Capítulo 5: Buenas noches, Lucecita

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Alelí

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Alelí

A mí costado una figura salió disparada al mismo tiempo y el pelirrojo cayó hacia atrás. Cruz se posicionó en frente mío esperando a que volviera a atacar. Alguien me tomó del brazo y tiró hacia atrás haciéndome caer de cola. Belladona y Protea estaban a mi lado también sentadas mirando a su alrededor con terror, Alnus también estaba pero de pie y aún con su actitud apacible incluso un poco aburrido, lo miré atónita e incrédula.

A nuestro alrededor comenzó la batalla.

Melia utilizaba sus flechas rosa pastel haciéndolas aparecer de su espalda, y cuando alguno lograba alcanzarla utilizaba su arco como espada, ocasionando casi el mismo daño como si fuera una.

Cruz atacaba ferozmente al pelirrojo, distrayéndose de vez cuando con algún que otro enemigo y siempre mirándome un segundo para luego poder seguir luchando.

Raúl, que al parecer por las conversaciones que había escuchado él también había cambiado su nombre y en realidad se llamaba Ébano, luchaba diestramente con cualquiera que se le presentaba; lo mareaba, se agachaba, atacaba...parecía un joven de nuevo.

Loto también luchaba con destreza, pero no fue por eso que me detuve a observar su batalla. Estaba luchando contra el único sujeto que usaba máscara. Sus ojos grises me parecieron vagamente familiares.

Miré pendiente cada lucha, temiendo que alguien saliera herido, impotente por no poder ayudar. Por un momento, entre los árboles, creí ver un par de luciérnagas, pero al dar una segunda mirada ya no estaban ahí. 

Cuando de pronto un grito agonizante me llamó la atención. Loto estaba tirado en el suelo, gimiendo de dolor. El sujeto de la máscara no estaba por ningún lado. Belladona gritó y sentí que me agarraban de la cintura un par de brazos. Grité, pataleé. Totalmente inútil.

Sentí su respiración caliente en mi oreja.

—Buenas noches, Lucecita —susurró.

Sentí mi cuerpo pesado, contra mi voluntad mis párpados se cerraron. Una imagen apareció frente a mis ojos. Frustrada, me dejé llevar.

Escuché pajaritos cantar y a mi estómago crujir de hambre, me moví creyendo que estaba en mi cama pero en vez de un colchón estaba la fría y húmeda tierra. Luego todo lo que ocurrió apareció lentamente en imágenes en mi cabeza: la librería, el portal, mi mano entrelazada a la de Cruz, sus ojos, cuando aquellos hombres aparecieron y cuando me desmayé.

Abrí los ojos y me incorporé rápidamente, sentí la mano izquierda pesada y fría, cuando la observé encontré con que tenía una esposa de metal atada a mí, estaba aferrada al suelo por medio de una cadena gruesa y pesada, asustada comencé a buscar a mis compañeros y solo encontré una máscara negra a mi lado y una olla al fuego. El muchacho que traía esa mascara me había raptado recordé, levanté la vista y encontré a un chico de aproximadamente veinte años con el pelo asombrosamente rizado de color marrón claro y una franja bordó a un costado de su rostro. Estaba a cinco metro de mí, recostado en el suelo con las piernas cruzadas y una mano atrás de la cabeza, con la otra tomó una pequeña flor, le sopló los pétalos y estos se fueron despegando de a poco del tallo, volaron en línea recta, hicieron un pequeño giro en el aire hasta caer lenta y suavemente. Cerró los ojos cuando inhaló y los abrió al exhalar, estaba tranquilo pero sus ojos reflejaron soledad.

El Portal (Saga Aeternum #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora