Enfermizo
Constantine tomó su mano con un toque suave sacándola de aquél castillo embrujado. Corrían hacia la ladera que separaba el inmenso y horrendo castillo del pueblo. Se sentía libre acompasando sus pasos a los de aquél ser mágico que la salvaba por fin de su infortunio. Sus cabellos estaban brillando bajo el sol ardiente, suaves y ondulantes, se movían delante suya para alejarla de todos sus males. Después todo se volvió calma y un silencio hizo sinónimo de las risas de felicidad que iba soltando mientras escapaban. Haciendo casi presente la perdida del príncipe de sus ojos. Haciéndola consciente de que no estaba en aquel paisaje lleno de hierbas sino, que se encontraba en una habitación, pero de pronto su sonrisa volvió a iluminar su vida. Constantine se acercaba a ella con lentitud y con esos ojos brillantes y llenos de amor tomaba sus labios, allí encima de la cama. Luego lentamente las mantas se volvieron rugosas y con el paso del tiempo que transcurrió lleno de sosiego fueron testigos de algo, un acto lleno de amor complementado por besos y caricias, de la unión magnifica de sus cuerpos. Un acto lleno de vitalidad, de significado que traspasó todos sus sentidos y los evaporó en la cumbre, demostrándole que tenía un refugio... un hogar y que él lo era. Que él lo hacía posible.
Enid abrió los ojos siendo meramente consciente de una sensación cálida recorriendo sus terminaciones. Unos mechones de cabellos estaban colados entre sus dedos adormecidos. Sonrió por lo bajo. Los acarició con lentitud mientras dejaba a sus ojos acostumbrarse a la luz que estaba empezando a difundir el tierno amanecer.
Volvió a cerrar los ojos acariciando los cabellos que sentía en sus dedos. Su cabeza estaba recostada en su pecho donde ella lo podía cubrir con las manos y la joven se preguntó que en qué momento habían quedado así.
Estaba feliz. Él se encontraba a su lado. Constantine no se había ido. Todo había sido una mentira, lo tenía en su recámara, en su cama cerca de ella y podía palparlo.
Quizás esa era la razón por la que tuvo un sueño tan plácido.
Inspiró por la nariz para poder tantear su olor. Aquel olor almizclado y a hierva que la enamoraba. Volvió a sonreír abriendo completamente los ojos y dirigió la mirada a los cabellos que acariciaba con lentitud y dedicación. Pero... Constantine no tenía los cabellos oscuros. Sus ojos se abrieron de golpe y su respiración se trabó por unos segundos. Su corazón bombeó con fuerza acompañado de unos latidos cargados de pánico que la invadió hasta los huesos.
¿¡Qué hacía Lord Evans en su dormitorio!? Ya lo de lord Evans había pasado la línea de la obsesión. Lo del conde no era más que algo enfermizo y sus actos lo demostraban todavía más. Estaba mas que segura.
Enid tragó saliva nerviosa por la situación. Pestañeó varias veces buscando encontrar un punto base para calmar su nerviosismo mientras calibraba lo peligroso de su posición. Evans estaba en su habitación, eso era un hecho. Pero la incógnita más peligrosa de todas las que tenía rondando en su cabeza era la de qué cómo había logrado entrar en la noche porque ella recordaba haber puesto seguro a la puerta.
Cerró los ojos dejando de pensar, la mente le daba vueltas en ese momento todavía sin poder absorber lo que estaba ocurriendo, salvo la gravedad del asunto. Movió sus manos de la cabeza del conde a quien no le veía el rostro, pero lo daba por dormido. Lo primero que le vino a la mente era salir de su agarre.
¡Dios mío que no se despierte! Susurró en su mente. Tenía un miedo atroz de lo que pudiera hacerle si abría los ojos y ella seguía allí indefensa debajo de él. ¡Tenía que hacerlo ya!
Decidida, pero con el miedo instalado en sus venas, movió su cuerpo con lentitud buscando salir debajo de su peso. Lo que se le dificultó un poco ya que Evans pesaba más de lo que había imaginado y ¡cómo pesaba!. El hombre era mucho más fornido que el príncipe y unos centímetros más alto. Así que algo tenía que demostrar ese hecho, pensó empezando a mover sus miembros.

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Entre dos Nobles
Historical Fiction(Actualizaciones lentas) 📌 +18 Enid Angliana Pemberton creyó que el amor lo había encontrado en Lord Derby, quien una vez le prometió amarla, sólo que unos días después resultó casado con una fina dama de alta cuna, y con el corazón en mil pedazos...