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Cuando llegó a su hogar en pleno amanecer, su madre y hermana dejaron de trabajar con las vacas para correr a recibirlo en el momento en que su figura se asomó por la entrada de la granja.

La mujer mayor desprendía lágrimas de alegría por tener de regreso a su primogénito. Le revisó los brazos con moretones producto de los entrenamientos en la capital, e incluso juró que él muchacho había crecido un par de centímetros desde su ausencia. Por otro lado, Nyoko sintió tranquilidad cuando supo que su hermano estaba bien de salud y no dudó en abrazarlo por todos esos días en que no tuvo la oportunidad de hacerlo, pero así mismo, la jovencita comprendió que su hermano ya no era el mismo que había partido a York en busca de oportunidades.

Esa ciudad le había arrancado algo, y su hermano ya no parecía tener fuerzas para recuperarlo.

Cuando se separó de su hermana menor, Eiji notó la mirada recelosa de su padre, quien observaba desde la distancia y esperaba pacientemente a que la emoción bajara y pudiera abrirle paso a las preguntas que tenía para su hijo. Era entendible, jamás escribió siquiera una carta para excusar su partida.

Su madre entendió lo que se venía, y su hermana le deseó suerte mientras que él intentaba recuperar el aire para  agachar la cabeza y recibir los sermones que le esperaban. Era decepcionante pensar en todas esas expectativas con las que salió de aquella granja, ahora solo podía escuchar y obedecer a su padre sin tener derecho a replicar algo.

—¿Debo darte la bienvenida o solo vienes por el resto de tus cosas? —pregunto el anciano con voz ronca.

Eiji tenía ganas de lanzarse al pasto y llorar hasta el atardecer. Su padre era directo y rígido, pero aquella situación pasada era algo que nunca había esperado de su hijo mayor.

—Tenias razón. —acepto el menor con un tono que carecía de emoción— La capital no es para mi.

El señor Okumura se mostró sorprendido ante la declaración de Eiji. Enseguida se sentó en el pasto e hizo un ademán para que su hijo hiciera lo mismo.

Al final, Eiji se sentó algo apartado.

Los cabellos del hombre seguían siendo tan oscuros como el carbón con el que su esposa encendía la estufa de piedra cada mañana. Los años parecían estar congelados para el físico y la edad del hombre, pero este mismo sentía que el reloj biologico se había averiado en algún instante para arrebatarle a su pequeño hijo, ese que se subía en el lomo de las ovejas y se creía capaz de contar todas las estrellas en el cielo campesino.

—Déjame ver si logró entender esto.

—No tienes que hacerlo. Solo dame mi castigo y lo aceptaré sin problemas.

El anciano, sin prestarle atención, comenzó a hablar para detener el parloteo de su hijo.

—Nunca te gusto encerrarte en esta granja. Te agrada conocer gente y lugares diferentes... —Eiji se giró en el pasto para escuchar mejor a su padre— Recuerdo que todas las familias campestres te conocían e incluso te invitaban a cenar. Tu madre debía salir todas las noches para buscarte en todas las casas del pueblo y traerte a la fuerza.

—Puedo recordar eso, pero no entiendo cual es tu punto.

Se restrego los ojos con los puños antes de lanzar un bostezo. El viaje en tren resultó calmado pero aún así, le fue imposible conciliar el sueño por tan solo unos minutos. Eiji estaba agotado tanto física como mentalmente, pero estaba seguro de que dormir no sería nunca más una tarea sencilla.

—Esta es la primera vez que regresas a casa por tu propia cuenta.

—No queria seguir allí. —confesó Eiji de pronto.

Eiji y Los tres Mosqueteros || AshEiji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora