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Al entrar a mi habitación me sentí como si flotará, era una sensación de que todo era un sueño. Realmente quería a Timothée, tanto que en aquella noche si alguien lo hubiese pedido mi vida, la hubiese dado sólo por él. La devoción había sobrepasado todos los límites de los que tenía conocimiento y que alguna vez imaginé llegar.

La oscuridad nos invadió de manera que apenas podíamos distinguir donde estaban los objetos de nuestro al rededor, por la ventana entraba la luz de la luna. Sentí como Timothée tenía sus zapatos en la mano con la que rodeaba mi espalda. Quizás si hubiera estado bajo los efectos del vino no me hubiera separado.

—Espera—susurré sobre sus labios, me miró expectante, no sabía exactamente que me sucedía—. Mis zapatos.

Ambos no reímos como tontos, sin sentido, todo nos daba risa. Por mi parte era el vino, y también la situación. Timothée me provocaba felicidad, él y todo lo que traía en su entorno, lo que causaba que yo sea, una versión mejorada y más segura. En poco tiempo había descubierto un mundo que desconocía y todo gracias a él.

Volví a abrir la puerta, tomé mis zapatos, los deje a los pies de mi cama, y miré al muchacho que estaba allí sentado, mirándome. Le sonreí y me senté a su lado, su mano aterrizó en mi pierna, provocando que me estremezca. Me incliné para volver a besarle, no sentí en ningún momento que hiciera falta que dijéramos algo.

Sentir aquellos labios moverse junto a los míos me provocaba una sensación de cosquillas en la parte baja de mi cuerpo, pocas veces había experimentado algo así en mi corta vida. Su mano recorrió mi espalda, la yema de sus dedos me quemaba.

— ¿Estás segura? —dijo con dificultad. No respondí más que con un beso y un susurro, jamás había sentido así en toda mi vida. En ese momento ni siquiera pensé en otra cosa que no fuese él, necesitaba su tacto, sentirlo. Sus manos recorrieron mis hombros, mi abrigo ya me lo había sacado. Vi sus ojos brillar, llenos de deseo y otra vez el calor me invadió. Necesitaba sentirlo más cerca.

Las cosas se pusieron más intensas dejándonos a los dos en la cama, él encima de mí, y mis prendas ya en el suelo. Se aseguró de recorrer cada parte de mi cuerpo con sus manos y ojos, pero de una manera dulce y tranquila, a pesar de que el deseo nos tenía a ambos exaltados. Cuando lo sentí dentro de mí fue una sensación inexplicable, al principio me dolió pero luego todo pasó, nos vimos envueltos en una burbuja donde sólo existíamos nosotros, y nadie, ni nada más.

Lo podía ver a través de la penumbra, sus labios entreabiertos, ligeramente hinchados, que soltaban suspiros, y quejidos, el cabello desordenado, sus ojos que brillaban, su cuerpo delgado y desnudo pero inexplicablemente bello. Esa noche supe que lo quería más de lo que alguna vez imagine que lo haría. Cuando llegó el fin se posó a mi lado, dejó un beso sobre mi hombro derecho y se acurrucó contra mi cuerpo.

Seguía teniendo calor, podría asegurar que me encontraba cubierta de sudor, y no lo había notado hasta que terminamos.

—Liz—susurró, lo miré, tenía los ojos cerrados y las mejillas rojas—. Te quiero.

Solté una risa, la felicidad se desbordaba en todos los sentidos posibles.

— ¿De verdad?

—Sí, de verdad—se apoyó encima de mi pecho, permitiéndome observar su rostro sumamente de cerca—, ¿por qué te ríes? ¿He dicho algo malo?

—No, no es eso—lleve mi mano a su mejilla—. Es que no lo puedo creer, esto. Me rio porque estoy feliz, y también te quiero, muchísimo.

Deposité otro beso en sus labios y me volteé dejando mi cabeza en su pecho, acarició mi cabello hasta que me quede dormida. Mi sueño fue plácido y reconfortante, hasta que sucedió lo mismo de siempre. Apareció mi padre, el chofer, mi tutora, Matthew y toda mi maldita familia.

𝐄𝐋 𝐇𝐔𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃 || timothée chalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora