20. Mentiste

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Las gotas saladas seguían bajando por mi rostro sin detenerse. Ni siquiera era consciente de cuánto tiempo llevaba llorando, pero debía ser mucho porque ya no había tanta gente alrededor del parque. Algunos de los transeúntes me miraban como si fuera un bicho raro, como si llorar fuera la cosa más extraña del mundo, otros tantos me dirigían miradas llenas de lástima, como si pudieran leer sobre mis lágrimas que mi vida acababa de irse a la mierda por segunda vez.

El dolor me estaba desgarrando por dentro, todos tuvieron el maldito descaro de mentirme a la cara. Lo que me dolía era que Villa estuviera en esa lista de mentirosos, él, que era una de las personas en las que más confiaba.

Me levanté de la banca en la que estuve sentada, no tenía idea a dónde demonios ir, pero si tenía claro que no quería ver a nadie de ellos. Revisé mi teléfono y tenía bastantes llamadas pérdidas de Nath, decidí enviarle un mensaje por mera cortesía en el que le explicaba un poco la situación. No quería que las cosas se salieran de control con Villamil y los demás.

Caminé por las calles de Nueva York, para sorpresa mía, había demasiada gente yendo y viniendo, todos ajenos al dolor de los demás. Con ayuda del GPS de mi teléfono encontré un hotel cercano en el cual hospedarme en la noche, si necesitaba respuestas de todos, pero justamente en esos momentos no me sentía capaz de hacerles frente, de gritarles y exigirles que me hablaran de la verdad. No me sentía preparada para ver a Villamil.

Me registré en el hotel y subí a la habitación que me asignaron. Tiré mi bolso en algún lugar de la cama sin darle mucha importancia y abrí nuevamente la carpeta con las fotografías, sujeté aquella en la que Juan Pablo y yo estábamos besándonos. ¿Cómo iba a enfrentarlo?

Todo era una estúpida mentira, una cajita de cristal en la que él decidió encerrarme y ahora se rompía de forma violenta, hiriéndome con los pedazos de mi misma.
Me acosté perezosamente en la cama sin dejar de derramar lágrimas sobre la almohada, tratando de conciliar el sueño, de encontrar un poquito de paz, pero fue imposible.

(.......)

Desperté por el sonido de mi teléfono. Parpadeé y me di cuenta que no era una pesadilla, que los sucesos de la noche pasada eran reales, que no era la Elizabeth que creía ser, que mi vida era como un estambre de mentiras. Tomé el teléfono dándome cuenta que era Nathalia quien me llamaba.

—Liz, qué bueno que me respondes, estamos...

—En media hora llego—contesté y le colgué de inmediato.

Tomé mis pertenencias y bajé a la recepción a entregar la llave de la habitación. Era hora de enfrentar las cosas, de encontrar las respuestas que me faltaban.
Caminé por unos minutos, perdida en mis pensamientos, trataba de prolongar el tiempo, pero bien sabia que era inevitable.
Llegué al estacionamiento, pude pasar sin problemas debido a que Malaver dio instrucciones.

Entré al bus, pude escuchar las voces de los demás, quizá se encontraban en la pequeña sala que había en el vehículo.

Nath fue la primera en darse cuenta de mi presencia, dejó de hablar y le hizo una seña con la cabeza a Simón y éste a su vez codeó a Isaza.
Todos dejaron de hablar en cuanto se percataron de mí, Villa se encontraba de espaldas aunque pude notar que su cuerpo se tensó.

—Eh, yo creo que será mejor que nos vayamos—dijo Nath.

Todos asintieron con la cabeza y siguieron a la pelirroja, dejándonos a Villamil y a mi solos.
El ojiverde se dio la vuelta, lucía demacrado, pálido, sin fuerzas y como si de la noche a la mañana hubiera envejecido cinco años, seguro yo estaba igual.
Mis ojos se aguaron al instante en el que vi sus orbes esmeraldas.

Piezas de mí- j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora