22-Su Ángel

910 92 16
                                    

Su Ángel

Era muy característico de él siempre estar en templanza tanto con sigo mismo como con todo aquello que lo rodeaba. No iba a dejar que las cosas se salieran de control por lo que estaba ocurriendo y por lo que, obviamente pudiese ocurrir. Y eso haría, era justo eso lo que iba a hacer. Siempre se exigía estar cuerdo para... Todo, lo que sea. En especial cuando las cosas podrían salirse de sus manos. Y lo que estaba pasando no era la excepción.

Saldría a verla, con un empujoncito más de su talante, que era su determinación y confianza, algo que, según palabras de su madre había heredado de su difunto padre. Sea lo que fuese que sea, que lo estaba impulsando a exponerse, alabado fuera. Porque de algo sí que estaba seguro, quería... No, necesitaba tenerla cerca, le urgía estar a su lado tanto como respirar, mirarla a los ojos, aquellos que le encantaban, que irradiaban encanto y inocencia al mismo tiempo; extrañaba disfrutar de su olor a rosas. ¡Santo cielo, tenía que verla ya!

Le picaban las manos y sentía una fina línea de sudor en la frente.

Resoplando por lo bajo, Constantine miró al pelirrojo a su lado. Estaba irreconocible, la peluca que tenía su paje le daba un aspecto más serio de lo normal, lucía más adulto para su edad y hasta se veía un poco más alto, dado que el joven le llevaba el hombro, el color negro del cabello postizo alargaba su figura haciéndolo lucir bastante delgado. Se dio una idea de la fachada que tenía que estar demostrando él también.

Suspiró y se ajustó el sombrero azul oscuro.

Detuvo sus pasos y su paje por igual para encarar al nuevo guardia que le habían asignado en la entrada de su habitación. El hombre lo miró con cara de circunstancias, quizás por la peluca marrón que llevaba en la cabeza, o por el simple hecho de que había entendido sus intenciones. A él le daba absolutamente igual, aunque no tanto, en verdad no se detuvo a pensar en que podrían cuestionarle.

La seguridad del palacio de St James había aumentado el triple y todo por una orden de su tío, el príncipe regente, para que nadie corriese peligro. De repente le pareció irónico la situación y lo que estaba a punto de hacer. Dado que todos querían cuidarlo y él les quería llevar totalmente la contraria.

Sonrió sin ganas y con gesto torcido al ver al guardia bloquear la puerta.

—¿Me permite pasar?—preguntó al guardia con cuidado de no delatar en su tono lo incómodo que se le estaba haciendo todo eso. Era algo por lo que nunca había pasado en el transcurso de su vida y al parecer no resultó ser de su agrado. Para nada. 

—Alteza—atinó a decir el hombre con calma—Tengo ordenes explícitas de que cuide de su bienestar y esté al tanto de cualquier cosa que lo exponga y signifique peligro para usted y ...—carraspeó un poco nervioso al ver que Constantine chasqueaba la lengua—eso me propongo hacer—terminó de explicar implorando de no haber faltado en algún dicho. Ya tenía bastante con la mirada intensa del príncipe, que con que se le culpara de irrespetuoso hacia un integrante de la familia real.

Constantine no quería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero por los cielos que no le quedaba otra alternativa.

—Pues entiendo que también puede recibir mis ordenes—trató de convencerlo aunque lo que más quería era llegar al jodido punto y que este le acompañase.

Al hombre se le desorbitaron los ojos.—Alteza...

—Mire, le pido que me acompañe a donde voy y así cuida de mí, como se le ha ordenado—El hombre que era más alto que él se quedó rígido. Esa era una invitación directa a estar entre la espada y la pared, y en donde la pared también tenía filo—Me parece algo magnifico y así también cumple mis ordenes ¿no le parece?

Entre dos Nobles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora