Una fría mañana de enero, suena la alarma por tercera vez pospuesta.
Nerea, con la intención de posponerla de nuevo, mira la pantalla.
<<¡Oh, no! Las ocho. ¡Llegaré tarde otra vez!>>, piensa.
Así que se levanta de un salto, deja la cama sin hacer y va al baño a lavarse los dientes.
Sus ojos azules, tan claros que se dirían cristalinos, le devuelven una somnolienta mirada desde el espejo.
La noche anterior, Nerea se había quedado hasta tarde terminando un trabajo, y eso había hecho mella en su aspecto. Siempre se dice a sí misma que debe dejar de aplazar todo hasta el último momento, pero como pasa con mucha frecuencia, nunca lo hace.
En un intento de mejorar lo que no tiene arreglo, Nerea intenta espabilarse lavándose la cara con agua fría.
Luego, se pasa el cepillo por su larga melena cobriza.
Las ocho y cuatro minutos. Ha perdido demasiado tiempo.
Corriendo, sale a su habitación y abre el armario.
Mala idea, lo de no preparar la ropa la noche anterior. De nuevo tendría que empezar esa batalla que suponía el tener que elegir su ropa. Es de esas chicas que se pueden probar conjuntos y conjuntos, hasta que den con el que quieren.
Sabe que esta mañana no se lo puede permitir, así que hace una apuesta segura. Saca unas mallas azules, una sudadera y sus deportivas, y se enrolla una bufanda al cuello.
Las ocho y siete minutos. Corre a la cocina, a darle los buenos días a su madre, quien la recibe preguntándole que por qué ha tardado tanto.
Cuando su madre le hace ese tipo de preguntas, Nerea se pregunta, sarcásticamente, qué cree su madre que la ha hecho tardar tanto. <<¡Por Dios!, es obvio que no me he levantado antes porque estaba muerta de sueño, ¡me viste haciendo el trabajo!>> dice para sí.
Sin embargo, a su madre, Sara, se limita a decirle:
-Me he entretenido. Me voy, mamá, llego tarde.
-¿No vas a desayunar? –le pregunta ella.
-No tengo tiempo. Tomaré algo, más tarde, en el instituto.
-Como quieras, hija.
Nerea se pone el abrigo y se echa la cartera al hombro.
Ocho y diez minutos. Si corre, llegará en el momento justo para empezar la clase.
Sale del edificio y empieza a andar. A medio camino, divisa una silueta. Una silueta muy familiar.
-¡Eh, Marta! –le grita a ésta.
La aludida, una chica más bien baja y muy rubia, se gira, y al verla, se para, apremiándola con gestos para que llegue rápido.
-¿Tarde otra vez? –le pregunta Marta.
-Humm… Eh, sí. Por lo que veo, tú tampoco has madrugado todo lo que deberías.
-No, la verdad es que no. Me quedé…
-…Terminando el trabajo de Lengua. Ya. Sí. Yo también. ¡Mira que mandar ese trabajo tan largo! ¡Cualquiera lo hace! –la interrumpe Nerea.
-Bueno, para ser honestas, tía, lo mandó hace casi un mes…
-Lo cierto es que empecé con tiempo, pero he ido dejando la parte final y, bueno, entre exámenes y demás, me tuve que poner ayer.
-Suele pasar, ¿eh?
-Últimamente más de lo que debería.
Y antes de darse cuenta, estaban a las puertas del instituto.
-¿Qué hora es? –pregunta Marta.
-¡Y catorce! ¡¡¡Vamos!!!
Las dos chicas corren dentro del centro y empiezan a subir pisos.
-Un día, me mataré en estas jodidas escaleras. Ya lo verás –dijo Nerea.
-Tienes razón, siempre nos toca en la planta más alta –la apoya Marta.
Buscan la clase de 3º C y, con cierto nerviosismo, ven a la profesora de Lengua a dos pasos de ésta.
-Mierda, mierda, mierda. ¡Corre! –la apremia Marta.
Ambas llegan a la puerta de la clase a la misma vez que la profesora.
-Llegáis justas.
-Sí, perdone, profesora, pero se nos ha hecho tarde… -empieza a decir Nerea.
-Bien. Entrad, rápido.
Y las dos chicas, seguidas de la robusta profesora, entran en la clase.
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Simplemente amor
RomanceNerea nunca había sentido esto por un chico. Pablo nunca había sentido lo que sentía por esta chica. Marta tiene el corazón roto y no cree en el amor. Raúl está desesperado porque Marta vuelva a creer en el amor... con él. Cuatro historias, cuatro d...