CAPÍTULO 21. En el que se anula un contrato ante testigos

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TODOS SALIERON CORRIENDO detrás del espantapájaros, pero Iruka corrió en dirección contraria, atravesó el armario de las escobas y llegó a la tienda, cogiendo su bastón por el camino.


—¡Es culpa mía! —murmuró—. ¡Soy un experto en hacerlo todo al revés! No debí dejar salir a la señorita Rin. ¡Habría bastado ser educado con ella, pobrecilla! Puede que Kakashi me haya perdonado muchas cosas, ¡pero esto no me lo va a perdonar así como así!


En la floristería sacó las botas de siete leguas del escaparate y vació en el suelo los hibiscos, las rosas y el agua. Abrió la puerta y arrastró las botas mojadas hasta el medio de la calle abarrotada de gente.


—Perdón —dijo en dirección a los zapatos y mangas anchas que avanzaban en su dirección. Levantó la vista buscando el sol, que no era fácil de encontrar en el cielo nublado—. A ver. Sudeste. Por allí. Perdón, perdón —dijo, abriendo un pequeño espacio para las botas entre la gente que de fiesta. Las colocó en el suelo apuntando en la dirección adecuada, metió los pies y se puso en marcha.


Zip—zip, zip—zip, zip—zip, zip—zip, zip—zip, zip—zip, zip—zip. Fue rapidísimo, y el viaje lo dejó más mareado y sin aliento con las dos botas que cuando llevaba solo una. Ante los ojos de Iruka pasaban las imágenes a toda velocidad: la mansión al fondo del valle, reluciente entre los árboles con el carruaje a la puerta; heléchos en las colinas; un riachuelo precipitándose hacia el verdor de un valle; el mismo río deslizándose por un valle mucho más ancho; el mismo valle queya era tan amplio que parecía eterno y azul en la distancia, y un montón de torres a lo lejos que podían haber sido Konoha; la llanura que volvía a estrecharse en dirección a las montañas; una montaña tan empinada que se tropezó a pesar del bastón, lo que lo llevó al borde de un precipicio teñido de niebla, desde el que se veían las copas de los árboles muy al fondo, donde tuvo que dar otro paso para no caerse.


Y aterrizó sobre arena amarilla. Clavó el bastón en el suelo y miró con cuidado a su alrededor. Detrás de su hombro derecho, a varias millas de distancia, había una neblina blanca y vaporosa que casi ocultaba las montañas por las que acababa de pasar. Bajo la neblina se veía una franja verde oscuro. Iruka asintió. Aunque desde tan lejos no distinguía el castillo viajero, estaba seguro de que la bruma marcaba el lugar de las flores. Dio otro paso cuidadoso. Zip. Hacía un calor espantoso. La arena amarillenta se extendía en todas direcciones, relumbrando bajo el sol. Había rocas desperdigadas por aquí y por allá. Lo único que crecía eran unos arbustos grisáceosy tristes. Las montañas parecían nubes acercándose en el horizonte.


—Si esto es el Páramo —dijo Iruka, chorreando sudor por todas sus arrugas—, entonces la bruja me da lástima, por tener que vivir aquí.


Dio otro paso. El viento no lo refrescó en absoluto. Las rocas y los arbustos eran iguales, pero la arena era más gris y las montañas parecían haber hundido el cielo. Iruka escudriñó el tembloroso resplandor gris que se divisaba a lo lejos, donde le pareció ver algo más grande que una roca. Dio un paso más.


Era como estar dentro de un horno. Distinguió un montículo con una forma peculiar como a un cuarto de milla, erguido sobre una leve pendiente en un terreno rocoso. Era una forma fantástica de torres torcidas, que se elevaban hacia una torre principal ligeramente inclinada, como un viejo dedo nudoso. Iruka se quitó las botas. Hacía demasiado calor para cargar con algo tan pesado, así que avanzó para investigar llevando solo su bastón.


Aquella cosa parecía estar hecha con la misma tierra amarilla del Páramo. Al principio Iruka se preguntó si sería algún tipo de hormiguero extraño. Pero al acercarse se dio cuenta de que era como si estuviera formado por miles de macetas amarillas amontonadas unas sobre otras. Sonrió. A menudo el castillo viajero le había recordado al interior de una chimenea y aquel edificio era como una colección de remates de chimenea, de los que se colocan por fuera para mejorar el tiro. Tenía que ser obra de un demonio del fuego.


El Castillo De KakashiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora