, era un paso enorme en nuestra relación y me daba miedo estar acelerando las cosas, pero honestamente, cuando sus ojitos verdes me miraban, se caían todas mis defensas y con solo sonreírme, él me tenía en la Palma de su mano.
En el día de la mudanza, solamente Isaza se ofreció a ayudarnos, aunque no eran muchas las cosas que iba a llevar, los demás, se apuntaron solos a hacer una fiesta para celebrar una vez que estuviera instalada.

Bajé del auto de Villa una última caja y tomé la correa de Moody, quien feliz decidió seguirme obediente por la recepción. Afortunadamente, en el edificio podíamos tener mascotas, yo estaba encariñada con el golden retriever, dejarlo en casa de Clemencia no era una opción.

No me consideraba una persona chismosa, de hecho, siempre me incomodaba entrometerme en pláticas ajenas, pero en esa ocasión, los cotilleos de Isaza y Villa provenientes de la cocina llamaron mi atención. Me detuve detrás de la pared, el perro a mi lado también se mantuvo quieto, como si supiera que yo estaba espiando a su amo, a veces Juan Pablo se quejaba de la lealtad del canino.

—Pero, ¿está usted seguro de eso?—preguntó Isaza.

—Le digo que sí—respondió Villamil—, esa vieja es una loca—dijo frustrado.

—Bueno, sí, usted la tiene loca—dijo Isaza y fruncí el ceño.

—No se haga el gracioso—dijo Villa molesto—, ¿qué puedo hacer?

—No sé, Villa. Pero algo se nos debe ocurrir, no podemos dejar que esa vieja se le acerque a ella.

—No, claro que no puedo dejar que eso pase, Florencia está loca—dijo.

¿De qué demonios hablaban? No entendía nada, ¿quién era Florencia y a quién no querían que se acercara? Moody ladró, delatandome. Abrí los ojos sorprendida y me retiré de inmediato de ahí.

Isaza y Villa salieron de la cocina, ambos con semblante preocupado. Les sonreí inocente y fingí que no había estado escuchando su rara conversación minutos atrás.

—Mi amor—Villa se acercó y tomó la caja de mis manos.

—¿Llevaba mucho ahí, Liz?—preguntó disimuladamente Isaza.

—No, me entretuve abajo—mentí.

—Ah—respondió Isaza—, bueno, ¿necesitan que ayude en algo más?

—No—respondió Villa—, ya váyase y...

—¡Cuánta urgencia por correrme!—rió Isaza—, ¿ya quiere estrenar la cama, papo?—nuestro amigo movió las cejas de arriba hacia abajo. Villa se puso colorado y yo me reí divertida.

—Sígale y lo desinvito de la reunión de hoy—dijo Villa.

—No aguanta nada—Isaza rodeó los ojos divertidos—. Pobre de usted que va a tener que aguantarle el humor todas las mañanas—se dirigió a mí.

—Siempre puedo regresarme a la casa de mi abuela—le seguí el juego a Isa y Villa me miró indignado.

—¡Ah, no!, de aquí nadie se regresa. Acuérdese que su abuela dijo que no aceptaba devoluciones—argumentó Villa.

—La compadezco, Liz.

—Yo también a ustedes, ¿cómo le hacen para aguantarlo en las giras?—Villa se puso las manos en la cintura mirándonos con indignación a ambos.

—Bueno, ya me voy antes de que Villa me dé un banjazo—dijo Isaza—. Nos vemos en la noche.

—Adiós—me despedí de nuestro amigo—, quita esa cara de amargado—le dije divertida al ojiverde.

Piezas de mí- j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora