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Regresó a la habitación con la respiración acelerada. Su presencia tomó por sorpresa a cada uno de sus compañeros de entrenamiento, pero ninguno preguntó la razón por la cual había llegado sin Ash. Lo único que logro causarles cierto desconcierto a los reclutas fue ver a Eiji comenzando a empacar todas sus cosas a un ritmo alarmante.

—¿De verdad piensas que es lo correcto?

Las manos de Eiji luchaban contra la única mochila que tenía para lograr que el espacio le diera lugar a toda su ropa, pero aún así se tomó unos segundos para mirar a alex, incapaz de ver más allá y encontrarse con las caras tristes de Bones y Kong.

—¿Debería dudarlo? —le preguntó Eiji.

—No se que ocurrió allá arriba, pero es ridículo que te vayas tan de repente y sin razones suficientes.

—Sabes que ahora tengo una razón. La conociste incluso antes que yo, Alex.

Se quedó de pie, observando como Eiji le cortaba la disputa para continuar preparando la maleta. Alex y todos los demás sabían que pelear con alguien como él resultaba complejo, e incluso una pérdida de tiempo. Sin embargo, querían hacer el intento si eso les daba una última oportunidad para que se quedara.

Para que no dejara ir la primer razón que tuvo para quedarse en esa ciudad tan extraña, para que no lo obligara a conocer despedidas improvisadas.

—¿Que ha pasado con Ash...? —preguntó Kong por lo bajo.

El pelinegro logró escucharle antes de cerrar su mochila y colgarsela al hombro. Aún le faltaba hacer un par de cosas antes de salir al exterior y tomar el tren que acabaría con todo.

—Lo vi en el castillo —susurró con una tétrica sonrisa temblorosa— Y no se pareciera en nada al chico infortunado de la pintura. Ash se veía como todo un príncipe ideal, como si no perteneciera a ningún otro lugar que no fuera ese.

La imagen seguía reproduciéndose en su cabeza, justo como esas buenas melodías de la capital que son odiadas por tanto escuchar.

No sé sorprendió de que Bones y Kong actuaran como si entendieran de lo que estaba hablando, pues Eiji estaba seguro de que Alex ya los había puesto al corriente de todo lo que concernía al nuevo príncipe de York. A fin de cuentas, era claro que el castaño no podría guardar más secretos, mucho menos a sus mejores amigos.

A Eiji no lo seguían secretos, así que solo le quedaba escapar de su problema, ese que llevaba formándose en su anatomía hace poco pero se negaba a desintegrarse.

—Entonces pensé que él tenía justo lo que merecía después de todo lo que tuvo que vivir. —Eiji bajo la voz cuando sus ojos volvieron a arder— Y ahora pienso que no puedo quitarle nada de eso. Entendí ciertas cosas, y supe que debía salir de esta ciudad. Eso es todo.

Alex se acercó con cautela, no quería que el estado delicado de Eiji terminara abriéndole paso a un lloriqueo sin fin.

—Lo lamento.

—Sabes que no pasa nada, Alex. —Eiji reforzó el agarre de su mochila y se acercó al rincón de la habitación.

Todos sus amigos miraron atentos cuando tomó la espada que llevaba haciéndole dúo desde sus primeros días en el entrenamiento. Eiji le dedico una mirada sin emociones verdaderas y entonces, se la tendió a Kong por el mango de hierro.

—Se que esta algo torcida, pero podrías repararla cuando vayas a la herrería de tu padre.

Kong nisiquiera hizo un ademán o algo que demostrara interés por tomar la espada.

—No la quiero. —dijo, creyendo firmemente que aquello lograría mantener a Eiji con ellos.

—Y yo no la necesito.

La espada terminó de manera abrupta entre las manos de Kong. Eiji fue rápido cuando se apresuró hasta la puerta y desapareció por los lobregos túneles del castillo real.

Bones y Kong estuvieron más que dispuestos a ir tras de él mientras intentaban ingeniar algo que lo hiciera cambiar de parecer. Pero ninguno logró salir del dormitorio cuando Alex le quitó la espada al moreno y la dejó sobre la cama que le pertenecía al granjero. Entonces, dos pared de ojos miraron curiosos al castaño cuando este se agachó para sacar algo que se ocultaba bajo la cama.

Finalmente, Alex posicionó el osito de felpa de Eiji junto a la espada. En medio de tal desastre el pelinegro lo había olvidado por completo, y silenciosamente, Alex esperaba a que este no lo recordara.

—Él sabe que no puede dejarnos esto y huir. —aseguró de rodillas en el suelo— Él va a regresar.

Bones se sentó en la cama donde yacía la espada y el oso. Sabia que ambas cosas eran de suma importancia para Eiji, pero ahora dudaba un poco sobre el cariño que este juraba tenerle a sus pertenencias luego de haberlas abandonado en el subterráneo.

Las había dejado tiradas allí, en medio de los túneles secretos. Las había abandonado justo como lo había hecho con ellos.

—¿Estas seguro de que volverá? —pregunto el muchacho de cabellos rosa.

Pero Alex no supo que responder.

[...]

Cuando salió al exterior, la luna era la única presente en las calles de la capital.

Era hasta curiosa aquella parte. Había llegado a York en plena madrugada, con la única bienvenida de una luna que estaba a punto de desaparecer del cielo para abrirle paso a un amanecer que jamás había conocido. Pero ahora Eiji se estaba marchando, y nuevamente la única que tenía permitido darle un abrazo de despedida era esa luna llena que lo vio aparecer lleno de ilusiones y maletas vacías.

Ya no había forma de esperar el amanecer que el mismo había saludado. Era inevitable cuando no quedaba nada más que dejar en esa peculiar ciudad.

Eiji solo tuvo oportunidad de echarle un último vistazo a la capital antes de entrar al vagón de tren y sentarse en uno de los asientos junto a la ventana. Iba a extrañar los desayunos de Yut Lung, también echaría de menos esos pesados entrenamientos de Blanca y las incesantes charlas con sus amigos en plena madrugada.

Pasaron muchas cosas por su cabeza en el momento en que el tren comenzó su ruta hacia los pueblos vecinos, pero fue el recuerdo de esos ojos verdes el que terminó acompañando a Eiji por el resto del camino.

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Eiji y Los tres Mosqueteros || AshEiji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora