CAPÍTULO 7

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Carol
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—¿Qué relación hay entre tú y el paciente?—Me pregunta una señora de unos cuarenta, con una mirada desconfiada.

—Soy una amiga.—respondo firmemente sin ser grosera.

—Usted no puede firmar para confirmar el internado, es un tema delicado y se necesita un familiar para realizarlo, no una amiga.

—Estoy harta de sus malditos protocolos sin sentido—alzo la voz—Si lo traje hasta aquí y me estoy disponiendo a pagar el montón de dinero que solicitan, es porque me puedo hacer responsable de él. Él se está muriendo joder, y para su información, el pacieennnte no tiene familia, es huérfano. ¿Lo van mantener aquí o no? De hecho, existen decenas de centros en la ciudad.

—No sé cómo la habrán educado, señorita Carol,—Es Gina, la psicóloga del centro que se acerca desde luego—pero pudo haberle dicho a esta señora de cincuenta años que Aaron no tiene familia y hubiera entendido, no tiene el derecho ninguno de hablarle así, por esa razón no aceptaremos a Aaron en nuestro centro, te lo puedes llevar.

Estoy tan apenada, pero...

Lo...lo siento señora—digo sosteniendo de ambos hombros a la señora.— Estoy en un estado de desesperación, él estaba sentado con la vista perdida, no estaba pestañeando, estaba tieso, yo...yo me asusté, ¿sí lo entiende?—dos lágrimas hacen un recorrido por mi mejilla—yo...no quise faltarle el respeto, no pensé antes de hablar, lo siento mucho, pero está bien, me lo llevo, la cagué y es normal en mí.

Manipulación activada.

—Sí, que disfrute de su viaje, señorita Carol Benson.—Es Gina otra vez siendo una perra despiadada. Bajo la vista para ir por Aaron.

Esto es tan penoso.

—No, él se queda. Entiendo lo que siente la señorita, recuerdo cuando mi marido se drogaba y habría hecho lo que fuera para que estuviera bien, incluso hablarle mal a una señora mayor, sé exactamente qué se siente. Y Gina, no te atrevas a contradecirme, yo soy la Señora Derno y yo tomo las decisiones.—La señora me acaba de salvar.

—Muchas gracias. —Sin pensar, la abrazo muy fuerte y ella después de unos segundos, recibe el abrazo.

—Sí, no pasa nada, nena. Firma aquí—cambia la página—y aquí. Por acá tu número de teléfono.

—No tengo un teléfono.—respondo.

la cara de la Gina me llena de rabia.

—Está bien, ven cada tres días para saber de su progreso y cubrir sus gastos; debes dejarlo solo. —agrega la señora.

—¿Dejarlo solo?—pregunto inquieta.

Su mirada de "¿Vas a desafiarme de nuevo?" me obliga a callarme y hacer una última petición.

—¿Puedo quedarme con él unos minutos? Será rápido.

Su mirada de que sí me comprende es reconfortante, rápidamente corro en dirección al cuarto número dieciséis.

[***]

Estoy tatareando una canción infantil, mientras acaricio su cabello. Su rostro lucía perturbado cuando llegué, hasta que empecé a hacer esto, no sé qué es esto que siento hacia él, pero no pienso volver a dejarlo solo, él me necesita, necesita que lo cuide. No puedo dejar de sentir culpa por haberlo dejado solo.

La soledad puede llegar a ser una de las peores sensaciones, cuando estás solo; cuestionas tu voluntad de vivir, piensas demasiado y actúas sin remordimiento pensando que a nadie le importaría si algo te sucediera. Definitivamente es bonito decir "debo ser fuerte luchar por x persona". y yo quiero luchar por él. Y no es cuestión de amor u otro sentimiento morboso es porque nadie merece estar solo; y lo dice alguien que ha estado sola casi toda su vida.

No no, joder.

¡Está convulsionando! Salgo rápidamente en dirección al pasillo.

—Doctora, Doctora, ayúdame, él... él está convulsionando.

Una chica joven de estatura baja con una bata corre en dirección al cuarto, la sigo de vuelta, pero ella con la mirada me lo dijo todo.

—Lo siento, son los protocolos. ¡Ten!—me pasa una tarjeta— llámame y te informaré.

La puerta se cerró y mi mundo se derrumbó, ya puedo ser llamada o considerada la peor persona del mundo, hace unos minutos prometí no dejarlo otra vez, y mírame, caminando lentamente en un pasillo vacío haciendo exactamente lo que prometí no hacer.

Al final de cuenta siempre estamos solos, o luchamos por nosotros mismos o caemos para siempre.

[***]

Ya fui a casa de Aaron, le informé a la señora Andrea sobre el procedimiento y ahora estoy conduciendo un Mercedes por primera vez, sí, así es; ando en el vehículo de Aaron, no es muy agradable ver tantos empaques de condones abiertos, incluso ropas interiores femeninas y el puto olor a sexo, pero es cómodo andar en algo tan lujoso.

Voy en dirección al club, mis ganas de bailar se esfumaron, mis deseos por las drogas aumentan, pero quiero contenerme. Aaron tiene éxtasis en su guantera y me rehuso a acceder, piso fuerte el acelerador y voy a toda velocidad para llegar lo antes posible. Llevo dos años siendo stripper y solo he bailado sin drogas una sola vez, hoy debe ser la segunda, no quiero llegar al punto de que tengan que encerrarme por esta porquería.

Ya he llegado al club, de hecho es extraño para mí no parquear entre los pobres, es que... abran paso, Carol anda en un Mercedes-Benz.

Con desanimación camino hasta el camerino, voy directo hacia el banco donde siempre acomodo mis cosas para vestirme y resulta que ahí está la perra de la otra vez sentada en mi banco. Solo me detengo y hundo mi entrecejo a ver si ella reacciona, pero se queda intacta aún notando mi presencia.

—¿Hace falta pedirte que te muevas, perra asquerosa?

Ella levanta su mirada oceánica con una expresión retadora. Miro a mi alrededor y todas están paradas, algunas desnudas y otras con ropa expectando el show.

Odio tener que hacer esto.

Enseguida dejo caer mi bolso y haciendo un nudo con su cabello la atraigo hacia mi moviéndola del banco, ella me golpea las piernas y abdomen, pero golpea como niña. Del estirón tan fuerte, ella empieza a golpear con menos fuerza y aprovecho para golpearle la cara mientras le giro la cabeza a mi antojo.

—Basta, Carol—es la voz de Henry, pero ya estoy cabreada.

De repente empiezo a pensar en todos mis problemas, empezando desde mi madre hasta mi abuela y frenando en Aaron. Empiezo a golpear su cabeza contra la pared, siento como todos tratan de arrebatármela, pero sigo golpeando con más fuerza. Me estoy dando cuenta que ya sus golpes no me llegan y que su cuerpo está más pesado, pero aún así no dejo de golpear, mi vista está nublada viendo la sangre que se derrama en la pared, las voces de todos se escuchan como si provinieran del exterior, pero mi rabia es más fuerte que eso. De repente empiezo a darme cuenta de lo que estoy haciendo y la dejo caer. Su cuerpo se desploma, me hago hacia atrás con los ojos tan abiertos que parece que se me saldrán.

—La mataste, Carol.—fue lo último que escuché antes de que todo se pusiera oscuro y mi cuerpo se sintiera flotante.

He matado a una chica por un banco.

MEPHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora