7. Planes

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La borrachera de Ernesto ya se estaba disipando y mientras estaba sentado en una mesa sosteniendo su cabeza adolorido, Jorge le dejo un vaso de agua golpeando la mesa de madera enojado.

— ¡Ah! ¡No hagas tanto ruido Jorge! —

—Chinga tu mad—

— Jorge, tampoco —

—¿Cómo de que no? Si estuviste apunto de echar todo a perder, casi le dices todo a Héctor —

Ahora le había caído todo como un balde de agua fria en la cabeza, se sintió apenado al solo pensar que se había confesado.

— No, no puede ser yo no recuerdo haberle dicho nada ¿¡Le dije algo!? —

Jorge interiormente se burló de aquella reacción por parte del músico pero aún expresando la molestia en su rostro se sentó enfrente de Ernesto quien lo miraba muy atento.

— Afortunadamente no, pero ganas no te faltaron si no hubiera sido por mi que te callé, ahora no tendrías ni una oportunidad para conquistar a Héctor —

— Menos mal.... — suspiró bebiendo del vaso de agua — pero no tengo posibilidades Jorge, te lo dije en la cantina él quiere mucho a Imelda —

_ Y también te quiere a ti, si no no te hubiera perdonado la barbaríe que hiciste — el músico asintió sintiéndose triste, su pecho empezaba a doler con solo pensar que su amor jamás sería correspondido — solo es cuestión de apostar al caballo correcto.

— Pues creo que es mejor no apostar — Ernesto se levantó cansado poniendo las manos en sus caderas desviando la vista, no quería morir pero tampoco quería obligarlo a quererlo menos cuando lo hizo pasar un infierno.

— No digas eso Ernesto, siempre hay esperanza, es más mientras estabas borracho hice un par de planes — se colocó a su lado y sonriéndole le dió unas palmadas en la espalda — anda, y tú me dices cuál te convence más

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Después de acordar un buen plan para intentar enamorar a Héctor , Ernesto fue a la casa de los Rivera para llevar acabó dicha cita que habían armado, golpeó la puerta con firmeza y está no tardó en abrirse.

—Ernesto —

—Héctor, hola — estaba apunto de congelarse y entrar en pánico, la última vez que lo había visto ni si quiera sabía lo que dijo pues el alcohol le había borrado muchos recuerdos, se aclaró la garganta — necesito hablar contigo

— ¿Hablar conmigo? ¡Yo debería hablar contigo! ¿Todo bien con tú mal de amores? Desde que te conozco nadie se te resistía ¿Estás perdiendo el toque? — Ernesto sonrió y soltó una suave risa desviando la mirada

— Bueno, no siempre se gana ¿no Héctor? —

— En eso tienes razón, ahora creo que ya deberíamos irn—

—Con que aquí están los mendigos —

Ambos detuvieron cualquier movimiento con la esperanza de que Imelda no los viera pero claro que no iba a funcionar, hicieran lo que hicieran ella ya los tenía en la mira y por lo tanto no había escapatoria.

— Imelda, buenos días — se apresuró a decir Ernesto asomándose por detrás de Héctor

— ¿Qué tal estás, amor? —

— Que amor ni que nada — mientras hablaba se acercó a ambos quedando a un lado de Héctor — escuché que estabas en la cantina, no sé porque su única forma de desahogarse es el alcohol

—Bueno es que — Ernesto estaba un poco nervioso solo quería invitar a salir a Héctor pero con Imelda enfrente todo era más difícil — todos hemos sufrido por un mal de amores ¡incluso Héctor! — enseguida entró a la propiedad, pasó su brazo por los hombros de Héctor obligandolo a agacharse a su altura — Si lo hubieras visto cuando ustedes todavía no andaban

Imelda se cruzó de brazos y aunque a Ernesto le reconfortaba tener a Héctor tan cerca ,al recordar que ellos ya hasta estaban cansados una oleada de dolor y celos surgieron de repente.

— Pero eso ya quedó en el pasado —

— ¡Exactamente! Entonces quería invitar a Héctor por un par de copas a recordar viejos tiempos, te prometo Imelda que lo regresaré sin un rasguñó — coló su mano en el pecho del otro dándole un par de palmadas y sonrió a Imelda como todo un santo aunque lo que menos era ahora era un santo, técnicamente le estaba mintiendo a Imelda y al mismo Héctor, no quería recordar viejos tiempos solo quería conquistar a quien se había vuelto el amor de su vida.

— Tampoco quiero que venga cayéndose de borracho —

— Imelda, tampoco soy así tú me conoces —

— Sé que no eres así, pero con ciertas compañías uno tiende a cambiar — ninguno supo cómo, quién, ni a qué hora pero Imelda ya tenía su bota negra en la mano muy cerca del rostro de Ernesto quien enseguida se hecho para atrás — cuidadito y le haces algo, sigo sin confiar del todo en ti

— Imelda hace mucho que nos conocemos, además tú viste como me reforme, no le haré nada — poco a poco se iba alejándose de aquella amenazadora bota sin soltar a Héctor que también se había sentido ligeramente amenazado y muy observado, ya estaban en la puerta — ¡Hasta luego Imelda!

— Hasta lueg—

Héctor apenas se había logrado despedir cuando Ernesto le soltó del cuello y sujetando su mano lo alejó de ahí lo más posible,en unos cuantos minutos ya estaban en las coloridas calles de aquel pueblo, la gente pasaba a su lado como si nada.

—Detente, detente... — haciendo caso a la voz del mayor soltó su muñeca y se giró a verlo, estaba cansado de correr, su cuerpo estaba curvado y recargaba las palmas de sus manos en sus rodillas — Eres muy rápido Ernesto

— Y tú muy lento, pero ahora que recuerdo nunca tuviste mucho rendimiento físico — rio quitándole el sombrero de paja a su cansado amor platónico

— Si, si, lo dice el Schwarzenegger mexicano — se quejó recuperando el aliento enderezando su cuerpo, le arrebató su sombrero trae pa' acá, no es cómo si lo necesitaba cuando estábamos vivos.

— No, tu siempre estabas pensando en mujeres —

— No, mujeres no, UNA mujer, solo en Imelda — empezaron a caminar uno al lado del otroy no me vayas a decir que tú no

— Eso quedó en el pasado, ya solo hay una personas así como tú dices —

— Tú ¿enamorado? ¿De veras? ¡Lo que jamás sucedió en el mundo de los vivos! —

— Tampoco era algo imposible, ya ves, el amor le toca a uno cuando menos quiere —

— Anda, ya dime quién es, y así puedo ayudarte—

Sintió como su alma se estaba haciendo pequeña, su corazón ya lleno de sentimientos por Hector se estaba haciendo añicos pues no podía imaginar el desastre que armaría si le decía la verdad ahora, Imelda lo odiaria más de lo que ya lo hacía, el cariño de los Rivera se iría por la borda sin contar que Héctor lo dejaría una vez más en el olvido, su mejor amigo, le había dado una segunda oportunidad y lo estaba arruinando al enamorarse de él pero ¿y si le decía la verdad ahora? Tal vez ya podría saber por una vez por todas si iba a morir o no.

— Héctor... —

Ernector. Amorcito MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora