Cascarón hueco

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Raquel se levantó feliz y radiante, como cualquier otro día en su perfecta vida. Sin preocupaciones y sin problemas; con una simple llamada, con unas simples palabras, el mundo se ponía a sus pies.

Claro, cuando tienes unos padres a los que les sobre el dinero, cuya cuenta bancaria es una fuente inagotable de recursos, es muy fácil sonreír. Y por eso mismo, también es muy fácil caer en el abismo del despotismo y la socarronería a la hora de dirigirse a los demás, "los seres inferiores que carecen de tantos recursos".

Como cada mañana, desayunó en el salón, exigiendo a la multitud de personal que tenía a su servicio que le trajeran tal o cual cosa, que la hicieran esta o aquella tarea... Así, hasta que llegó el momento de ir al instituto. ¡Menos mal que en ese aspecto la niña se comportaba más humildemente, para sorpresa de todos, y prefería coger le autobús! Incongruencias de gente rica, ya se sabe...

El caso es que mientras esperaba en la parada, se encontró con una dulce ancianita, toda ella arrugas y canas; llegó unos minutos más tarde que Raquel, por lo que ésta ocupaba el asiento. Al verla acercarse, ni se inmutó. Le dio lo mismo que la adorable abuelita- porque lo cierto es que tenía una cara muy simpática- llevara un bastón y que aparentara tener serias dificultades para mantenerse en equilibrio esperando la llegada del correspondiente transporte público.

- Disculpe, joven, pero creo que debería ceder su asiento a la mujer que tiene al lado...- un hombre de mediana edad que también estaba esperando un autobús la acabó llamando la atención. No era la única persona que la miraba con desaprobación.

- Yo he llegado antes- dijo Raquel simplemente, y para evitar escuchar más críticas, se puso los cascos de su IPhone, subiendo el volumen de la música a tope. Así continuó hasta que llegó su autobús.

Una vez hubo subido, se dio cuenta de que estaba sola. No entendía nada, pues era un día de diario y se suponía que todos los alumnos cogían ese transporte para llegar antes, pero tampoco le tomó importancia.

Sin embargo, un par de paradas más adelante, la misma anciana a la que antes había hecho estar de pie, subió.

"¿Qué narices...? ¿Me habré subido en el autobús equivocado...?", se dijo la chica.

- Tranquila, jovencita. No es que te hayas subido en el autobús equivocado, es que aún no te has despertado...- respondió la anciana, sentándose a su lado, como si acabara de leerle la mente-. Vengo a advertirte de tu situación. El camino por el que vas no es el mejor... De seguir así, pronto sufrirás las consecuencias.

- ¡Qué dices, vieja!- exclamó Raquel, molesta por las palabras de la mujer-. ¡Déjame en paz!

- Advertida quedas...- dijo ésta, desvaneciéndose en la nada, como el humo.

En ese momento, y con un respingo, Raquel despertó. Estaba en su cama, realmente no se había levantado todavía, ni tampoco había sonado siquiera el despertador. Pero notó que había algo extraño en su habitación.

Una respiración ronca y un movimiento en una de las esquinas confirmaron sus sospechas.

- ¿Quién hay ahí?- preguntó con voz vacilante, incorporándose en la cama.

Una figura negra se apareció a su lado. Desprendía un inquietante frío mortal.

- ¡Tú...!- dijo simplemente, apuntándola con un dedo acusador.

Justo entonces sonó la alarma que anunciaba que debía ponerse en marcha, y aquella sombra desapareció. Entonces, sin tomar importancia al suceso, aunque todavía algo inquieta, empezó casi como siempre su jornada.

Bajó a desayunar, descubriendo que nadie la había preparado nada. Estaban sus padres, el personal de servicio... pero nadie la hacía caso, como si no existiera. Los sirvientes atendían a su padre y a su madre, pero no a ella.

- ¿Qué pasa aquí?- dijo en voz alta. Todos la ignoraron.

Raquel se dirigió a la cocina, dispuesta entonces a prepararse su desayuno. Al coger la taza, vio que una de las sirvientas miraba la cerámica con ojos abiertos como platos, y pegaba un grito. Cuando la niña cogió el cartón de leche, más de lo mismo.

Es más, todo el personal se reunió en torno a ella, como si algo mágico estuviera pasando. Pero no la miraban a ella, sino que observaban con miedo y horror lo que ella hacía.

- ¿Qué pasa aquí?- preguntó el mayordomo, al ver que todo el servicio estaba demasiado parado para las horas que eran.

- Creo que el fantasma de Raquel vuelve otra vez a las andadas- respondió una mujer anciana de rostro dulce, la que más tiempo llevaba formando parte del servicio de la casa, actuando como si ese hecho fuera ya una cosa a la que estuviera habituada, a diferencia del resto de los allí presentes.

La niña se fijó en el rostro de la mujer que acababa de hablar, descubriendo entonces que se trataba de la encantadora ancianita de su sueño...

Relatos Cortos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora