Sucedió una vez...

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La miro y suspiro. Su imagen se clava en mis retinas a fuego. No quiero perder detalle de su hermosa sonrisa, de su sedoso cabello; de cómo esos preciosos tirabuzones dorados caen sobre su estilizado cuerpo, rebotando sobre su cadera cuando lo hondea el viento.

Ella alza la vista, sus ojos color canela se encuentran con los míos. Hace gestos para que me acerque a su lado, quiere decirme algo.

En menos de dos segundos cubro la distancia que nos separa, y me siento donde me indica. Entonces, sin esperar un instante, se abalanza sobre mis labios. El sabor de su carmín se introduce en mi boca; el aroma de su perfume invade mis fosas nasales.

Me siento pletórico, no quepo en mí de gozo. ¿En serio esto está sucediendo? ¡Casi no puedo creerlo!

De los besos, primero tímidos cortos y coquetos, luego largos, pasionales y fogosos, pasamos a las caricias. Mis manos tocan sus senos por encima de la camisa, no quiero intimidarla con imprudencias. Pero mis sentidos, ebrios de placer, me piden más.

Con discreción, bajo poco a poco hasta sus piernas; acerco mis dedos hasta el botón del pantalón. Noto que durante un momento ella se frena, duda; por suerte, decide que continúe, no me pone impedimentos.

Desabrocho la prenda y permito a mi mano que busque a través de su ropa interior. Tras unos breves instantes de ansiosa investigación, por fin encuentro el tesoro: el monte de Venus que toda mujer esconde con pudor.

Ya sin vergüenza por parte de ninguno, introduzco mis dedos en su interior. Los fluidos de su bello monte humedecen mi palma, el sonido de sus gemidos llena mis oídos... Quiero más, más. Me encanta esta mujer, deseo más.

De repente, justo cuando voy a prepararla para el siguiente paso, siempre entre besos y caricias, con ternura y suavidad, ella se aparta bruscamente.

- ¡Déjame! ¿No ves que no podemos? ¡¿No sabes que está prohibido procrear con los muertos?!

De un empujón, la muchacha me devuelve a la realidad. Abro los ojos, despierto del sueño. Y el peso de la verdad recae sobre mis hombros, vuelvo a notar la pesada mochila del dolor que durante tanto tiempo llevo cargando.

Sí, ahí está, la foto de mi dulce y bella amada. ¡Oh, Irene...! ¿Por qué tuviste perder la vida en ese accidente...? Te hecho de menos. Cada vez que sueño contigo, siento cómo una parte de mi corazón se marchita al darme cuenta de nuevo que no estás a mi lado. Te quiero...

Relatos Cortos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora