CAPÍTULO 7

2.4K 107 12
                                    

Era mi cuarto día allí. Azael había salido a recorrer los campos que poseía junto a Larino por que habían registrado algunas desapareciones de animales.

Cuándo llegó, subió a su habitación y se encontró conmigo; desnuda y de rodillas desmotrando que efectivamente era su sumisa.

—Esto si es una buena sopresa. — dijo en cuanto me vió.

—Quiero que seas mi señor.

Ya habíamos hablado sobre mi paga e incluso se había firmado un contrato.

Los días pasan rápido cuándo uno la pasa bien.

Azael se colocó frente a mi, y se inclinó para verme a los ojos.

—Desde ahora me llamarás "Amo". Hasta que el contrato se cumpla, me perteneces. Soy tu Dueño.

—Sí, mi amo.

—Mantén tu vista en el suelo. Volveré en unos segundos.

Salió de la habitación dejándome arrodilladas. las piernas comenzaban a dolerme por el tiempo que llevaba en esa posición pero me gustaba ese juego.

Sentí sus pasos, hasta que quedo muy cerca mio, lo supe por que, pude ver sus zapatos negros pegados a mis rodillas.

—Quiero que camines hasta la cama— me ordeno.

De reojo alcancé a ver que tenía un látigo de esos que muchos usan a la hora de montar un caballo, me llené de curiosidad, ¿ para qué lo usaría?.

No tardé mucho en saberlo, me quise levantar para hacer lo que ordenó, cuando sentí el ardor de aquel látigo en mi piel.

— ¡¡ AHH!! — grité.
— Camina como la perra que eres.

Claro, obviamente le hice caso y caminé como un canino hasta la cama, me subí en ella y al hacerlo, tomó  una esposas.

— Date vuelta— ordenó.

Lo hice, quedando " boca abajo", esposo mis manos a mi espalda, luego ató mis pies con una cuerda. Volteó para abrir un cajón de la cómoda que estaba cerca, sacó algunas cosas que no alcance a ver, giró y agarró otra vez, el látigo.

—Si no aguantas más, ladrá—.  Me dijo seriamente. Después de eso, me dió un látigo en las nalgas, recuerdo  haber mordido la almohada, repitió aquello unas cuantas veces más.

— me encanta—. Me decía entre cada azote, — me encanta, ver como tu piel blanca se vuelve roja...como comienza a sangrar — su voz, estaba ronca, su respiración estaba completamente agitada.

Efectivamente me golpeó hasta que mis nalgas sangraron, podía sentir las gotas recorriendo mis muslos.

Escuché, cómo desabrocho su cinturón, y como abría el cierre del pantalón, se subió a la cama, había quedado desnudo de su pelvis para abajo, se " sentó" frente a mi cabeza y con sus manos, la levantó un poco, lo suficiente para meterme su miembro totalmente erecto en mi boca, usó el hecho de que no podía sostener mi cabeza levantada por si sola, por causa de la posición para meterme su pene profundamente, me ahogaba con él, me costaba trabajo respirar, quería " ladrar" como me había dicho que hiciera, pero no podía.

Aunque debía aceptar que el sabor de aquel miembro, me gustaba y mucho.

Luego de unos segundos que se me hicieron enternos, tomó mi rostro con sus manos y lo levantó, al sacarme su pene de la boca, comencé a toser, incluso deje caer un poco de mi saliva encima de él. Esperó un ratito, a que yo recuperará el oxígeno, y lo volvió a meter en mi boca, esta vez, con sus manos suavemente sosteniendo los lados de mi rostro, marcó " el ritmo", lo podía sentir gemir sutilmente y eso me encantaba, me dirán que estoy loca, que apenas lo conocía, pero escucharlo emitir pequeños y entre cortados gemidos, hacía que me excitara, a tal punto, que mientras el tenía sexo con mi boca, yo tuve un profundo orgasmos, que por supuesto el notó.

—¿Te gusta perrita? — me dijo, segundos después prácticamente me clavó su pene hasta la garganta, dejándome su esperma dentro, tragué lo que pude y lo qué  no se escapó por la comisura de mis labios.

Se bajó de la cama, me desató las manos y me dio vuelta, volvió a amarrarme, pero esta vez, lo hizo a los esquineros de la cama, dejando mis brazos bien abiertos y estirados, posteriormente, hizo lo mismo con mis pies.

Tomó un " vibrador", que no supe de donde lo saco y lo introdujo en mi vagina, entró sin dificultad alguna, estaba húmeda por mi órgasmo.

Buscó su pantalón y de su bolsillo saco una caja, de ella extrajo una " tableta" de pastillas, de las cuales tomó una entre sus dedos, se acercó a mí y me pidió que abriera mi boca. Al hacerlo, la puso en mi lengua.

— traga —me ordenó, con dificultad pero hice lo que me pidió. — Son anticonceptivos, tenemos que esperar unos días para que haga efecto, se toma una cada día pero no te hagas problemas por eso, yo te las daré, personalmente. No queremos que quedes embarazada. — sonrió.

Se marchó después de eso, sin decir cosa alguna. Era como un objeto que el tenía, quizás como el juguete favorito de un niño, donde el pequeño es tan protector con este que se empeña por hacerle notar al mundo que es de él y le pertenece.

Me había dejado amarrada y desnuda, pero no me sentia incómoda, más bien... quería que volviera por más, que pasará sus propios límites por que con él estaba experimentado mis más ocultos fetiches.

Todo aquel tiempo que estuve a solas, me movia como si fuera un " gusanito", aquel vibrador que tenía en mi intimidad, me hacía sentir un poco incómoda.

Cuándo mi amo regresó, aproveché para mirarlo, como hacía cada vez que podía, su miembro se le marcaba en su boxer negro, que por cierto, era lo único que se había puesto antes de salir, asi que supuse que estabamos solos.

— sabes — me dijo. — Debo aceptar que me has dado mucho placer en estos cuatros días.

Tiró sobre la cama un sobre de madera.

—Esto no es tu paga mensual pero es un obsequió por ser tan buena. Si te portas bien y me obedeces  tendrás más de eso. Pero debes tener en claro, que me perteneces, sos mía.

Lo observé directo a sus ojos rojos que parecían penetrarme el alma.

—claro que soy tuya.



EL DIARIO DE UNA SUMISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora