Capítulo XI

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CAPÍTULO XI

AMANECER

Quellón, Chiloé, Chile. 1876

Papá y mamá no discutían, solo estaban sentados uno frente al otro tomados de la mano mirándose a los ojos como si se estuvieran comunicando a través de ellos mientras Adam y yo los observábamos ocultos desde las escaleras.

Adam no había dicho palabra desde que salió del consultorio. Tenía un brazo vendado y parches sobre su rostro... con solo verlo me vuelve a hervir la sangre reavivando esas ganas de ver la cara de Meyer contra el suelo sangrando como animal en matadero.

—Niños —mamá nos llamó para acercarnos a ellos —. Lo que pasó hoy fue... —suspiró con algo de dificultad, sabía que le dolía —fue horrible. Adam, Erika, desde ahora vamos a cambiar algunas cosas, empezando con que comenzarán a recibir educación en casa...

—Eso les dará mayor garantía de aprendizaje —continuó papá —dará mejor posicionamiento a la familia y nosotros descansaremos sabiendo que estarán fuera de un ambiente de mierda.

Mamá lo recriminó como siempre hace cuando dice palabrotas enfrente de nosotros, pero papá solo se encogió de hombros.

—Hace una hora estabas maldiciendo a todas las madres del colegio así que no me mires así.

Sonreí por inercia ante el alivio. Mis padres no tenían opiniones divididas y ya no tengo que ir a la escuela, ahora solo me tengo que asegurar de no volver a la capilla porque mamá sigue insistiendo.

«Vamos a las reuniones dominicales por El Padre, no por las personas»... eso me ha repetido las últimas dos semanas.

—¿Y si quiero volver a la escuela? —dijo Adam en desacuerdo.

Se creó un silencio en la sala mientras papá, mamá y yo lo mirábamos incrédulo ¿Qué le sucede?

—¡¿Estás de broma?! —grité acercándome a él.

—Erika, no alces la voz —mamá me reprendió —Adam, hijo ¿Quieres volver?

—No es que en realidad quiera volver, pero... —su voz se cortó y bajó su mirada a sus mano derecha jugando con las vendas en su brazo izquierdo —¡No quiero que me crean débil! Yo puedo aguantar...

—¡No aguantarás ni una mierda! ¡No seas estúpido! —exploté con cada palabra que decía,

—¡Erika! —papá intentó callarme.

—¡No, papá! —dije seriamente y perdiendo la compostura —. A mí ya me expulsaron, pero si Adam sigue yendo lo matarán, todos son mayores que él ¡¿Quién le dará al idiota de Meyer la paliza que merece?!

—¡Yo lo haré, Erika! ¡Yo! ¡Soy más alto y fuerte que tú! Pero ahí fuiste... a reventar bocas y narices como una lunática ¡Me acabas de dejar como un maricón que se esconde en las faldas de su hermana! ¡¿Qué quieres probar, Erika?! ¡Eres una egoísta!

Sus palabras me cayeron como balde de agua helada. No sabía qué hacer ni mucho menos qué decir como respuesta hasta que mamá se volvió a meter.

—¡Adam! Tienes prohibido recriminarle a tu hermana el hecho de protegerte —dijo con un tono severo parándose frente a él y lo tomó por las mejillas obligándolo a mantener contacto visual —si alguien le falta el respeto a uno de nosotros, en esta familia nos defendemos y cobramos con creces ¡¿Entendido?!

Adam asintió mientras yo retrocedía dando pasos lentos, sentía que mi propio hermano me había roto el corazón.

—Si a tu hermana le hubieran hecho lo mismo que a ti te hicieron hoy ¿Qué hubieras hecho? —le preguntó papá, pero Adam no contestaba, solo comenzó a llorar —¿Cómo te sentirías?

VIENTOS DEL SUR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora