𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜𝑠 𝑝𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠

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Drabble

La familia Rogers adoraba el 23 de diciembre por diferentes razones. Los pequeños Michael y Amy, porque se acostaban ansiosos por la llegada de Santa Claus. Los padres, porque los niños tenían que dormir temprano y eso les daba tiempo para estar a solas sin interrupciones. 

Natasha estaba riendo debido a que su esposo le hacía cosquillas en la cintura y le besaba el cuello. 

―Por favor, no puede ser que aún quieras más ―le dio un golpe juguetón en el hombro para apartarlo. 

El supersoldado se movió un poco, pero no salió de encima suyo. 

―No puedes culparme. Tengo una esposa muy sensual. 

Ella suspiró y movió la cabeza a los lados, fingiendo rendirse ante algo que no quería. Lo rodeó con sus piernas y se impulsó con sus brazos para hacer un giro. 

―¡Oye! ―reclamó al fracasar―. Aún no tengo tantas fuerzas. 

En un solo movimiento, Steve la puso encima sin salir de su interior. Le acarició los brazos, la espalda y las piernas. 

―¿Así está bien? ―preguntó mirándola con ojos oscurecidos. 

―Perfecto ―Le dio un largo beso―. He estado pensando en que probablemente sea la única mujer capaz de soportar tu intensidad en la cama. 

Cerró los ojos cuando lo sintió endurecerse por completo. 

―Estoy contento de no tener que comprobarlo. No me interesa ninguna otra mujer. Tengo una debilidad por cierta pelirroja. 

Natasha recargó parte de su peso, con la ayuda de sus manos, en el musculoso pecho del hombre. El capitán subió sus manos de la cintura de su esposa hasta los tentadores pechos que comenzaron a moverse frente a su rostro. 

La pelirroja subió y bajó, motivada por los sonidos que escapaban de los labios del americano. No había nada más sensual que verlo sonrojado, lidiando con el placer de uno de sus encuentros. 

―Nat, amor... ―habló cuando ella se detuvo muy cerca de la cima. 

Ella había mirado el reloj del despetador encima del buró. 

―Ya son las dos de la mañana ―informó retomando el movimiento frenético sobre el supersoldado. 

Al culminar, lo abrazó mientras su respiración acelerada volvía a la normalidad. Steve no dejó de acariciarla. 

―Debo ir ―Le dio un beso en la frente antes de acomodarla a su lado. 

―No tardes ―pidió acurrucándose entre las mantas. 

Steve se puso el pantalón del pijama navideño para ir hasta el closet. Sacó la bolsa con regalos escondidos del estante más elevado. Dejó la bolsa frente a la puerta de su habitación y salió afuera. Los dormitorios de sus hijos estaban a varios pasos. Con cuidado de no hacer ruido, revisó que ambos estuvieran profundamente dormidos en sus respectivas habitaciones. 

Con sigilo, llevó la bolsa hasta la sala de estar. Ubicó los regalos frente al enorme árbol de navidad en la estancia. A un costado de la chimenea, había una pequeña mesa redonda de madera. Sintió ternura al ver el plato de galletas con formas navideñas que sus hijos habían hecho esa mañana. También pusieron un vaso de leche. 

Agarró una galleta junto con el vaso para cumplir a la perfección con su papel de Santa Claus. 

Natasha volvió a abrir los ojos a las cinco de la mañana. Le pareció extraño que Steve no estuviera a su lado. Al no ver la luz del baño encendida, pensó en que quizá se levantó para ir a hacer ejercicio. Realmente envidiaba su vitalidad. 

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