Luego de una insoportable, y conveniente, noche tormentosa en la que mi padre no se había acercado a mi habitación, él decidió ir a despertarme al notar que no bajaba. Yo ya no tenía más tiempo que perder, en unos minutos debería ir a una premiación, donde me darían el certificado del primer puesto en un concurso bastante reconocido de cortometrajes. Quizás, él debió haber sospechado algo al no escuchar ni un solo ruido en la casa en toda la noche, o cuando no había bajado temprano para entrenar, o cuando vio que no salí de la casa en dirección a los establos, donde pasaba gran parte de mis sábados por la mañana. El punto es que él estaba tranquilo, sin intuir nada de lo que ocurriría una vez que abriera las puertas de mi cuarto.
Se tomó su tiempo, recorrió los pasillos de la casa con suma lentitud y enumeró en su cabeza cada uno de los daños que había causado la tormenta en su empresa automotriz y en nuestro hogar. Sé, por lo que escuche que le narró a la policía, que también había estado pensando en lo extraño que había resultado el apagón, a pesar de la ferocidad del clima. Cuando llegó ante las puertas dobles de mi cuarto, lo primero que hizo fue tocar. Él amaba la privacidad tanto como yo. Al ver que no respondía, bajó el picaporte y empujó las gruesas tablas blancas con una mueca extrañada en su rostro. Y se quedó paralizado al ver en el interior.
La casa se sumió en un silencio mayor que el que siempre reinaba. La tez pálida de mi padre perdió aún más color, casi se volvió transparente. Y, si yo hubiera estado allí, probablemente le habría tomado una foto o lo habría grabado. Su rostro jamás había sido tan expresivo como en ese momento, cuando terror y la incomprensión se apoderaron de él. Era una toma perfecta para mis cortos.
El perfecto y regular orden de mi habitación había sido remplazado por mugre y caos. El piso estaba lleno de repugnante lodo, hojas de árboles y demás porquerías del bosque; mi escritorio estaba revuelto; mi cámara y mis tarjetas de memoria se encontraban desparramados por el suelo, como si alguien los hubiera arrojado; la lámpara de mi mesita de noche estaba hecha añicos en una esquina; y mi cama estaba revuelta, frente a ella era donde más se concentraban las huellas y, entre las sabanas grises, se vislumbraba una enorme mancha carmesí. Por unos segundos, el brillante Terrence Cosgraves perdió cualquier rastro de inteligencia o capacidad de razonar. Él no comprendía como era que no había escuchado todo el alboroto que se había armado en mi cuarto. La respuesta era simple: las paredes de la casa estaban bien aisladas; y mi parlante, el que siempre estaba encendido a un volumen razonable, había estado andando durante gran parte de la madrugada, hasta que se quedó sin batería.
Por unos minutos, él no reaccionó. Lo único que hizo fue llevarse las manos a su corto cabello naranja, el mismo tono que yo había heredado. Sus ojos tan negros como los míos recorrieron mi cuarto una y otra vez. Tal vez esperaba que yo saliera del armario para gritarle que era una broma, o que estaba grabando una escena para mis cortometrajes y que él la había arruinado. Pero no era así. Yo no estaba; eso era real. Volvió a analizar todo, trató de comprender, no obstante, la impresión que la escena le había causado le impedía pensar con claridad.
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El desvanecimiento de Keira Cosgraves (Completa)
Misteri / ThrillerAl investigar la muerte de una chica, Kenna descubre que la víctima no era tan perfecta como se pintaba y que más de uno tenía motivos para deshacerse de ella. *** En un pueblo con pocos habitantes, la hija de uno de los empresarios más importantes...