1.Pasado, presente y futuro

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Todo había terminado por fin pero no todo era color de rosa.

Después de la visita de Miguel al lugar de los muertos la popularidad de la familia Rivera creció, las canciones eran reconocidas como suyas y solo suyas, eran poseedores de un lugar amplio, limpio y fresco aún que claro en el mundo de los vivos nadie sabía de su existencia aún pues aunque Miguel hubiera querido confesar todo había una probabilidad mínima de que le creyeran por lo que Ernesto de la Cruz el tan famoso cantautor seguía recibiendo ofrendas y podía visitar aquellos que aún creían en él.

En el mundo de los muertos ya todos sabían que era un fraude, le quitaron la torre que con mentiras había logrado conseguir y vivía en una casa modesta como todas las demás pero sin alegría, sin colores, sin "vida".

"Es un mentiroso"

"Nos engañó a todos"

"Es un asesino"

Los murmuros se escuchaban aquí y allá y por todos lados, poniendo en sacrificio la buena imagen que se tenía de Ernesto.

Y así es como llegamos al inicio del todo.

Héctor quien aún se sentía extrañamente incómodo ante todas las atenciones y ánimos por parte de los demás se puso su sombrero, se acomodó el moño de su cuello y giró el pomo de la puerta dispuesto a salir.

— Pero tiene talento... — fueron las palabras que esperaba cambiarán algo en su esposa pero no fué así.

— ¡Ja! "Talento" — se detuvo aún dándole la espalda,recordando lo que pasó — pues mira ese talento hasta dónde lo llevo, a dónde nos llevó — Imelda al ver que su ahora esposo no le hacía caso lo sujetó de la mano haciendo que se mirarán — Héctor, entiende, él no es alguien bueno

— Tal vez no lo fué, pero ahora ya tuvo su merecido después de cinco años de desprecio, ya estuvo bueno —

— ¿Y que se comparan esos dos años con las décadas que tuviste tú estando solo? ¿O es que ya no te acuerdas? —

— Me acuerdo... — suspiró pesadamente lo que Imelda tomo como comprensión y le soltó — pero también recuerdo que era mi amigo, no puedo dejarlo así, no puedo Imelda

— ¡Héctor! — está vez sus manos no fueron lo suficientemente rápidas para sujetarlo y el charro pelinegro se fue de aquella casa por primera vez para hacer lo que su corazón le decía tal cual el día que murió.

Mientras Héctor buscaba en todos los lugares que se le ocurría, su viejo amigo Ernesto oculto en un lejano lugar estaba cansado, sufriendo en silencio debajo de un puente.

No es que viviera allí pues les gustase a los demás o no seguía teniendo prestigio y cariño en el otro mundo, pero se iba a descansar a ese lugubre, húmedo y oscuro lugar como autocastigo ante los actos tan horribles que había hecho, sintiéndose como basura, olvidado por lo que alguna vez torpemente considero su familia , abrazando los huesos de sus rodillas... solo...

— ¡Maldita sea! — sentado en aquel húmedo suelo alcanzó a patear una botella de tequila que había traído consigo, dejando que las últimas gotas de aquel brebaje curador salpicará cerca de él — Si tan solo no hubiera hecho esa ... ¡Esa sarta de estupideces! O los hubiera dejado marchar desde un principio... Pero el chamaco de seguro me hubiera delatado... ¿O lo hizo? Pues no hay forma de que supiera si lo hizo o no... — consternado por la repentina duda se quedó en silencio, pero el pensamiento de culpa como bala se incrustó en su pecho haciéndolo gritar de tristeza y desesperación ¡Ayayay! ¡Y otra vez la burra al trigo! ¡Deja de pensar en eso Ernesto por amor de dios!

Ernector. Amorcito MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora