Lágrimas de sangre

1 0 0
                                    

Cuando me despierto siempre estás ahí. Si no es a mi lado, sí en los alrededores, a escasos metros, para tenerme controlado y que no me pase nada. Me das de comer, me das calorcito y me cuidas.

Sin embargo, ésta mañana no estabas. Me asomé al exterior de la cueva, pero tampoco te vi. Llevo horas esperando... creo que voy a salir, mamá. Tengo mucha hambre, necesito comer algo.

La luz me golpea en los ojos... pero me da gustito; el sol es muy cálido, hace que no sienta frío. Hace mejor temperatura fuera que dentro de la cueva. ¡Vaya! Y el suelo está blandito, ¿por qué no me dejaste salir antes, mamá? ¡Las hojas son preciosas! ¡Su color verde me fascina! ¡Y hay otras de color marrón que crujen! El "chof, chof" que provocan mis patitas cuando paso sobre ellas me hace reír.

Sigo caminando por el bosque, la verdad es que no sé bien a dónde ir; es un lugar tan bonito como tú me lo describías. Pero... ¿de dónde sacas esa comida tan rica que me das?

De repente, escucho un sonido estridente a lo lejos. Unos animales con plumas que no había visto hasta ahora vienen veloces hacia mí. Bueno, no hacia mí exactamente. Pasan a mi lado con cara de susto, y me gritan: "¡Corre, pequeño, corre!".

Yo no entiendo por qué me dicen eso, pero les hago caso. Me siento un poco perdido, la verdad. Ahora mismo no sé dónde estoy, y tampoco sé cómo volver a casa...

Tras correr durante un largo rato, siento que mis patitas me duelen. Necesito descansar un rato... Ya incluso he salido del bosque. Estoy en un terreno completamente desconocido. Lo sé, porque tú nunca me has hablado de él.

Sólo hay hierba baja, hojas caídas... y algo que parece un camino. Al fondo puedo ver una cueva grande, pero no es como la nuestra. Además, no es de piedra, sino de madera, y por su parte de arriba sale humo. ¿Se está quemando por dentro?

Voy hasta allí, porque si dentro hay fuego, seguro que habrá animalitos que necesiten de mi ayuda; tú siempre me has dicho que había que ayudar a los demás, así que tengo que hacerte caso, aunque ahora no estés a mi lado. Porque... ¿y si eres tú la que está allí y me necesita? Eso explicaría el por qué no volviste a mi lado.

Pasito a pasito, me planto delante de la cueva extraña. Parece cerrada pero decido empujar el trozo grande de madera que la tapona, y casualmente se abre. ¡Vaya, qué sitio tan grande...!

Miro hacia todos lados y descubro un montón de cosas que tú nunca llegaste a describirme. Son muchos objetos raros; no parece que nada esté ardiendo. Entonces, ¿por qué salía humo? En un rincón hay fuego, sí, pero parece controlado...

Entonces se me ocurre alzar la cabeza, y te veo. Pero... ¿mamá, dónde está tu cuerpo? ¿Qué hace tu cabeza colgada en el aire, pegada sobre un trozo de madera...?

- Vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí... ¿Has venido a reunirte con tu mamá, pequeño osezno?

Un animal grande aparece a mi lado. Me apunta con una cosa alargada. No sé si será peligroso, pero su olor no me gusta. No entiendo lo que dice, aunque su expresión no parece amigable. ¿Es eso un humano, mamá? ¿Son esas criaturas de las que siempre intentaste prevenirme?

De pronto, escucho una pequeña explosión. Un dolor muy fuerte se mete en mi cabeza, y se extiende por todo mi cuerpo. Me quema por dentro, mamá, duele... y entonces dejo de sentir. Noto que me quedo sin fuerzas... Hay mucha oscuridad, ¿ya es de noche? ¿Quién ha apagado la luz...? Adiós, mamá... Creo que me voy...

- Otro trofeo más que añadir a la lista- el cazador coge el cuerpo del osezno y lo mete en su taller.

Los animales también sienten. Piensa en ello la próxima vez que quieras herir a alguno, ya sea con palabras o con golpes...

Relatos Cortos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora