EN LOS OJOS DE UNA DALIA
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El sudor frio se pega a su piel, es lo primero que nota la siguiente vez que recupera la conciencia. Siente todos los músculos de su cuerpo adoloridos, duros y la piel tan sensible como si el más mínimo soplo de aire pudiera cortarla como papel. Es un trabajo despegar sus parpados.
Y ese olor, ese repugnante olor a carne quemada todavía permanece en su nariz, como si ahora fuera se residencia permanente. Quiere vomitar, y lo haría si tuviera algo en el estomago. Un ruido, como un tambor, golpea tras sus oídos, y debe tomarse un momento para darse cuenta de que es su propio corazón.
A pocos centímetros de su cama, sobre una solitaria mesita de madera, una pequeña vela rojiza casi termina por consumirse en su totalidad. La niña inhala, tratando de olfatear algo más allá del olor que la persigue en sueños, y percibe algo que es casi tan repulsivo. Son restos de pociones para quemaduras que la piel de sus brazos aun no ha terminado de absorber.
Al exhalar, un halo de vapor hace su aparición. No es solo ella quien está fría al parecer, otoño no ha comenzado pero San Mungo ya se congela.
Lily se sienta lentamente en la camilla, tira de la sábana y la envuelve a su alrededor tratando de conservar algo de calor, mientras baja. Cuando sus pies descalzos tocan los azulejos retiene un chillido para no despertar al auror -que duerme en una silla en el rincón más alejado- y se desliza, lenta y silenciosamente, con dirección a la puerta.
Ella sabe que su amiga, Cassy, se encontraba en aquel lugar también, los había escuchado hablar cuando creían que dormía. Ahora era solo cuestión de encontrarla sin que la atraparan.
Camina, con pasos pesados y lentos, por los fríos y estériles pasillos abriendo, lo más silenciosamente posible, cada puerta que ve, y asomando su cabeza unos pocos centímetros para echar un corto vistazo a su ocupante.
Para cuando finalmente llega al siguiente piso apenas puede respirar. Sus ojos se entrecierran y su cabeza se siente extraña, como si su cerebro se estuviera ahogando entre nubes espesas. Apoya su mano contra la pared y, lentamente, continúa su recorrido. Puede escuchar su respiración bajo la intensa corriente de sangre que late en sus orejas.
Empuja la puerta, y no es Cassy. Sin embargo, el cruel latigazo de decepción que siente cada vez que no es ella no la golpea esta vez. En su lugar unas cosquillas agradables se asientan en su estomago, porque puede que no sea Cassy, pero es mejor.
En la habitación, mucho mejor iluminada que la suya, se encuentra un hombre con el oscuro cabello un poco más desarreglado de lo que está acostumbrada, el traje arrugado y la barba desprolija. Encorvado sobre una silla de aspecto incomodo, la figura de su padre mucho más imperfecto de lo que recuerda haberlo visto alguna vez, la saluda.
Su corazón se detiene por un momento y sus ojos se llenan de lágrimas. Un sonido estrangulado escapa de su garganta, y el hombre aparta la vista a regañadientes de la camilla ocupada. Ella ve un mechón de cabello rubio, y solo por un momento sus pensamientos vuelven a Cassy.
—¿Lily? —La voz rota la hace centrarse en él.
—Papi —Murmura sin voz, antes de tambalearse velozmente, cayendo a sus brazos.
Por primera vez en lo que parece mucho, mucho tiempo Lily se siente cálida, fuerte y segura. El olor a lavanda y tabaco que impregna el traje de su padre casi puede borrar el rastro de carne quemada que abraza su piel. Siente sus lagrimas mojar la costosa tela del traje, y luego, gotas tibias deslizarse por su grasoso cabello.
—Te extrañé, mi flor —Dice, en un tono tan dolido que no es compatible con la voz siempre segura de su padre—. Tu madre también.
Lily se aparta un poco y, con ojos nublados por las lágrimas, confirma que realmente no es Cassy quien ocupa la cama.
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Tears of a Flower
FanfictionHarry Potter -famoso auror- y Ginny Weasley -ex cazadora profesional- tiene una relación de seis años, una casa y dos hijos. Su vida es "perfecta". Pero, la perfección no existe y la paz es solo una ilusión. Ginny lo sabe, sus sueños constantes con...