El niño

15 4 13
                                    

                       Capítulo 16
Han

Me provoca. Ella me provoca de una manera que no lograré entender. Es tan sencillo y complejo a la ves, es tan ella y tan otra que confunde mis ideales de alejarme. Un vestido rojo, un maldito vestido rojo. Sin pretender buscarla, la encontré. Es como si no quisiera escribir, pero me sale un verso cargado de rimas blancas que nunca suenan vacías.

Electra es la simple mención de lo prohibido, tan deliciosa y peligrosa a la ves. La vi alejarse con sus tacones de diamantes, esos que hizo frente a mis ojos. El talento que posee es tan verdadero como ver sus originales ojos cafés. No exagero cuando digo que la amiga me despierta el asco. Ver esa figura siempre fue tan desagradable. Luego de investigarla, supe que su peor castigo no se lo daría yo, su verdadero oponente se mostraba tan evidente pero su egocentrismo le cegaba los ojos. A esa fresa yo no le daría nunca mermelada. Pero mi problema no era Lyla Evans, la dueña del circo era quien me debía mi paz interior.

¡Espera!

¿Tengo paz interior?

No. Nunca la he tenido, jamás existió después de ese día. Siempre me sumerjo en la suciedad de mis ideas y en la vileza de mis acciones. La paz no es palabra para mí paladar. Escuchar mis mentiras tampoco es paz. Guardar los verdaderos proyectos, mucho menos logrará la paz. Por unanimidad, estoy envuelto en un radioactivo terremoto de magnitud indescriptible. La fugitiva delicadeza se me escapa de las manos cuando mi peor guerra me reta a una batalla.

Celos.

Esos que te ciegan y te obligan a penetrar en un pozo sin luz alguna. Los mismos que aborrecen la cordura y desprecian a la paciencia. Pues en mi solo existía eso desde que ese maldito fotógrafo le saco una sonrisa a tan fría mujer como lo es Electra Rosseli.

Daño.

Quería ver la sangre de ella entre mis dedos mientras que sus labios se engrandecen bajo las mordidas de mis dientes. Poseo esas impecables ganas de bajar al piso -1 y elevar las llamas al cielo mientras entró y salgo de su profanador cuerpo. Es tan rentable la idea, que encontrarla me causa querer huir, pero eso no estaría bien si mi vida fuera escrita, no podría perder mi escénica personalidad. Que sus ojos se fijen en mi presencia y que su amiga también sonría a ese hombre, me demuestra lo enfermo y tóxico que soy. No me importa. Nunca me importaría matar por ser el único en brillar bajo sus pupilas, ese es un secreto que mi conciencia guarda, pero mi corazón grita. La deseo, ese es un motivo más para tener mis orbes azules analizando la situación en esta fiesta.

Pero ella se me escabulle entre conversaciones que le ofrece a los mortales, privando a este demonio de tenerlas. La ocasión se presenta y su estancia se junta con la mía. Impacta contra mi pecho y el delicioso olor a su perfume perfora mis fosas nasales. El recuerdo de mi última disputa con ella, la marginada manera de colgarme el teléfono, todo llega en el momento que necesito alejarme de la perfección que se carga. Necesito dejar de idolatrar a esta hiena que ruega por un bocado de mi cuerpo.

-Al fin te encuentro, cobarde.- Si las palabras mataran, las mías le abrirían la piel.

-Que me lo digas no me quita el sueño.- La respuesta es tan amarga que ocasiona mi furia.

Su mente me conoce tan bien que no debo decirle lo que quiero. Es tan maldita, que no necesita de mi maldición. La odio tanto que trato de no confundir el sentimiento. Me esmero en quitarle los ojos a su escote, pero es imposible no querer comer si hay tanta comida. Es improbable no probarla cuando tan apetecible se muestra.

-Le faltó mucho a esta fiesta, me parece mediocre todo esto.- Mentiras salían de mi boca, pero no perdería la oportunidad de quejarme en contra de su mejor amiga.

Diamantes & Póker (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora