5. Muerte interna

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- ¿Dónde está Ernesto? -

Fué la pregunta que repitió varias veces a todos los invitados y a algunos más de una vez. Después de aquella extraña escena no pudo evitar pensar que algo estaba sucediendo, no es como si no lo hubiera notado, parecía que la canción que su amigo había cantado iba dirigido solo a él, pero eso era imposible pues Ernesto siempre fue un Don Juan con las mujeres, tenía el talento , un don de poder estar con quién él quisiera pero de eso a cantarle...

De repente se sintió apenado, si aún estuviera vivo apostaría a que sus mejillas estaban rojas.

- No, probablemente se equivocó, tengo que hablar con él -

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Mientras tanto el desdichado músico había logrado salir de aquella fiesta de la familia Rivera, sin querer ir a su casa y con un profundo dolor recorriendo sus costillas fue al único lugar que seguía sintiendo suyo incluso después de todas las desgracias que había vivido. El edificio de prácticas dónde se reunían todos los famosos antes de la gran fiesta de día de muertos y lugar donde justo ahora no habría nadie pues era de noche y todos estarían en la casa de los Rivera festejando.

Llegando al edificio vacío se sentó cerca de una ventana dándole la espalda mientras era cubierto por la oscuridad, se tomó la solapa del traje con dolor como si apretujara el corazón que no tenía pero que aún así dolía, bajó la mirada y cerró los ojos con fuerza.

- ¿Pero que acabo de hacer? ¡Fué una estupidez! -

Dentro de su cabeza su misma voz le contestaba; esa parte suya que sabía exactamente lo que estaba pasando, en su mente no había nada más claro que el sentimiento que se había cultivado los últimos meses.

*¡Fué una declaración! Le cantaste a Héctor*

- ¡Hasta crees que le voy a cantar a Héctor! Solo es mi amigo y con esa canción parecería otra cosa -

*Pues lo es*

- ¡Claro que no! - se levantó rápido dando un fuerte pisotón haciendo que el eco del golpe se esparcía de inmediato - Es mi amigo, estaría loco si yo... Si yo le hubiera cantado, en todo caso le cante a todos

*¿Y por qué le mirabas
tanto? ¿he?*

- ¡Maldita sea! No sé y ni quiero saber -

Frustrado dió media vuelta y recargando sus manos en el soporte de ka ventana miró el pueblo iluminado a la luz de la luna y los hermosos faroles que acompañaban todo el lugar, no tuvo que levantar mucho la vista cuando observó la alegría de la fiesta que desde dónde estaba, en el usado edificio, se podía palpar, escuchar y sentir.

De repente miró un par de sombra alejándose de él lugar ¿Pero qué estaba pasando? Pensó Ernesto intentando agudizar la vista para ver de quienes se trataban y no era nada más ni nada menos que Héctor; había salido apurado con pasos firmes pero una segunda sombra le había detenido, Imelda, parecían hablar casi discutir pero no tardaron en suavizar sus gesto y en unos cuantos minutos ya estaban abrazados, juntos uno del otro, tan cerca...

Ernesto sintió un golpe justo en el pecho, eso dolía más que las tantas veces que Imelda le había golpeado con la bota, o las cientos de cachetadas que se había ganado por ser un poco mujeriego, eso dolía mil veces más que todo lo que hubiera recibido en vida, incluso en el mundo de los muertos, nada se comparaba al dolor que ahora tenía, la punzada recorrió sus costillas, paso por su cabeza lo que le obligó enseguida a quitarse el sombrero y de nuevo golpeó su pecho justo donde estaría el corazón y dónde ahora no tenía nada, nada visible almenos.

Por el dolor su cuerpo se doblegó, soltó un quejido, apretó la mandíbula y

- ¿Qué es lo que...? -

- ¿Qué es lo que tienes? -

Giró preocupado y miró a Jorge, quien acababa de terminar su oración con la misma expresión de angustia en sus rostro, de repente Ernesto tosió y los pétalos cayeron al suelo.

- Jorge ¿Qué me está
pasando? -

Su amigo empezó a acercarse con un cariño renovado.

- Tranquilo, todo estará bien... Tiene solución -

- ¿¡Bueno y cuál es!? - apenas si se acercó cuando Ernesto lo rodeó olvidando el dolor de antes - ya quiero que esté dolor termine y también los pétalos que de nada me han servido -

- ¿Dolor? Uy no, entonces ya te amolaste - sonrió, estaba alegre parecía que no comprendía la seriedad del asunto o tal vez la entendía tan bien que no le veía problema en burlarse un poco.

- ¿Te estás riendo? ¿En serio? Pues que amigo tengo -

- No, bueno, mira lo que pasa es que estás enamorado -

- ¿¡Qué!? -

Su grito resonó por todo el edificio desde el piso más alto hasta el más bajó, y enseguida sintió calentarse pues el recuerdo cantandole a Héctor estaba muy presente.

- Si, es una maldición, escupes pétalos porque el amor no es correpondido y empeora mientras más seas ignorado - Ernesto bajó la cabeza, pasó su mano por el cabello intentando idear un plan y poner control en el enjambre de pensamientos en su mente, Jorge le dió unas palmadas en la espalda - pero para ti no habrá problema, en el mundo de los vivos siempre conquistabas a quien tú querías, no veo porque tendría que ser diferente ahora.

- ¡Claro que es diferente! Además ¿Cómo puede dolerme el pecho? No tengo carne ¡ni órganos! -

- Ya hablamos de esto Ernesto, es la lógica del otro mundo, tranquilo te ayudaré a conquistarla - Ernesto suspiró, llendo por su sombrero pues necesitaba algo en que ocupar sus manos

- No es ella, es él -

Un silencio reino el lugar, Jorge se enderezó y le miró serio.

- ¿¡Qué!? -

- Estoy enamorado de un hombre pero ese no es el problema, el problema es que es... es ... - se sentía nervioso, con un nudo en la garganta, como si los colores se le subieran a las mejillas pero todo eso eran reflejos de un cuerpo vivo enamorado, él estaba muerto pero lo enamorado nadie se lo quitaba.

Sujetó su sombrero con fuerza, como hacía muchos años atrás se sentía como chamaco enamorado.

- Es... ¡Maldita sea Ernesto! Te estoy tratando de ayudar-

- ¡Es Héctor! Héctor es el culpable de esto -

- oh... tranq... - su expresión cambio, ahora entendía y estaba desesperado - ¡pero está con Imelda! ¡Está casado! ¡Le gustan las mujeres! ¿¡No podías enamorarte de alguien más accesible!?

- Tampoco decidí estar maldito y ya ves, escupiendo pétalos como si fuera gripa. No sé que hacer, tendré que vivir con el dolor por siempre - se había resignado pero al levantar la vista Jorge tenía una expresión extraña, parecía asustado - ¿Qué pasa si nunca lo conquistó?

- Ernesto, si sigue el amor unilateral, el dolor va a aumentar hasta que mueras... -

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Ernector. Amorcito MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora