Capítulo XII

167 37 5
                                    

Para desgracia de Kenna, todo lo que le dijo el profesor Kennett fue confirmado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Para desgracia de Kenna, todo lo que le dijo el profesor Kennett fue confirmado. Incluida su coartada para los días donde fui secuestrada, cuando mi cuerpo se plantó e incluso los días intermedios, nadie lo vio cerca de las zonas necesarias para haber realizado alguno de los acontecimientos de los que ellos tenían conocimiento.

Lo único que le faltaba a ella era que el juez autorizara la orden para poder revisar las cámaras de seguridad del departamento de archivos de la universidad. Eso se estaba tardando demasiado y la inspectora comenzaba a desesperarse, sabía que, entre más tiempo pasara, más evidencia podría pasar por alto sin notarlo. Y eso derivaba a que el asesino o la asesina se saliera con la suya, porque sin evidencia, jamás podrían arrestar a nadie y mi cuerpo no tenía ni un solo indicio que les indicara quién podría haberme asesinado.

Por mucho que la decana se había mostrado dispuesta a ayudar cuando hablaron con Monique, cuando le mencionaron sobre revisar las cámaras de los registros y los papeles mismos, negó de forma rotunda. Así que, el día en que por fin le autorizaron el registro del lugar, Kenna y su equipo salió casi disparado hacia la universidad. La decana los recibió con su rostro inexpresivo y su pose erguida de siempre. No estaba nada feliz de volverlo a ver en ese lugar. Es más, ella había sido quien había atrasado tanto la autorización. Era una mujer inteligente y con contactos y, en un pueblo tan pequeño, no es difícil conocer los secretos de muchos...

Volviendo a la parte que importa, Kenna llegó a la universidad cerca del mediodía, como a las once de la mañana. La decana los guio hasta el cuarto de seguridad y esperó con paciencia a que le pidieran al guardia los videos del último mes, un poco más que el tiempo que Kennett les había indicado. Se los llevaron a la estación, mas la inspectora no se fue del lugar. Se quedó allí viendo las copias que el guardia tenía en la computadora. Ella no deseaba perder ni un segundo más y el irse para revisar los videos en otro lugar le llevaría demasiado tiempo. Así que se sentó en la silla frente al escritorio lleno de pantallas y comenzó a reproducir video por video a la máxima velocidad que sus ojos le permitían para reconocer los rostros.

Pasaron dos horas hasta que me vio entrar por primera vez en ese lugar. En ese video, revise dos ficheros completos sin detenerme en ningún nombre. Para Kenna estaba claro que no había hallado nada y estuvo a punto de desecharlo de la lista hasta que una de sus compañeras notó algo que ella no.

—¡Ahí!, ¡mire! Keira no está revisando los ficheros de los alumnos, está revisando los de los profesores —apuntó la mujer al casi imperceptible cartel sobre la cajonera llena de fichas.

Kenna frunció el ceño, molesta por no haber sido ella la que se dio cuenta de ese dato tan relevante. Asintió sin decir mucho y siguió con el siguiente. Una vez más, yo no había hallado nada y también seguía buscando en la zona de profesores. Y, como dice el dicho, la tercera es la vencida, así que, en mi tercera oportunidad, encontré lo que buscaba. Nadie logró precisar el nombre del docente al que yo buscaba, pero si identificaron que su apellido comenzaba con «O». A pesar de eso, siguieron viendo el resto de las grabaciones para asegurarse de que no me hubiera llevado ni un solo archivo más. Al comprobar que solo me había apoderado del de ese desconocido, Kenna se encaminó al cuarto de los archivos. Por lo que le había mencionado la decana, la primera hoja de cada cajón había una lista con los nombres de quienes tenían una carpeta allí. No muchos lo sabían, pero no era la primera vez que se robaban un archivo del lugar, así que ya tenía un registro de cada uno de los nombres y una copia en digital guardada en un espacio separado que solo los miembros de la administración conocían. Algo demasiado paranoico para mi gusto.

Una vez con la lista en sus manos, Kenna comenzó a leer nombre por nombre mientras que otro de los oficiales revisaba que el archivo correspondiente estuviera allí. Tardaron media hora en descubrir la carpeta faltante. «Orloa, Nial» era el nombre del profesor. Kenna llamó a la estación y pidió que, mientras que ella buscaba la copia digital del archivo en la universidad, ellos buscaran entre mis cosas que aún tenía allí algo que pudiera indicarles más sobre qué era lo que yo quería de ese hombre.

En el archivo digital que la inspectora consiguió no había mucho sobre el hombre. Decía su fecha de nacimiento (lo que indicaba que tenía unos 39 años); había una foto de él, donde se podía apreciar su cabellera castaña y sus ojos azules entre todo; mencionaba que se había mudado a Lercroft para trabajar allí, que había pedido el pase, hacía tres años; no decía que tuviera familia, tampoco pareja; también estaba registrado que era de Murace, mi ciudad natal. No había nada que pareciera relevante, más que él venía desde el mismo lugar que yo. El hombre ni siquiera enseñaba en mi carrera, era profesor de economía. Kenna no tenía ni un solo indicio de qué era lo que yo deseaba de él.

No obstante, en la estación estaban encontrando mucha información, no solo de él. Dentro de mi computadora y entre mis libros de la universidad que no habían revisado hasta el momento, encontraron varios archivos diferentes, muchos de ellos cargados de información de personas de mi entorno. Ellos habían hallado todos los secretos que reuní por años. Y entre ellos, dentro de mi laptop, había una carpeta entera dedicada a Nial Orloa. Yo había averiguado todo lo que había podido sobre él. Sabía su fecha de nacimiento, el nombre de sus padres y hermanos, el lugar donde estudió, de lo que trabajo antes de mudarse a Lercroft, los lugares en los que vivió, todo lo que pude encontrar en internet dando unos simples clics. También había un papel, de la empresa de mi padre, que indicaba que él trabajaba allí como consultor. Sin embargo, cuando la inspectora revisó todo aquello, siguió sin encontrar un motivo claro por el que yo querría algo de él.

Y siguieron buscando, y lo único que pudieron encontrar fue un post-it que decía que él ya había aceptado mi trato. Eso fue suficiente para que Nial quedara marcado en la inestable lista de sospechosos.

El desvanecimiento de Keira Cosgraves (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora