Relato II: El Cuidador del Panteón de San Antonio de Padua.

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El Cuidador del Panteón San Antonio de Padua.

Mateo Fermín López Cruz. Ese es el nombre que hoy día posa en la lápida central del panteón San Antonio de Padua, un lugar localizado en lo que actualmente es un pueblo abandonado y casi olvidado por Dios, de no ser por el hombre que descansa allí. En el centro del panteón se encuentra un árbol que conecta los caminos hacia las diferentes posiciones de las tumbas de los muertos que habitan ahí.

Y todos en ese jueves otoñal de noviembre ya pensaban en que el pobre Mateo ya no tenía escapatoria, y seguro eso mismo pensó él en su inconsciencia pues tener las costillas y la cadera rota para esos tiempos no era cosa fácil de solucionar, además de presentar graves lesiones en algunos músculos de los brazos. Pero ya saben cómo es esto, si no es tu hora de partir, aunque te lo propongas. Por lo que para Don Mateo, por suerte, aun no era su turno. Por actos del destino o de la casualidad, un mes después de medicarlo y enyesarlo todo lo posible, Mateo simplemente pudo ponerse de pie poco antes de navidad.

Verán, el señor no era en su momento un hombre del todo alegre, pues era un viejo cascarrabias que odiaba a las personas y que incluso llegaba a insultar a las colegialas que estuviesen pasando por donde él. Fue por ello que nadie se creía la actitud que el hombre cargaba después del accidente, pues de cierta forma en su cara se veía una alegría mayor a lo que muchos imaginaban podía tener. El hombre de la noche a la mañana ya era alguien educado, amable con los vecinos e incluso se ofrecía como voluntario principal en las labores duras del vecindario.

Todos pensaban, lógicamente, que el hombre toco fe después de sobrevivir a aquel accidente, pero... la verdad era más extraña y, en retrospectiva, fascinante. Él nunca lo conto a nadie en particular, pero sí lo escribió en su diario. Las palabras a continuación son suyas, de pulso y letra:

"La he visto. De verdad era ella. ¡Una mujer vestida con ropa de ceda, rojo como la sangre pero que poseía flores naranjas como el cempasúchil! Su sombrero, un sombrero del cual se escurría cera blanca teñida del color azul, rosado y morado de las flores que posaban igual en él era magníficamente ancho. Pero no fue eso lo cautivante, sino la luz que de ella sobresalía. Una luz de un resplandor de fuego salía de su pecho, de donde yo sé que estaba su ardiente y apasionado corazón.
Una calaca. Era una calaca de pies a cabeza, con maquillaje hecho de cenizas y lo que yo capte como fosfora. Era la muerte. Era la santa Catrina, guía de los muertos hacia el mundo prometido. Puso sus manos en mi cabeza y aparto parte de mi cabello, dijo que estaba algo perdida y necesitaba indicaciones. ¡Dios santo si le dije todo lo que pidió! Estaba hecha de paz y no había maldad alguna en sus palabras. No sé cómo logré hablar teniendo la mandíbula rota, pero lo hice. Jesucristo... así fue. Y no me arrepiento. Era tan bella que no me hubiese molestado ir con ella al mundo prohibido para los vivos. La ame con solo verla. Es el amor que aún vivo sigo sin conseguir... más que en ella. Encontré amor no en la vida, sino en la muerte... ¿Hay algo con tantos significados como eso? Creo que no..."

Don Mateo se enamoró de la santa Macabra. Y quizás fue por ello su cambio tan repentino, pues sería una pena no verla de nuevo solo por tener los huesos carbonizados por el ardor del mundo sombrío. Así es como Mateo empezó a ser conocido mucho más en el pequeño pueblo de Miramar, donde todos le dieron su confianza y su cariño, pues sin él nadie hubiese dado las misas en todo el año después de la muerte del padre Cristóbal. Sin él no se hubiesen encontrado a las niñas desaparecidas del 94, pues fue él quien encontró al maniático que las secuestro principalmente. Sin él nadie hubiese dado guardia 24/7 después de capturar al secuestrador, solo para asegurarse. Y desde ya decirles que, sin él, nadie se hubiese encargado del viejo panteón de San Antonio, pues es ahí donde todo se desarrolló en la vida de Don Mateo, incluso cabe decir, donde concluyo.

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