18. Vainilla

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Mi regalo de navidad llega tarde, pero llega. Como ya os dije ando muy ajustada de tiempo y se me hace imposible escribir, pero hago todo lo que puedo, os lo prometo. Espero que el capítulo os guste, se lo quiero dedicar en especial a Larita, porque no ha tenido un día muy bueno. Un beso, mi niña :)

Alicia se miraba en el espejo con cierto escepticismo. A veces escrutaba en profundidad su reflejo, en búsqueda de eso que había perdido pero no sabía qué era. Sus ojos le devolvían una mirada desafiante, provocativa, como si ella misma se estuviese retando. Siempre a por más, Sierra, siempre a por más. 

El eco de unas suelas de zapato precedió al beso que recibió en su mejilla, de los labios que tanto le gustaban, y aquella mirada fría se desvaneció, apareciendo en su rostro una sonrisa tierna.

- No te mires tanto, que te desgastas -dijo Raquel, redirigiéndose hacia el armario que compartía con Sandra. El suyo y el de Alicia y Alondra eran contiguos.

- Buenos días para ti también, Murillo -Alicia siempre mantenía las formas, especialmente las distancias, pues no quería que el más nimio descuido arruinara su plan. Pero Raquel no siempre se lo ponía fácil.

No sabía cómo había acabado cayendo en aquel entrevero en que estaban metidas las dos. En ocasiones sentía que recobraba la razón y trataba de convencerse a sí misma de que tenía que cortar por lo sano, seguir con la decisión que tomó en un principio y alejarse de Raquel. Sin embargo, otra parte de ella le recordaba que hacía muchísimo que no se reía tanto, que no disfrutaba tanto la vida, que tenía derecho a permitirse ser feliz, así fuese a escondidas.

Aquella noche en Móstoles fue crucial para aquel giro de los acontecimientos, aquella conexión espiritual, ese cruce de miradas, ese deseo latente y esa ternura que se profesaron la una a la otra, fue el punto de no retorno en su relación.

Había sido muy clara en su posición, y no estaba dispuesta a mantener una relación con Raquel mientras ésta estuviera con Alberto, como ya le había manifestado. Pero habían llegado a un punto de encuentro en el que ambas se sentían conformes, cuando Alicia consiguiese derrocar a la Logia, Raquel dejaría Alberto, independientemente de si éste formase parte o no del grupo. Mientras tanto, procuraría obtener toda la información posible de él, para beneficio de la causa, así como estaba haciendo Alicia con Tomás Ledesma.

En la práctica, eso se había traducido en que las dos se convirtiesen, a los ojos de los demás compañeros de la academia, en las nuevas "mejores amigas", novias ambas de dos de los tíos más destacados del lugar (destacados por su nivel de idiotez).

Alicia se sentía un poco peor en ese aspecto, pues sabía que entre algunos de sus compañeros se había granjeado respeto por plantarle cara al grupito de Ledesma, y había quedado ante ellos como una tonta, como otra más de las chicas de Tomás. Pero era un sacrificio que sabía que tendría que hacer y, al fin y al cabo, la opinión de los demás sobre sí misma le importaba una mierda.

Hacía apenas dos días que había tenido su ceremonia de iniciación en la Logia, que fue prácticamente idéntica a la primera fallida, pero en esta ocasión, no hubo objeción alguna de los encapuchados, y el jefe de todos ellos (Tomás), procedió a nombrarla como una miembro más. Recibió el sí de los encapuchados a pie del altar de la capilla, y posteriormente, entre tres de ellos, procedieron a levantar la pesada piedra que habían descubierto ella y Raquel hacía tantas noches. Tardaron casi cinco minutos en conseguir removerla y colocarla al lado del agujero de entrada sin hacer ruido, y entonces Alicia pudo comprobar que se trataba, como ella creía, de una pieza de piedra de gran grosor, difícil de quitar. 

Se colocaron en hilera para acceder, porque la entrada era estrecha, tanto, que imposibilitaría el paso de una persona muy robusta o ancha. Alicia reprimió sus ansias por descubrir qué era lo que aquel pasadizo oscuro escondía, y esperó pacientemente su turno, casi al final. Para su sorpresa, el jefe la dejó pasar a ella primero, y se dispuso él a cerrar la fila. Descendieron por unas escaleras de piedra también estrechas, que desembocaban en una estancia extensa pero chata, con el techo abovedado y una evidente carencia de luz y exceso de humedad.

Detrás de tus mentiras (Ralicia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora