Cap.8 En el que Iruka deja el Castillo en varias direcciones a la vez

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A la mañana siguiente, Iruka comprobó aliviado que Obito ardía radiante y alegre. Si no estuviera harto de Kakashi, se habría sentido casi conmovido al advertir cuánto se alegró el mago al ver a Obito.

—Pensé que este hombre había acabado contigo, vieja bola de fuego —dijo Kakashi, arrodillándose junto a la chimenea con las mangas de la camisa entre las cenizas.

—Sólo estaba cansado —dijo Obito—. Parecía que el castillo se resistía, nunca lo había llevado tan rápido.

—Bueno, pues no permitas que te obligue otra vez —advirtió Kakashi. Se puso de pie, sacudiéndose con elegancia la ceniza de su traje gris y escarlata—. Empieza con ese conjuro, Naruto. Y si viene alguien de parte del Rey, le dices que estaré fuera por asuntos privados hasta mañana. Voy a ver a Yamato, pero no hace falta que se lo cuentes.

Cogió su guitarra y abrió la puerta con la mancha verde hacia abajo, hacia las amplias y nubosas colinas.

El espantapájaros estaba allí otra vez. Cuando Kakashi abrió la puerta, se lanzó hacia él de lado y lo alcanzó en el pecho con la cara de nabo. La guitarra emitió un horrible tañido. Iruka soltó un gritito de terror y se agarró a la silla. Uno de los brazos de palo del espantapájaros estaba moviéndose para agarrarse al marco de la puerta. Por la forma en que Kakashi había afianzado los pies, estaba claro que le estaba empujando con mucha fuerza. No había duda de que aquella cosa estaba decidida a entrar en el castillo.

El rostro azul de Obito asomó por la chimenea. Naruto estaba paralizado un poco más lejos.

—¡Era verdad lo del espantapájaros! —dijeron los dos a la vez.

—¿Ah, sí? ¿En serio? —Kakashi jadeaba. Apoyó con un pie contra el marco de la puerta y empujó. El espantapájaros salió volando de golpe hacia atrás y aterrizó con un ligero crujido sobre los brezos, unos pasos más allá. Enseguida se puso de pie y se acercó a saltos al castillo. Kakashi dejó apresuradamente la guitarra en el suelo y saltó para encontrarse con él.

—No, no vas a entrar, amigo mío —dijo levantando una mano—. Vuelve al lugar de donde hayas venido.

Avanzó despacio, todavía con la mano levantada. El espantapájaros se retiró un poco, saltando lenta y temerosamente hacia atrás. Cuando Kakashi se detuvo, el espantapájaros también lo hizo, con su pata plantada entre el brezo y los brazos harapientos moviéndose a un lado y a otro como una persona preparada para luchar. Los jirones de tela ondeaban al viento sobre sus brazos y parecía una imitación disparatada de las mangas de Kakashi.

—¿Así que no te quieres ir? —preguntó Kakashi.

Y la cabeza de nabo osciló de derecha a izquierda. No se iría.

—Me temo que tendrás que marcharte —dijo Kakashi—. Le das miedo a Iruka, y cualquiera sabe de qué será capaz si está asustado. Y ahora que lo pienso, también me das miedo a mí.

Kakashi movió los brazos pesadamente, como si estuviera levantando un gran peso, hasta elevarlos por encima de la cabeza. Gritó una palabra extraña, que quedó medio oculta en el restallar de un trueno repentino, y el espantapájaros salió volando por los aires. Se elevó hacia arriba y a lo lejos, con los harapos ondeando y agitando los brazos a modo de protesta, hasta que no fue más que una mota en el aire, y luego un punto que se desvaneció entre las nubes y se perdió de vista.

Kakashi bajó los brazos y se acercó a la puerta, secándose la cara con el dorso de la mano.

—Retiro mis duras palabras, Iruka —dijo, jadeando—. Esa cosa era alarmante. Puede que estuviera frenando el castillo durante todo el día de ayer. Poseía una de las magias más poderosas que he visto nunca. ¿Qué era? ¿Lo que quedaba de la última persona a la que le limpiaste la casa?

El Castillo De KakashiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora