Beauxbatons y Durmstrang

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El día en que iban a llegar los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang, había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Cuando sonó la campana, Ginny y yo salimos disparadas a las mazmorras, dejamos allí las mochilas y los libros tal como nos habían indicado, nos pusimos las capas, aprovechamos para arreglarnos un poco y volvimos al vestíbulo. Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

- Crabbe, Goyle ¿Dejan de encorvarse una vez? - ordenó el profesor Snape - Greengrass ¿Qué tiene en el pelo? Esta horrendo, quíteselo. Señorita Malfoy su falda tiene un pliegue torcido. Señorita Weasley, su corbata está mal ajustada. Nott, saque las manos de los bolsillo. Síganme, por favor. Los de primero delante. Sin empujar...

Subimos por las escaleras y nos alineamos delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba sobre el bosque prohibido. Escudriñamos nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Empezaba a tener un poco de frío, espero que se den prisa. Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular... Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:

- ¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

- ¿Por dónde? - preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

- ¡Por allí! - gritó un gryffindor de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, mucho más larga que cien escobas se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

- ¡Eso es un... es un...! ¿Qué es?

Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vimos que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante. Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos. Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces vi un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito. Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer. Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besarla.

- Mi querida Madame Maxime, bienvenida a Hogwarts.

- Dumbledog - repuso Madame Maxime, con una voz profunda - espego que esté bien.

- En excelente forma, gracias

- Mis alumnos - dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Detrás de ella, noté que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Por lo que alcanzaba a distinguir, todos miraban el castillo de Hogwarts con aprensión, incluso cuando entraron en busca de calor.

Yo esperaba muy ansiosa a los alumnos de Durmstrang, tenia ahí un amigo por correspondencia, y ansiaba conocerlo. Ya tiritamos de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces...

- ¿No oyes algo? - preguntó Blaise repentinamente en mi oído. 

El calor de su aliento, en contraste con el frio del ambiente, me dió un escalofrió.

Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...

- ¡El lago! - gritó Lee Jordan, señalando hacia él - ¡Miren el lago!

Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua. Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante... Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego vi las jarcias...

- ¡Es un mástil! - exclamó.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos tenían un cuerpo corpulento... pero luego, cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vi que su corpulencia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

- ¡Dumbledore! - gritó efusivamente mientras subía la ladera - ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

- ¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! - respondió Dumbledore.

Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.

- El viejo Hogwarts - dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo.

- Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó, lo pude reconocer

- ¡Ginny...! ¡Es Viktor Krum!

- ¡No inventes! ¡Es él!

3) Cassiopeia Malfoy y el cáliz de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora