13-Russell

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La impotencia contenida la hizo apretar el cubierto con los dedos.

Un nudo en su garganta fue el producto de la opresión de sus lágrimas y las palabras que pudieran salirle.

Por unos minutos la joven fue el centro de atención de la mesa. Con toda su voluntad trató de no llorar cuando tuvo empañada la vista.

Por lo que estaba pasando, las demás damas se observaron encontrando la confusión reflejada en sus rostros.

—¿Pero... Pero vamos a ir verdad, abuela?

El pequeño estaba ajeno a lo que pasaba ante sus ojos. Aunque que en su voz se escuchó un atisbo de indignación por la reciente acción de su tío.

—Veremos qué hacemos, querido.—La marquesa quitó su mirada de Enid quién continuaba con la cena en silencio y cabizbaja. Poniendo toda su atención en Andrew—Hablaré con mi hijo—. El sonido de la silla siendo arrastrada marcó la seriedad de sus palabras y, acentuó la ya alterada preocupación de la Condesa de Derby.

—Lady Jane—La mujer detuvo su andar casi saliendo de la puerta del comedor principal, y volvió la cabeza haciendo que en el acto, la luz de la lámpara de gas colgada en la pared jugara con sus cabellos marrones, que con la tenue iluminación parecían casi rojizos—, ¿cree que sea prudente hacerlo ahora?

Lady Katherine se removió en su silla. Estaba ansiosa, por la decisión que a última hora había tomado su esposo. Pero su ansiedad no solamente se caracterizaba por eso, sino por la parte de un rompecabezas que ya iniciaba a formarse en su mente, entretejiendo más sus sospechas. Casi temía por la respuesta.

—Claro que sí, querida. Ningún momento está fuera de alcance para pasar palabras con mi hijo y menos si estas vienen acarreados por una desfachatez de su parte. Como ésta, por ejemplo... Si me disculpan.

La marquesa terminó de alejarse de sus presencias con pasos decididos y presurosos. Su mente estaba en el proceso de las cosas que le diría a su hijo por su notable envidia y egoísmo.

La única imagen que sostuvieron sus pensamientos al abrir el despacho, era la de la joven Enid con el entusiasmo en el piso. Lo que la hizo olvidarse de el proceso de cavilar y pensar las cosas antes de decidirlas, por lo que con un tono severo que no reconoció como suyo, soltó sin reparo lo primero que el impulso le sacó de los labios:

—¿Te has propuesto hacerle la vida complicada a Enid, verdad?

El destinatario de aquella pregunta detuvo el vaso de coñac que dirigía hacia sus labios, para mirar a su progenitora por encima del mismo.

Evans la observó sin ninguna expresión en sus ojos azules y, haciendo caso omiso a la pregunta de la dama, se tomó su tiempo para abrir una gaveta y sacar una campanilla para llamar a un lacayo, el cual irrumpió en la estancia haciendo acto de presencia unos segundos después.

—Trae una botella más de coñac de las reservas, Dristan, por favor...

—Como desee milord.

La respuesta del muchacho estuvo acompañada de una inclinación nerviosa al ver por primera vez, a la marquesa de Bald, su señora, en aquel estado.

La pobre mujer tenía las mejillas encendidas por el descaro de su hijo.

El pobre muchacho estaba parado sin saber qué hacer, estaba descolocado. Evans no tuvo más remedio que decirle que podía retirarse.

—No entiendo tu reacción madre... —por fin habló. Provocó que a la marquesa se le pusiera hasta el cuello rojo de la impotencia por el tono relajado y desganado con el que se refería a ella. Se removió en el asiento poniéndose más cómodo—Además madre, sabes que lo único que deseo es el bienestar de Enid.

Entre dos Nobles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora