Capítulo 4

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CORREGIDO*

Un poco decepcionada y muy molesta, me pregunto durante mi quinto intento absurdo por estacionar lo más derecho posible el auto, cuanto puede tardar en enfriarse una botella de vino, la siguiente pregunta que me asalta es: ¿Por qué no simplemente compré una botella que ya estuviera fría? Y Luego me asaltaron otras dudas:

¿Venden botellas de vino frías?, ¿El vino debe de tomarse frío realmente?

La verdad es que no tengo ni idea de vinos, no sé nada de bebidas alcohólicas en general, porque no acostumbro a beber, a menos que este en alguna fiesta o evento y en ese caso, si bebo, bastante. Pero eso no quiere decir que tenga idea alguna de como llegan a mis manos esas bebidas. Jaime, por otra parte, es un aficionado de los vinos, al igual que su padre, que tiene su propia cava en su casa y puede pasarse horas hablando de cepas y presumiendo sus más de cien botellas. Yo me limito a disfrutar la sensación de ligereza que siento a partir de la segunda copa y aunque soy una ignorante del tema, he desarrollado un gusto peculiar por esta bebida, por encima de cualquier otra, incluyendo el tequila, y que conste que amo el tequila.

Justo eso es lo que necesito esta noche, sentirme ligera y que me dejen de pesar mis propios pensamientos por al menos un rato, así tenga que pagar el precio de la resaca.

Como estaba preparada para dictar un discurso lo bastante ensayado durante el camino a Jaime y él justamente escogió esta noche para romper con su encierro, siento que me quede con las palabras atoradas. No estoy segura de sí estoy dispuesta a tener esa conversación en otro momento, porque tenía la firmeza hoy de ceder hasta donde me fuera posible que mañana no se si seguirá allí. No lo culpo y en parte me alegra que decidiera salir, pero no sé porque, no puedo evitar sentirme indignada, como si solo yo estuviera poniendo de mi parte para que estemos bien.

Al abrir la puerta, noto el absoluto silencio que consume el lugar. Dejo mis zapatos en la entrada, y me voy directo a la cocina a meter una de las botellas de vino tinto de Jaime en el congelador, sin saber muy bien que dichosa cosecha sea y si es o no apropiada para acompañar la soledad. Espero que el tiempo que me lleve darme un baño sea suficiente para que se enfríe y me dispongo a ello, sin molestarme en encender luces o si quiera entrar a la habitación para saber si Jaime dejo la cama hecha.

Media hora exacta después, estoy en la terraza con una copa vacía en una mano y una botella ya fría y descorchada en la otra, me dejo caer en la silla colgante, con mi franela favorita y, por primera vez, en meses, respiro, y puedo decir que me gusta este lugar. No me mal entiendan, Jaime tiene un gusto exquisito para la decoración y aunque todo es un poco (muy) gris para mi gusto, está de revista, lo que pasa es que yo siempre me he sentido como una visita incomoda que no sabe muy bien cuanto es el tiempo que se considera prudente que se prolongue su estancia. Hoy por fin, puedo percibir esa tranquilidad de la que hablan las personas que aman vivir solas.

Tres copas más tarde, soy consciente de que ya excedí mi límite y me siento no solo más ligera, sino también un poco adormecida, mientras me asaltan recuerdos de cuando conocí a Jaime, casi como si lo estuviera viendo en una pantalla. Recuerdo la noche que lo vi por primera vez y me pareció el hombre más guapo que hubiera visto nunca, en ese entonces yo tenía dieciocho años recién cumplidos y coincidimos en una fiesta y desde que nos presentaron y lo vi hacer esa mueca de aburrimiento que le caracteriza, quedé flechada, pasaron unos meses y unas cuantas fiestas más, a las que iba solo para encontrármelo, para que me dirigiera la palabra. Siempre tuvo un aura misteriosa y costaba un mundo sacarle una sonrisa, así que cuando por fin me dedico una, supe que ya no habría remedio, seguiría yendo a todas las fiestas que fuesen necesarias para que se fijara en mí y darme el gusto de verlo sonreír más. Y bueno, lo logré, estaba en su casa, viviendo con él y compartiendo una vida. Y aunque lo de las sonrisas, ya casi no se ve, vivo tratando de aferrarme a la suya, para no darme por vencida con lo nuestro.

Cuestión de TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora