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El sol apenas se asomaba por los cielos cuando logro llegar a la ciudad capital. 

Sus pies estaban resentidos y agobiados, así que como muestra de rendimiento se lanzo a la primer banqueta que se encontró por el camino.

Los comerciantes ya estaban abriendo sus locales, y los habitantes comenzaban a aparecer para darle inicio a su día. Eiji imaginaba la gran ciudad como un sitio agitado y agobiante.

Eiji pensó que era momento de empezar su búsqueda, pero no tuvo idea de por donde comenzar. 

Tal vez podía buscar el establecimiento de Ibe, quien a lo largo de los años se había adueñado de cierto prestigio en la capital por sus pinturas. Pero Eiji no sabia donde encontrarlo, y decidió no buscarlo por el momento tras recordar el fatídico día donde arruino el trabajo del hombre cuando fue a la granja para hacer un retrato de la familia Okumura. 

Tiro una pintura al césped, estropeo los costosos pinceles del artista y dejo caer el retrato al suelo cuando se le pidió ayuda para meterlo a la casa. 

Ibe le perdonó cada error, pero Eiji aun sentía vergüenza de lo ocurrido. Ese día supo que jamás seria aprendiz del talentoso hombre, pues la razón estaba en que el arte era como un libro y él, sentía que estaba completamente ciego. 

Se levanto cuando el dolor de sus piernas disminuyo lo suficiente para permitirle andar un poco mas. Eiji no sabia que dirección tomar, y tampoco tuvo que obligarse a pensar algo cuando sus ojos se desviaron hacia la multitud de personas que se aglomeraba en la calle. Eiji se acerco curioso, dejando al aire una sonrisa suave cuando noto la razón de aquel tumulto.

—¡Prepárate para morder el suelo, Shorter! 

—Hablas demasiado, pero demuestras tan poco... —contraataco el chico llamado Shorter. Eiji se quedo mirando esas greñas purpura tan comunes de la vida capitalina, algo completamente extraño para el lugar de donde venia. 

Eiji no sabia que mirar. Sus ojos querían captar cada detalle de los uniformes de mosqueteros que portaban ambos muchachos, pero al mismo tiempo deseaba acercarse mas para ver las brillantes espadas que sostenían en lo alto. 

El combate amistoso dio inicio, y el asombro del publico no se hizo esperar. Shorter manipulaba la espada con precisión, mientras que su contrincante rubio utilizaba movimientos mas rudos y fuertes. 

Al final, la agresividad del rubio fue la ganadora del encuentro. Y Shorter solo pudo recoger su espada del asfalto antes de suspirar derrotado. 

—No vayas a llorar —dijo el rubio con un lamento mal fingido. 

—Felicitaciones, Arthur. Has conseguido una victoria después de siete duelos contra Shorter. —dijo un muchacho mas joven que los demás mosqueteros— No vayas tan deprisa, hombre. 

El publico se echo a reír, pero a Arthur no le causo ninguna gracia. 

Se giro hacia el publico e inspeccionó cada uno de los rostros que quedaban frente a el. El corazón de Eiji tembló cuando esos macabros ojos decidieron quedarse sobre él y lo analizaron desde la punta de los pies hasta la coronilla. 

—Tú —llamó Arthur mientras lo señala sin descaro con la espada— Te reto a un duelo.

Eiji no supo que hacer cuando la gente se hizo a un lado, dándole paso directo para llegar al lado del mosquetero. 

—¿Qué piensas demostrar? Esta tan delgado que terminaras quebrándolo.

—Sing tiene razón. Siempre te vas por el mas débil —soltó el pelimorado sin la intención de ofender— Busca a alguien de tu talla, y deja de presumir. 

Cuando Shorter termino de hablar, sintió como era despojado de su espada en cuestión de segundos. Quedo aturdido cuando noto que Eiji se posicionaba frente a él para quedar cara a cara con Arthur, y no hizo mas que sacar una sonrisa satisfecha y alejarse un poco de la escena. 

Eiji no quiso seguir escuchando lo que hablaban sobre el como si estuviera sordo. Tomó esa espada de manera impulsiva, y ahora que la tenia entre las manos y todos los ojos estaban sobre el, supo que no había forma de escapar. Nunca la habría. 

—Tienes agallas, ahora muéstrame lo que puedes hacer. 

Eiji trato de improvisar con los nervios absorbiéndole el cuerpo. Empuño la espada con fuerza e intento imitar la posición que Shorter había hecho al comenzar. Respiro hondo, y se hizo a la idea de que perdería con honor.

Ese era él, persistente sin remedio pero pesimista hasta los huesos.

El duelo comenzó, y ahora eran los demás mosqueteros quienes soltaban exclamaciones de sorpresa por lo que veían.

Eiji seguía el ritmo de Arthur, y todos notaron cuando este casi dejó caer la espada al pavimento. Eiji se sorprendió de si mismo pues no tenía ideas claras de lo que estaba haciendo. Pero tampoco se sorprendió cuando Arthur mando a volar su espada por los cielos en un movimiento rápido, y casi desesperado.

La multitud se notó decepcionada, y los mosqueteros que parecían estar en contra de Arthur lanzaron una maldición al aire.

—La suerte no te duró demasiado. —dijo el rubio con orgullo.

—Quiero intentarlo de nuevo. —pidió Eiji, seguro de que podría dar más de si en caso de que hubiese una segunda oportunidad.

Los mosqueteros, incluyendo a Sing y Shorter, vociferaron a favor de Eiji y se prepararon para ver la revancha entre ambos. Sin embargo, Arthur levantó la mano para que cerraran la boca de inmediato.

—La hora de jugar ha terminado, campesino. —soltó Arthur— Deja que los verdaderos mosqueteros regresen al trabajo. Tu tienes que irte para alimentar a las vacas.

La multitud volvió a reír, y Eiji creyó que Arthur podía estar en lo cierto.

Se dio la vuelta y apretó los dientes con ira. El gentío le dio paso mientras seguía burlándose de él, pero Eiji no se preocupó por mirar hacia atrás y esperar a que terminaran de reírse.

Nunca lo supo, pero Shorter intentó seguirle el paso hasta que su figura desapareció entre las calles de la capital. El mosquetero no supo porque, pero regresó al trabajo con el pensamiento de que volvería a ver a aquel granjero de nuevo.

Más adelante, cuando se encontraba lo suficientemente apartado de los mosqueteros y los habitantes aglomerados, Eiji se permitió bajar la velocidad de sus pasos y respirar hondo para eliminar su frustración.

Pero su aliento se perdió en el camino, pues su cuerpo fue tirado hacia las sombras de un callejón y solo le quedó esperar por lo peor.

Eiji Okumura era un muchacho valiente y persistente, pero jamás aprendió la forma correcta de gritar por ayuda.

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Eiji y Los tres Mosqueteros || AshEiji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora