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Inglaterra, año 1928.

Decidí tomar asiento en el banco de piedra que se encontraba allí. Un pequeño recreo era necesario cada vez que estudiaba, era realmente cansador tener que memorizar largas fórmulas matemáticas, y resoluciones de problemas. Me gustaba la asignatura pero resultaba tan agobiante. Llegaba un punto que mi cerebro se sentía tan cansado que me comenzaba a doler la cabeza, respiré profundamente intentando tomar un poco de aire fresco.

Hacía frío, comenzaba a acercarse el invierno y la gélida brisa se hacía notar en cada parte de mi cuerpo. Suspiré con fuerza queriendo despejarme.

Harry salió apresurado al jardín buscándome, vestía su típico pantalón marrón, junto a un chaleco que tenía rombos, y debajo una camisa, sin olvidarme de sus clásicos mocasines. Estaba vestido como la mayoría de chicos de su edad.

—Liz, ¡ven!—tomó mi mano provocando que me levantase de mi asiento—, ya llego el nuevo huésped de la casa.

Lo seguí sin rechistar, Harry tenía apenas nueve años, y era mi hermano. No era más que un niño, el menor de la casa. Por mi parte tenía diecisiete años, pronto cumpliría la mayoría de edad. Estaba estudiando para el ingreso a la Universidad, en específico a la única que una mujer podría ir. La escuela de señoritas. Era lo que mis tíos querían de mí, a pesar de que la idea no me gustara era lo única que tenía.

Mi tío Charles nos había contado hacía unos días que vendría un nuevo integrante a nuestra casa, sería un huésped amigo de la familia que hospedaríamos durante un tiempo. No mencionó el motivo, ni el verdadero tiempo de su estadía. Tampoco por qué sería aquí en Inglaterra, ya que tenía entendido que era extranjero. 

Al llegar a la sala pude ver a Arthur, mi hermano del medio, quien tenía catorce años. En la mansión vivíamos sólo mi tía Emily, Anabelle quien era la ama de llaves, Luisa, la cocinera, y por último estaba mi tío que oscilaba entre Londres y nuestra morada.

—Elizabeth aquí estás—la voz de Charles resonó por el lugar, era un hombre serio y con su altura intimidaba a cualquiera.

—Lo siento estaba en el jardín tomando un poco de aire—me disculpé, no quería que me reprendieran por no estar aquí a horario. Nos habían pedido estar presentes para la llegada del invitado.

—Ven, quiero que conozcas al nuevo huésped de la estancia—movió su cuerpo dejando ver a un joven un poco más alto que él, era delgado, y su piel era demasiado blanca, la cual contrastaba con su cabello castaño oscuro. Me sentí intimidada por su intensa mirada color verde, por lo que al sentir sus ojos posarse en mí no supe que hacer—. Elizabeth él es el señor Chalamet.

—Buenas tardes—saludé con un asentimiento de cabeza, él me devolvió el saludo con una pequeña sonrisa.

—Un gusto señorita Bennett—su cálida voz resonó por todo el lugar, traía un aire de misterio consigo por sus ropas oscuras. Esbocé una simple sonrisa que terminó siendo una mueca, quería volver a lo que estaba haciendo, necesitaba terminar con mi momento de ocio para volver a mis tareas.

Mantuve mi mirada en él, y por su parte hizo lo mismo. Inmediatamente me arrepentí y avergoncé, pose mi vista en el suelo, esperando que no haya notado realmente mis ojos.

Mi tío indicó que ya nos podíamos retirar para volver a lo que estábamos haciendo, le agradecí mentalmente por salvarme de ese momento incómodo y  de inmediato me dirigí al jardín nuevamente. Estaba a gusto allí, las paredes construidas con bloques de piedra, me parecían familiares, y resultaban acogedoras. La casa era tan antigua que se notaba en sus ladrillos, construida cerca del siglo XVI, por mis ancestros. Había tanta historia familiar allí dentro que resultaba difícil de imaginar.

𝐄𝐋 𝐇𝐔𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃 || timothée chalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora