Capítulo 10

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Carol
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—¿Por qué no comió durante esos tres días, señorita Carol?

—Solo no tenía hambre—respondo sin ganas a las preguntas de la directora de la cárcel.

La mujer alta y elegante frente a mí, expresa su desconfianza en una mirada fulminada. Mientras escribe yo no sé qué.

—Bien, estarás bajo supervisión del doctor hasta que te recuperes y se pueda continuar con tu caso. No intentes nada, hay guardias por todas partes.

Ignoro sus palabras y me vuelvo a acostar en la camilla donde me había sentado para escuchar sus insoportables preguntas.

Estoy en un momento en el que no sé si todo esto está sucediendo de verdad o es solo una pesadilla. He deseado con toda mi alma regresar a ese momento en el que conducía el vehículo de Aaron y simplemente desviarme del camino e ir a la playa hasta el anochecer. Pero soy una estúpida descerebrada.

De repente mi curiosidad me empieza a dominar y decido hacerle caso. Siempre lo hago.

—Doctor, ¿nos hemos visto antes?

—Por supuesto, Carol—responde relajado desde su escritorio sin mover la mirada de su móvil.

Me muevo hacia el costado y me apoyo de mi codo...

—¿Ah sí?

—Te voy a traer comida, seguramente mueres de hambre.

Por favor.

Él se retira y mi mente empieza a cuestionar de dónde lo conozco, tengo esa fuerte sensación de que no simplemente nos hemos visto antes, sino que hay algo mucho más fuerte que eso.

Esas cosas pasan cuando pasas de niña trastornada a drogadicta, los recuerdos más importante se esfuman y entre veces te olvidas hasta de tu nombre.

El doctor se acerca con una bandeja desde la puerta que queda a la izquierda de su escritorio. Inconscientemente me quedo mirándolo demasiado y hasta baja la mirada de la incomodidad. Debo decir que es muy guapo, pero con una belleza particular. Es de piel canela, pero bastante clara que deja a la vista pequeñas pecas en sus pómulos y nariz...tiene cabello corto nivel uno y unos carnosos labios que derriten a simple vista. Sobre su estatura, puedo suponer que mide unos metro setenta y cinco. Es delgado, con brazos regulares y un pecho poco marcado. Pero la verdad, parece modelo de catálogo con esa camisa con corbata y pantalón fino. Y su bata me transmite sensualidad y profesionalismo.

Me encanta. No él, sino como se ve.

¿No es lo mismo que me encante como se ve a que me encante él, verdad?

Bueno, pregunta sin respuesta.

Llega hasta mí y deja la bandeja al otro extremo de la camilla y me señala el gel antibacterial, lo hago rápido y empiezo a comer como perra loca, me acabo uno de los sandwiches de dos mordiscos hasta sentí ese fuerte apretón en el estómago de cuando la comida no está bien masticada. Tomo del jugo rápidamente y espero unos segundos a ver si eso decide dejarme seguir.

—Pensé que no comías en la celda por no tener hambre—dice el doctor observándome como científico a sus ratas de laboratorio.

Me como otro sandwich, esta vez de cuatro mordiscos y termino todo el vaso de jugo de naranja, ignorando mi ataque de gastritis. Con una servilleta me limpio la boca y alrededor, ya que a mis veinte años, aún me ensucio como niña al comer.

—¿Sabe, Doctor?—me acomodo y lo miro fijamente— a nadie le importa lo que nos pasa, solo son chismosos que investigan nuestra vida para reírse o sentir lástima por nosotros. ¿Y eso de qué sirve? todos fingen importarle lo que nos pasa, pero al final estamos solos, nadie puede llegar a sentir lo que sentimos. A esa directora le importaba un carajo el porqué no comí, simplemente hacía su trabajo.

MEPHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora