Cap. 10 En el que Obito le promete una pista a Iruka

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Kakashi debió llegar mientras Iruka y Naruto estaban fuera. Salió del baño cuando Iruka estaba haciendo el desayuno con Obito y se sentó con elegancia en la silla, limpio y reluciente y oliendo a madreselva.

—Querido Iruka —le dijo—. Siempre tan ocupado. Ayer trabajaste duro a pesar de mi recomendación, ¿verdad? ¿Por qué has hecho un rompecabezas con mi mejor traje? Es una pregunta amistosa, nada más.

—Porque lo destrozaste el otro día —dijo Iruka—. Lo estoy reconstruyendo.

—Eso lo puedo hacer yo —dijo Kakashi—. Creí que ya te lo había demostrado. También te puedo hacer un par de botas de siete leguas para ti sola si me dices cuál es tu talla. Algo práctico en piel marrón, tal vez. Es increíble cómo uno puede dar un paso de diez millas y media y aún así aterrizar en una boñiga de vaca.

—Puede haber sido de toro —dijo Iruka—. Supongo que también encontrarías en ellas lodo de los pantanos. Una persona de mi edad necesita hacer ejercicio.

—Entonces has estado más ocupado de lo que creía —dijo Kakashi—. Porque resulta que ayer, cuando aparté los ojos del hermoso rostro de Yamato por un instante, creí ver tu larga nariz asomándose por la esquina de la casa.

—La señora Tsunade es una amiga de la familia —dijo Iruka—. ¿Cómo iba yo a saber que tú también estarías allí?

—Tienes un instinto especial, Iruka —continuó Kakashi—. Contigo nada está a salvo. Si decidiera cortejar a una doncella que viviera en un iceberg en el medio del océano, antes o después, probablemente antes, levantaría la vista y te vería volando por allí en una escoba. De hecho, me llevaría una decepción si no fuera así.

—¿Vas a ir hoy al iceberg? —replicó Iruka—. ¡Por la cara que tenía Yamato ayer, no hay razón para volver a verlo!

—Qué mal me tratas, Iruka —dijo Kakashi. Sonaba dolido de verdad. Iruka le miró de soslayo con desconfianza. Detrás de la joya roja que le brillaba en la oreja, el perfil de Kakashi se veía triste y noble—. Habrán de pasar largos años antes de que deje a Yamato —dijo—. Y de hecho, hoy voy a ver al Rey otra vez. ¿Satisfecho don entrometido?

Iruka no sabía si debía creerse todo aquello, aunque después de desayunar, salió hacia el país del fuego de verdad, con el taco con la mancha roja hacia abajo, tras apartar a Naruto que intentaba consultarle sobre el difícil conjuro. El joven, como no tenía otra cosa que hacer, también se marchó. Dijo que podía aprovechar para ir a Cesari.

Iruka se quedó solo. Seguía sin creerse del todo lo que Kakashi había dicho sobre Yamato, pero en otras ocasiones se había equivocado sobre él y, al fin y al cabo, sólo tenía la palabra de Naruto y Obito como guía de su comportamiento. Sintiéndose culpable, cogió los triángulos de tela azul y empezó a coserlos en la red plateada que era lo único que quedaba del traje. Cuando alguien llamó a la puerta, se sobresaltó, pensando que era otra vez el espantapájaros.

—Puerta de la aldea de la Nube —dijo Obito, dedicándole una sonrisa color púrpura.

<<Entonces no hay problema», pensó Iruka. Se acercó cojeando hacia la puerta y la abrió con el azul hacia abajo. Fuera había un caballo de tiro. El joven de unos cincuenta años que lo conducía le preguntó si el señor Brujo tendría algo para evitar que dejara de perder herraduras todo el tiempo.

—Voy a ver —dijo Iruka inclinándose hacia el hogar—. ¿Qué hago? —murmuró.

—Polvo amarillo, en la cuarta jarra del segundo estante —susurró Obito como respuesta—. Esos conjuros son más que nada cuestión de fe. Oculta tus dudas cuando se lo des.

El Castillo De KakashiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora