Capítulo 2

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Emma McKellen

Papá se había vuelto loco al aceptar una reunión con ese tipo, Wayne. Un hombre que parecía no entender que nunca venderíamos nuestro castillo. No era solo una propiedad, el castillo de las luciérnagas era parte de nuestra familia. Aquí vivió el clan McKellen desde el tatarabuelo, el gran Alexander McKellen. Aunque ahora era un hotel de lujo y no la casa donde vivían los miembros McKellen, ahora era nuestro. De niña pasaba horas con mi padre recorriendo las habitaciones y años de historia en sus pinturas. Los cuales me inspiraron para convertirme en restauradora, ellos fueron mi primer trabajo. Tantos recuerdos de este lugar que me resulta inconcebible que mi padre piense por un momento en vender.

Este lugar era especial tanto para mí como para mi hermano Tylerl, quien también está mirando a papá con enojo.

—Ambos dejen de mirarme de esa manera —dice mi padre.

—No puedo mirarte de otra forma —gruñe Ty, sus manos formando puños sobre la mesa.

—Emma, Tyler basta —exigió mi madre—, es solo una reunión comprenden, su padre solo aceptó por cortesía.

—Solo quiero decir que si vendes el castillo no te lo perdonaré papá.

No pude evitar que las lágrimas inundaran mis ojos.

—Emma —dijo papá tomando mi mano—, no voy a vender. Se lo importante que es para ti, Tyler y para el resto de la familia. O piensas que no recibí las llamadas de los gemelos al enterarse de esta reunión. Incluso Faith nos hizo una videollamada desde Australia, los tres llamaron solo para recordarme porque es importante este lugar tanto como la casa en la que crecieron. Te prometo... No, les prometo —Tomó el puño de mi hermano y continuo—, que no venderemos.

Tyler deshizo su puño, dejando la postura tensa y lista para el ataque.

—Gracias papá —susurre besando su mejilla—. Es que solo la idea de pensar que venderían Firefly me retuerce las tripas.

—Es el lugar de las luciérnagas recuerdan —dijo mamá. Más allá del castillo se encontraba el río donde mi padre llevó a mi madre a presenciar el mayor espectáculo que la naturaleza podía ofrecerles. Sonreí ante mi propio recuerdo de dos pequeños cazando luciérnagas en frascos—. Nunca dejaría que su padre venda el lugar donde prácticamente se me declaró. También es donde fue concebida Faith.

—Mamá, demasiada información —gruñó Ty.

—Por favor Tyler. —Giró los ojos mientras yo le sonreía. Esta era Katherine McKellen en todo su esplendor—. Acaso piensas que nunca tuvimos sexo. Es más, he llegado a creer que tu amor por los caballos es porque te concebimos en las caballerías.

—¡Oh por Dios! —grité soltando una carcajada, también provocando que mis ojos soltaran lágrimas. Mi padre solo negó con la cabeza intentando ocultar la diversión en su rostro. Me limpié las lágrimas aún divertida cuando Sorcha apareció.

—Señor, el matrimonio Wayne llegó.

—¿Matrimonio? —preguntó mi padre frunciendo el ceño. Todos miramos más allá de Sorcha. Una pareja caminaba hacia nosotros, aunque la mujer rubia se tambaleo. Seguro sus zapatos se hundían en el fango, algo que sucedía con frecuencia en los turistas que venían por primera vez desconociendo que en Inverness la lluvia ablanda la tierra cada día.

Observé que la pareja hablaba, ella aún atascada y enfadada seguramente porque se estaba arruinado su carísimo calzado. Entonces el hombre de traje oscuro tomó una decisión, la levantó como si no fuera la gran cosa.

—Todo un caballero —susurró mi madre, al mismo tiempo que yo suspiraba al verle reír, sentí un ligero tirón en mi estómago.

El hombre no tardo demasiado en reducir la distancia entre nosotros. Y mi corazón se aceleró en mi pecho cuando fijó su mirada violeta en mí, seguido de una especie de calor abrazador por toda mi piel. Quería sentir sus manos en mi cuerpo y ser besada por él. Ni siquiera el viento bajó el calor que estaba experimentando. Mi cabello revuelto no impidió seguir conectada a él.

—Matt ya puedes bajarme.

Escuché la suave voz de la mujer rubia. Rompí el contacto de sus ojos para mirar a la mujer en sus brazos. Las palabras de Sorcha me golpearon como un camión de carga, «el matrimonio Wayne». Por primera vez me atraía un hombre y resultaba ser un hombre casado. No sabía que un corazón podía acelerarse y romperse tan rápido.


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